El verano siempre sorprende en Vitoria, sobre todo porque suele ausentarse gran parte del tiempo, así que los nativos de aquí acostumbramos a decir que estaciones, lo que se dice estaciones, sólo hay tres en nuestra ciudad; a saber: otoño, invierno y la estación del tren. Pues bien, para orgullo patrio, ahora también tenemos otra estación más: la flamante estación de autobuses. Y si bien el transporte urbano municipal es un cúmulo de episodios divertidos y curiosos, no lo es menos el transporte discrecional a diferentes destinos, sobre todo veraniegos.
Me comentaba un amigo conductor de líneas de largo recorrido (en concreto de las que van para la costa del Mediterráneo), que llevando la semana pasada a un grupo completo de adorables ancianos vía Imserso con rumbo a Benidorm, al llegar por Aranda de Duero, el pasaje se le amotinó por disconformidad con el equipamiento del autobús. Como lo oyen. Y el motivo no fue que el vehículo no reuniera las condiciones adecuadas para el viaje, de hecho era un modelo nuevo equipado hasta las cartolas con todo lo habido y por haber (váter, mueble bar, microondas, zona discoteca, bolera, pista de tenis y gimnasio); o que no incluyera sistemas de seguridad adecuados (antivuelco, estabilizadores, ABS, ASR, TKGAS-DCOSAS)? No. No fue ése el motivo. La causa de la trifulca fue que no llevaban un mísero bingo para jugar unas partiditas en tan largo camino, y ya se sabe que las personas de edad son asiduas jugadoras compulsivas a tan díscolo juego de azar. Tuvieron que detenerse en un área de servicio porque había tal follón en la parte trasera que resultaba imposible conducir con seguridad.
La guía de la excursión, una jovencita eventual de poca experiencia estaba asustada:
-¿Qué vamos a hacer ahora? -Le dijo a Paco el conductor, casi sollozando-.
Mi amigo convocó una asamblea participativa en la cafetería de la gasolinera. Explicó que había que aguantar con el Monopoly, el dominó, las cartas y el parchís. Además, tenía un surtido completo de películas de Pajares y Esteso a la entera disposición del pasaje. Pero los jubilados se negaron en redondo a moverse de allí. Incluso hicieron una manifestación por la zona de los baños con pancartas improvisadas. Tras dos horas de tensa situación y, temiendo la llegada de los antidisturbios, Paco rebasó su límite:
-Lo siento -dijo ya enfadadísimo-. No podemos retrasarnos por más tiempo. Tenemos un horario que cumplir. Ahora mismo voy a continuar con la línea.
-¡Qué sinvergüenza! -le respondió un abuelo de manera contundente-. Nos ha engañado y ha sacado usted línea. Pues sepa que no pensamos movernos hasta que se cante el bingo?