ni jerarquías ni propiedad privada. Solo una amplia sabana por recorrer y un mundo nuevo por conocer. Los recursos naturales, inagotables. Las comunidades humanas, fraternales. Las relaciones eróticas, abiertas, amistosas y desinhibidas. Así fueron los tiempos de los primeros homo sapiens que pisaron el planeta: un paraíso. Con sus más y sus menos, pero idílico al fin y al cabo. Mas todo cambió cuando se les antojó el elixir de los dioses: la cerveza.

Tal y como explica Roberto del Ferrero, un leonés que se dedica a investigar los nexos entre la historia de la cerveza y de la sexualidad -a lo que ha denominado como Cervexología-, el ser humano y los animales conocen el alcohol desde la noche de los tiempos. “La diferencia entre aquellos protohumanos y el resto de los mamíferos es que hace 10 millones de años un antepasado común con los gorilas y los chimpancés sufrió una mutación en la encima ADH4 que le permitió digerir sin mayores problemas el alcohol”. Según la revisión bibliográfica de la asociación cervecera pucelana Ninkasi, a la que pertenece Roberto, esto supuso una ventaja adaptativa: “La fermentación de los frutos caídos de los árboles les aportó mayores nutrientes y un poco de diversión, tanto que hizo que bajaran de los árboles y que les costara volver a subir”.

Posteriormente, el domino del fuego ofrece al ser humano la posibilidad de controlar la maceración del grano. Gracias a esto, aprende a fabricar alcohol. “Es entonces cuando empezamos a prestar atención al grano y, por consiguiente, se produce la sedentarización ante la necesidad de cultivar más cereal para aumentar el consumo de cerveza”, asegura Roberto. Según los estudio del químico Martin Zunkow en la excavación del primer gran asentamiento conocido, Göbekli Tepe (Turquía), el ser humano ya era capaz de fermentar cerveza hace 11.600 años.

En los primeros momentos de esta transición las comunidades pasan por un periodo de empobrecimiento alimentario y empeoramiento de la salud. En todo el mundo las sociedades agrícolas han tenido peores condiciones de salud que los cazadores recolectores: falta de saneamiento, de limpieza, enfermedades, poco deporte, guerras. Y a pesar de todo, el ser humano no abandonó sus asentamientos. ¿Por qué? “Porque perseveró bebiendo cerveza esperando que las cosas terminaran mejorando”.

De esta manera, el hombre se atrincheró en su casa, construyó depósitos de grano, inventó la propiedad privada, incluyó en ella a su mujer y sus hijos ya que eran necesarios para el cultivo del campo y la defensa del territorio, jerarquizó la sociedad y creó el concepto de familia mientras seguía bebiendo cerveza. Y por supuesto, todo ello tuvo eco en la sexualidad: principalmente en la instauración de la monogamia.

“El ser humano es expulsado del paraíso neolítico en el que no existe el pecado, se vive felizmente sin propiedad privada, desnudos, sin problemas alimentarios y en un sistema social solidario, desinteresado y fraternal, por el conocimiento, la civilización, el egocentrismo, el materialismo, el pecado, la propiedad privada y la guerra”. Es más, según los estudios del historiador Rod Philips, solo las comunidades que no metabolizan el alcohol no “han evolucionado”.

Aunque el Génesis no especifica cuál es el árbol ni el fruto por el que Adán y Eva fueron expulsados, Roberto se adhiere a la interpretación del científico alemán Josef Reichholf: fue por un cuenco de cerveza. “Si ahora estas tomándote una caña piensa que gracias a ella puedes leer el artículo que tienes delante, porque fue la cerveza la que promovió que el ser humano desarrollara la escritura y la civilización que nos ha llevado hasta internet”.