Afectados y aseguradora tienen visiones contrapuestas. ¿En cuánto se valora la pérdida total de la agudeza visual? Es el motivo principal de la pelea judicial que enfrenta a Osakidetza con tres pacientes vascos que quedaron ciegos del ojo intervenido tras una operación de desprendimiento de retina por el uso de un producto oftalmológico en mal estado. Transcurrido más de un año y medio de los daños sufridos, y concluida la investigación, Mikel González, vecino de Errenteria de 45 años, espera “llegar a un acuerdo sin necesidad de ir a juicio”, aunque por el momento no hay entendimiento. El Servicio vasco de Salud reconoce su responsabilidad en los hechos, pero a la hora de establecer la cuantía surge el desencuentro.
Para el cálculo de esta indemnización, tal y como establece la jurisprudencia, se acude a modo orientativo al baremo de accidentes de tráfico. En esta tabla se cuantifica la compensación tanto por los días de recuperación de las lesiones sufridas como por las lesiones permanentes o los perjuicios estéticos.
La pérdida de visión del ojo izquierdo de este vecino de Errenteria ha sido valorada en 28.200 euros, como figura en la resolución definitiva del expediente de Osakidetza que se le ha hecho llegar. ¿Es mucho? ¿Es poco? “A nosotros desde luego que nos parece una valoración baja. Por eso hemos presentado ante el juzgado contencioso de Donostia el recurso, reclamando una mayor cuantía”, dice González.
Cuando se le pregunta qué indemnización sería la justa, se encoge de hombros y reconoce que se deja guiar por el abogado. Carlos Gómez Menchaca entiende que la principal batalla está ganada con la asunción de responsabilidad por parte del sistema sanitario. Pero a partir de ahí no ve “razonable” esos 28.200 euros. “Desde luego que un ojo vale bastante más. La indemnización no se puede calcular en función de los baremos de tráfico. Cuando en un accidente de circulación se pierde la funcionalidad del ojo, se establecen cifras en torno a los 50.000 euros. Pero en este caso no es así, va más allá. Una cirugía de desprendimiento de retina tiene un porcentaje de éxito del 96%. Aquí de lo que hablamos es que, como consecuencia de un producto defectuoso de una toxicidad gravísima, que no de una mala praxis, se ha causado un daño irreversible que afecta al nervio óptico”. El letrado ha presentado una demanda que asciende a 100.000 euros “por responsabilidad patrimonial de daños”.
Ha transcurrido ya un año y nueve meses de la alerta decretada por el servicio vasco de Salud, tras constatar que durante la primera quincena del mes de junio de 2015 varios pacientes operados de desprendimiento de retina en el Hospital Universitario Donostia, en el de Cruces (Bilbao) y en otro centro privado habían quedado ciegos de un ojo tras intervenciones que los cirujanos consideraron a priori satisfactorias. El nexo en todos los casos era el uso de perfluorooctano de una misma marca, Ala Octa, fabricado por un laboratorio alemán.
Fueron los profesionales de la sanidad vasca los que detectaron la anomalía, identificaron el tóxico causante y lanzaron la alerta. Tras recibir el aviso de Osakidetza, la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (Aemps) ordenó retirar el producto del mercado a finales de junio de 2015. Desde entonces, se han contabilizado 118 personas afectadas en el Estado, trece de ellas de Euskadi, casi todas de Gipuzkoa.
Todas las reclamaciones se están planteando a título individual y durante este tiempo hay pacientes que se han conformado con las valoraciones realizadas. Otros presentan problemas de mayor envergadura, e incluso algún afectado ha sufrido ceguera total tras ser intervenido en breve espacio de tiempo de los dos ojos con el producto defectuoso.
Para los afectados la clave hasta ahora residía en acreditar que, al margen de la culpa, que corresponde al fabricante alemán y la distribuidora, existe una “responsabilidad del prestatario del servicio”, en este caso Osakidetza que, a través de inspección médica, ha establecido una valoración con la que este vecino de Errenteria y otros dos pacientes vascos no están de acuerdo, por lo que han presentado un recurso ante el juzgado contencioso.
El letrado entiende que a Mikel el percance le ha originado una incapacidad parcial y un menoscabo en su trabajo y en su vida. El perjudicado reconoce que su vida no es la misma. “Poco a poco te vas habituando porque no te queda otro remedio, pero no es fácil, y menos en el trabajo”, dice este empleado en el Registro de la Propiedad, donde lleva la contabilidad. “Utilizo mucho la lupa. Me pusieron una pantalla mucho más grande y me voy arreglando ampliando las fotocopias. El problema es que cada vez me cuesta más. El rendimiento no es el mismo, pero al menos me respetan mi situación y por el momento no me han exigido más. Entiendo que no es culpa de ellos, pero me cuesta más que antes hacer las cosas, y a veces no llego”, admite el errenteriarra, al que le han concedido una incapacidad permanente parcial.
A la hora de conducir también debe tomar precauciones porque tiene dificultades con las distancias, y cuando camina no es extraño que en algunas ocasiones, según explica, llegue a chocar con gente que transita por su lado izquierdo, el campo de visión que le está vetado.
La primera intervención a la que fue sometido se remonta a diciembre de 2014. Se trataba de un desprendimiento muy leve, y le operaron para taponar un pequeño agujero de la retina por el que se filtraba líquido. El problema continuaba y en mayo llegó la segunda operación. Emplearon en esta ocasión una técnica de microcirugía ocular que permite entrar en la cavidad del ojo para acceder a la retina. El objetivo era que quedara definitivamente pegada, pero la parte inferior no se adhería, y fue necesaria una tercera operación, que tuvo lugar el 2 de junio, en la que le aplicaron perfluoroctano, un líquido pesado que se utiliza desde hace dos décadas con normalidad en miles de operaciones de desprendimiento de retina.
El problema es que ese lote estaba en mal estado y resultó altamente tóxico. Para cuando acudió a la consulta al día siguiente ya no veía nada, y poco después le confirmaron que un producto defectuoso le había provocado una necrosis del nervio óptico. Fue el propio facultativo quien le advirtió que existía una posible toxicidad irreversible por el producto, por lo que le aconsejaba ponerse en manos de la justicia. Osakidetza valora la pérdida de visión de su ojo izquierdo en 28.200 euros. Él no está de acuerdo. “Han establecido el cálculo teniendo en cuenta cómo quedé tras la tercera operación con respecto a la segunda, pero el problema es que la primera operación ya había salido mal. Perdí entonces bastante visión, y si no se tiene en cuenta ese aspecto, la indemnización varía mucho”. Este periódico se puso en contacto ayer con Osakidetza para recabar su opinión al respecto, pero no fue posible obtener una respuesta.