MADRID - Las manadas, nombre por el que mediáticamente se conoce a los hombres que cometen violaciones en grupo, no se mueven por deseo sexual, sino por “poder”, un poder que emana de una infancia en la que hombres y mujeres han sido educados de forma “diferente” en la relación con sus propios cuerpos y con la “genitalidad”.
La socióloga, sexóloga y experta en derechos humanos y estudios de género, Delfina Mieville, destaca que es un problema “estructural, que parte de la base del patriarcado”, cuyo mayor exponente es la educación sexual “antagónica” que reciben hombres y mujeres. “En su infancia, los chicos se miran sus genitales entre ellos, pueden medírselos e incluso masturbarse en grupo, y no pasa nada. Nosotras no quedamos para hacer esas cosas”, señala Mieville.
Según la socióloga, la violación es un acto que “ha sido legitimado durante siglos” y que entra “dentro de las cosas que se inculcan a los hombres en el patriarcado”, por el que entienden que “tienen un impulso sexual distinto al de las hembras”. “William Masters y Virginia Johnson ya han demostrado que la respuesta fisiológica sexual humana entre machos y hembras es idéntica. Lo que ocurre es que a nivel de relación con la genitalidad y con los cuerpos, hombres y mujeres han sido educados de manera diferente”, detalla.
Los últimos casos de violaciones en grupo denunciados, como el de los Sanfermines de 2016, que popularizó el término de “La Manada”; el de una menor por parte de varios exjugadores de la Arandina Club de Fútbol; o el más reciente, perpetrado en el seno del Ejército en Antequera, en Málaga, han causado temor y consternación en la sociedad. La solución, lejos de girar en torno a una nueva reforma del Código Penal, pasa por poner fin a los “estereotipos que invisibilizan y naturalizan la violencia de género”, según manifiesta la vicepresidenta de la Asociación de Mujeres Juristas Themis, María Ángeles Jaime de Pablo. “A la hora de preparar una estrategia de defensa se van a plantear todos los estereotipos posibles: ella miente, ella quiere salir beneficiada, ella dice que no pero quiere decir que sí. Son estereotipos que explican por qué se producen las agresiones”, asegura Jaime de Pablo.
Asimismo, la jurista reconoce que, aunque hay muchas sanciones sexuales tipificadas en la ley, todavía existen “demasiadas vacilaciones y oscilaciones a la hora de reflejar qué conductas son graves, cuáles merecen una pena y qué sanción hay”, y recuerda que ha habido “veinticinco reformas judiciales” al respecto en el último cuarto de siglo. Para Mieville, el trasfondo de una violación en grupo evidencia por sí solo que no se trata de un acto sexual. “¿Qué pasa con cinco hombres a los que les excita estar con otros hombres con sus penes fuera? A nivel de deseo, lo que menos importa es tirarse a esa chica. Igual lo que les importa es ponerse cachondos entre ellos, con lo cual el razonamiento del deseo hacia las mujeres y lo irresistible, ahí queda atrás”, argumenta la sexóloga. Mieville insiste en que, más allá de demostrar “empatía” hacia las mujeres violadas, lo más apremiante es dejar claro que una violación es un “delito que vulnera los derechos humanos”.