Subía el otro día en mi autobús un señor invidente de mediana edad. Iba acompañado de su fiel perro pastor que le guiaba tranquilo y seguro en su dubitativo caminar y en la lenta ascensión al vehículo. El hombre vestía de manera informal con un chándal y unas zapatillas de deportes que se me antojaban cómodas. El perro iba desnudo completamente, lo que se me antojaba bastante normal tratándose de un cánido. Me saludó simpático (el ciego):

-Buenos días caballero -dijo sonriente mirando hacia otro lado-. ¿Me puede pasar usted la txartela si es tan amable?

-Claro, claro -respondí yo dándole una referencia sonora hacia donde otear-. Pasé la tarjeta y activé el sonido del autobús para que fuera cantando todas las paradas. Por cierto, con una voz robotizada que comparándose con el Siri, más se parecía a una máquina de tabaco que a una locución de este milenio.

-Gracias -me respondió mientras se sentaba junto al perro en un asiento próximo a mi vera-. Soy de Rioja Alavesa y he venido al hospital a hacerme unas pruebas, por eso ando un poco perdido.

-Ya veo? quiero decir, que ya se nota -corregí como pude-. Espero que todo vaya bien.

-Sí, es que tenía dolor.

-¿En el ojo?

-No. En el intestino grueso, en el ciego.

-¿El ciego? -Yo no sabía qué hacer ante tanta coincidencia-. ¿Y de qué parte de la Rioja es usted? -pregunté para disimular-.

-Soy de Elciego -respondió sin inmutarse-.

Casi me salgo de la rotonda con la respuesta. Aspiré hondo y seguí con normalidad mi recorrido intentando relegar el cúmulo de casualidades.

-Me quedé ciego por culpa del vino -continuó al poco-. Primero por culpa del blanco y después por el tinto.

Fui a hacer un chiste sobre el vino que tiene Asunción, pero no me pareció oportuno. Decidí centrarme en la pérdida visual:

-¿Por el azúcar? ¿Una diabetes con retinopatía o con glaucoma?

-No. Porque mi sobrino estaba con la carabina tirando al blanco y un perdigón me dio en un ojo. Con el dolor, al moverme, me di un golpe contra la prensa de las uvas tempranillo y dañé el otro ojo también.

-Qué mala suerte -dije sincero-.

-Me bajo ahora en autobuses -declaró el hombre oyendo el aviso robótico del bus-. Y continuó. Además, a la semana del accidente, cuando robaron en la Caja de Ahorros del pueblo, la Policía me detuvo como presunto culpable al estar por los alrededores.

-No es posible -respondí entrando en la gatera de la estación-.

-Créame -concluyó levantándose y achuchando al perro que estaba medio dormido, para que le guiara hasta la salida-. Por fortuna quedé libre a la media hora. ¿Sabe por qué?

-Ni idea.

-Pues porque no tenía nada que ver en el asunto?