Uno de cada cinco vascos viven solos. Esto al menos es lo que dicen los datos de la última Encuesta Continua de Hogares 2016 difundida recientemente por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Pero vivir solo y en soledad no es lo mismo, como tampoco lo es haber elegido ser un single o tener que serlo por necesidad u obligación. De modo que para pulsar cuál puede ser esta realidad estadística de quien vive solo y porqué, de si es un/a solitario o no, hemos contactado con cuatro vascos y vascas “solitarios” de diferentes características. Posiblemente a las cadenas de producción alimentaria, inmobiliarias y agencias de viajes les pueda servir el dato de esta cuarta parte de población que vive sola para adaptar sus estrategias comerciales, pero detrás de cada uno de estos casos hay una historia que sabe poco de táctica de compraventa y sí mucho de ser diferente a la mayoría, aunque también es cierto que cada día son menos minoría.

Valen vive solo, pero no en soledad. Él no es un solitario, porque aprecia la buena compañía en lo que vale y cuanto vale. Empezó como otros muchos a vivir fuera del hogar materno/paterno cuando inició una relación de pareja en los 90, que tras unos años de convivencia no cuajó, “más bien acabó como el rosario de la aurora y yo me quedé en el piso”, recuerda este autónomo de 51 años. A modo de vacuna, la decisión de vivir solo se interiorizó en su programa de vida y así sigue porque es el modelo de existencia que más le va. “Lo mejor que he podido hacer en mi vida es no volver a compartir vivienda con nadie”, sostiene. “Además, aunque tuviera pareja tampoco conviviría. Sería un fijo discontinuo; los fines de semana, por ponerte un ejemplo”, dice sonriente.

Independencia Hay personas para las que el bien supremo es la familia, para otras el dinero. En el caso de Valen, el bien más preciado es su libertad. “En la medida de mis posibilidades, no tener que rendir cuentas a nadie por nada. Difícilmente voy a cambiar mis rutinas si viviese con otras personas. Además, con la edad te vuelves más maniático; tienes tu orden, tu rutina”, reconoce este autónomo baracaldés de pura cepa.

No teme envejecer en soledad, pero es consciente de que llegarán los problemas de salud. “Muy probablemente me moriré solo. Aunque al final, la verdad es que la mayoría nos morimos solos. Pero cuando lleguemos a ese río, cruzaremos este puente”, apunta este lector empedernido, enamorado del jazz.

Para Valen vivir solo tiene algo de arte. En su caso, es una opción, una forma de vida. Recuerda que al principio para hacerse una tortilla de patata se quedaba sin vajilla; ahora solo utiliza un plato. “Luego te vas adaptando, a la fuerza ahorca. Hace falta ponerte las pilas. No sé si es tanto una cuestión de disciplina o de hábito, pero lo que no lo haces tú, no te lo hace nadie”, reflexiona, al tiempo que reconoce que es muy diferente vivir solo porque no te quedan más bemoles o por propia elección. “Difícilmente podría volver a vivir de continuo con alguien; no lo soportaría. Con la edad te vuelves maniático y quieres tener tus discos, tus cosas donde las dejas; no aceptaría un cambio. Son rarezas. Está claro”.

Su entorno lo conforman amigos de todas las características, desde los que tienen tres hijos hasta los que viven como él, solos después de un divorcio o una ruptura sentimental. “También están los irreductibles. No hay piedras suficientes en las que tropezar, pero en general, creo que la mayoría de la gente que ha tenido una ruptura se ha quedado en su casa y lo que tiene son relaciones esporádicas”, subraya.

Libertad con dignidad A Miren Josune Real primero le llegó el síndrome de la separación quedándose a vivir sola con sus hijos, pero con el paso del tiempo el futuro del nido vacío le ha dejado sola en casa, pero tampoco solitaria, porque con frecuencia se reúne con la familia; está muy a menudo con sus hijos Asier y Amaia, que han tomado sus propios caminos. “Si no hubiera tenido hijos probablemente hubiera vivido sola desde los 40, que es cuando me separé”, explica esta abogada bilbaina jubilada de la Universidad de Deusto, y socia fundadora de la consultoría Garrébil, empresa especializada en resolución de conflictos, que ha creado la iniciativa Klausulak para ayudar a las personas afectadas por varios tipos de cláusulas abusivas en los contratos bancarios, entre otras las cláusulas suelo.

A sus 66 años esta activa jubilada vive en su piso de Mazarredo de Bilbao y reconoce que si a los 40 hubiera encontrado pareja, tal vez ahora no estaría sola, pero en estos momentos ni se lo plantea. “Creo que hay una edad para todo y también para rehacer tu vida. El vivir sola me da libertad. Además, para mí, que por mi profesión me gusta trabajar en casa, es la situación ideal”, explica Real, quien goza de una buena situación económica y puede seguir ejerciendo su profesión de abogada, algo que le apasiona.

