El cuello de Gabriel se quebró el 3 de noviembre de 2014, pero su sonrisa no desapareció hasta siete meses después, cuando su luz se apagó tras “luchar como un vikingo” por su vida. Aquella tarde de noviembre, al regresar del colegio con su padre, un coche invadió su carril y embistió frontalmente su vehículo. Gabriel quedó sujeto en su silla de seguridad, pero había sufrido una luxación completa de la vértebra cervical, provocando la separación interna del cráneo y la columna vertebral.

En los meses posteriores su familia hizo lo que estuvo en su mano para mantenerlo con vida, pero fue en vano. Fernando López, su padre, recuerda cómo descubrió que lo que mató a Gabriel fue la silla de sujeción. “Nos dimos cuenta mucho después”, dice, “incluso nuestra hija seguía viajando en una silla igual a la de Gabriel. Un día, hablando con el neurocirujano, me preguntó cómo eran posibles esas lesiones. Yo le dije: Y yo qué sé, si me compré la mejor silla que me dijeron que me podía comprar. Y él me dijo: Pues algo habrá que hacer. Eso se me quedó grabado”.

Acudieron a una tienda especializada y conocieron a Cristina Barroso, creadora de la web Acontramarcha.com. Ella les explicó los motivos físicos por los que se habían producido esas lesiones y cómo se podían haber evitado con una silla en la que el niño viaja sentado en el sentido contrario a la marcha. “Tú te preguntas cómo te ha podido pasar esto y la verdad es que, cuando sabes la explicación física, ves que no podía pasar otra cosa”, se lamenta Fernando, “a partir de saber eso, decidimos empezar a luchar para cambiarlo”.

Los padres de Gabriel lideran en Change.org una recolecta de firmas para que cambie el sistema de homologación de las sillas y sea obligatorio viajar a contramarcha hasta los 4 años. “Nos hacen pensar que si está homologado, es seguro y se puede usar sin que te destroce. Pero no hacen lo que deben hacer: proteger a nuestro hijo, no solo tenerlo atado en el coche”, denuncia Fernando López, “ así que pedimos que ir a contramarcha sea obligatorio hasta los 4 años, no hasta los quince meses”.

Llevan acumuladas más de 270.000 adhesiones, pero Fernando es consciente de que esta herramienta no es más que un medio de presión. “Acabamos de registrar una asociación, Lesión Cero, para empezar a ejercer acciones y recoger firmas reales con las que se pueda intentar hacer una proposición no de ley que cambiara el sistema de homologación y que hubiera algún tipo de criterio médico en él, que hoy no lo hay. El actual es en base a criterios industriales y comerciales. Perseguimos que, al igual que en Suecia o Noruega, los índices de lesión en los niños sean cero”.

una web divulgativa Cristina Barroso lleva una década trabajando para implantar en España las sillas a contramarcha. Las conoció en 2007, pero fue incapaz de que ningún distribuidor o fabricante se las trajese a su tienda de Madrid. Decidida a no quedarse con un no por respuesta, comenzó a investigar sobre estos productos por entonces desconocidos en el Estado. “Comprobé que era una información muy opaca”. En 2012 consiguió convertirse en la primera distribuidora de este tipo de sillas en el país y creó Acontramarcha.com para que fuese “un punto de referencia para el consumidor y todas las tiendas”.

Barroso tiene claro que la poca visibilidad de las sillas a contramarcha en nuestra sociedad atiende a intereses comerciales y a la falta de información. “En Suecia, por ejemplo, no han tenido otra manera de viajar en los últimos 50 años”, explica. Allí, en 2015, no falleció en carretera ningún menor de 4 años.

La oferta de sillas que presenta el mercado atiende a dos orígenes bien diferentes. “En EEUU nacen las sillas a favor de marcha y su origen no era proteger a los niños, era sujetarlos. Si un adulto viajaba con dos niños en el coche, lo más probable era que esos niños terminaran subidos a su chepa. Empezaron a diseñar diferentes soluciones que luego se comercializaron. Estamos hablando de los años sesenta”, relata Cristina Barroso, “al mismo tiempo, en Suecia, inventaron el cinturón de seguridad de tres puntos en 1955 y se pusieron a pensar en una solución para niños, porque sabían perfectamente que ese sistema no era válido para los niños. Su único objetivo era evitar lesiones. Se fijaron en la manera en la que amerizaban los astronautas. Son orígenes totalmente distintos, pero la normativa no la hace un ministerio de sanidad, la hacen los propios fabricantes. ¿Quién se pone a desarrollar una normativa, teniendo miles de productos absolutamente inútiles, y de pronto dice que vamos a ser muy buenos y a empezar a hacer sillas seguras en lugar de las que hemos hecho hasta ahora?”.

Con los fabricantes mirando hacia otro lado durante décadas, es normal que en las carreteras vascas cueste ver sillas a contramarcha. En los últimos dos años la tendencia ha empezado a cambiar y las sillas de este tipo suponen ya el 20% de los modelos expuestos en las tiendas, pero esto solo se traduce en un 5% de las ventas. “Estamos tirando de esto un 20% o un 15% de todas las tiendas de España, mientras que el mercado está empujando hacia el otro lado”, se lamenta Barroso, “así que el porcentaje de sillas a contramarcha que puedes ver es muy bajito. No hay un empuje rotundo por parte de las autoridades. Hace tres semanas un anuncio de radio de la DGT, por primera vez en la historia de España, ha empezado a pedir que a los niños se les lleve de espaldas hasta los 4 años”.

Barroso trabaja con el objetivo de que “desaparezcan todos los sistemas que no son de seguridad”. Denuncia que el 90% de las sillas no son sistemas de seguridad, sino sistemas de retención. “La gente no entiende que retener y proteger no es lo mismo”, protesta, “¿qué es mejor: saltar de un avión con paracaídas o sin paracaídas? ¿Y si te lo ato al cuello? En el primer caso es mejor saltar con paracaídas, si doy por sentado que se agarra a mi cuerpo por una zona que soporta ese peso. Pero si me lo pongo en un sitio que no soporta ese peso, como el cuello, el que me mata es el propio sistema. Una silla de frente es un paracaídas atado al cuello. Cuando tú ves al maniquí en el test de choques, lo ves sujeto, pero no ves que la cabeza en ese momento pesa 250 kilogramos y pende de un hilo de silicona, así que nada más empezar el impacto ya se le ha roto el cuello”.