“He trabajado desde que empecé la carrera, pero hay muchas mujeres de mi generación que no tuvieron acceso a la formación ni al trabajo remunerado y se han quedado descolgadas de las jubilaciones y viven en situación de gran precariedad; las instituciones tendrían que velar por estas personas, en su mayoría mujeres”, apunta convincente. “Conozco muchos casos sangrantes a los que el Estado del Bienestar no les llega. Es cierto que desde los Ayuntamientos vascos se ofrece una asistencia domiciliaria, pero habría que incrementarla. Además, hay mucha gente que vive sola por obligación. A ésta habría que buscar fórmulas para acompañarla”, indica concienciada.

soledad sobrevenida Mikel no se quedó inicialmente solo por decisión propia, sino porque en un corto espacio de tiempo se le murieron primero su aita y luego su ama, siendo hijo único se quedó en su casa. Una soledad sobrevenida a la que con el tiempo, este alavés que aún entrado en la treintena, se ha habituado y a la que saca la utilidad vital que puede.

Mantiene relaciones esporádicas como cualquier joven de su edad pero, por ahora, nunca como para vivir en pareja de manera continuada. Mikel trabaja en el área de la informática, y podría organizar su vida a dos, pero dice que el peso de los años le está inyectando dosis refractarias ante el compartir de manera fija su hábitat.

“Desde los veintipico vivo solo y me gusta, aunque reconozco que si compartiera piso con algunos amigos, como me han propuesto, tal vez tendría una situación económica más holgada. Pero como no tengo que cargar con una hipoteca como la mayoría de mis compañeros, resisto bien. Aunque es cierto que para una persona con un sueldo regular como el mío, llevar una vida más o menos acorde con mi edad, hacer frente a los gastos normales que conlleva la casa: luz, el agua, la contribución... supone un gran esfuerzo. Vivo al día, y lo que ahorro lo invierto en viajar; todos los años hago algún viaje al extranjero”, apunta Mikel, cuya pasión es conocer otros países y otras culturas.

A pesar de todo se considera afortunado por tener trabajo y no depender de nadie de su familia, “con los que tengo una buena relación y en los que podría apoyarme en un momento de dificultad. Tener un colchón es bueno, pero mejor no necesitarlo”.

estrecheces y soledad Ni empezar a vivir solo por un desengaño amoroso como le sucedió a Valen, ni como consecuencia del nido abandonado de Miren Josune, ni el modo abrupto de quedarse solo de Mikel sirve para nada de ejemplo a la vida de soledad de Ana María (nombre supuesto), que no eligió, en absoluto, vivir en singular. Siendo viuda real desde 2002, es viuda no reconocida porque convivió con Juan, con el que no se casó y no tuvo vástagos, aunque él sí había tenido pareja de joven con un hijo de su matrimonio adolescente que le duró un año, pero que nunca disolvió. Así que Ana María es viuda sin poder serlo oficialmente. Como consecuencia, junto a las estrecheces dinerarias, ha de sumar la paulatina decrepitud que con la edad siempre llega.

A los 72 años esta pizpireta donostiarra vive con la calderilla de su pensión. “Muy justita, pero más vale patatas con paz que chuletas con amargura”, dice con cierta ironía. Una pensión de su etapa de trabajadora con jubilación anticipada por cierre de la empresa, que “al final se queda en nada. Además, tuve que irme de Euskadi por temas de trabajo, he pasado la crisis de los 80 y ahora me ha tocado la del 2008. En la primera con el agravante de que tuve que atender a mi ama enferma durante siete años. Fue una etapa horrible de mi vida”, recuerda como si fuera hoy.

Pero como los males nunca vienen solos, a Ana María le detectaron un cáncer. “He pasado por unas circunstancias médicas muy graves; soy superviviente de un cáncer, aunque los achaques son continuos”, explica, sin perder su espíritu crítico hacia las instituciones. “Tendría que haber más apoyos sociales. Tengo un piso cuyos gastos al mes son de 130 euros, lo que supone que vivo con 500 euros”.

A pesar de todo, esta fumadora empedernida con una familia desestructurada y unos sobrinos que apenas la visitan, no pierde el sentido del humor. “Vivir en soledad tiene muchas ventajas; nadie interfiere en tus decisiones. Haces lo que te da la gana y eso es una hermosura”, dice. Vivir solos/as, ¿soledad o libertad? o ambas cosas a la vez.