María Teresa empezó una nueva vida el pasado 15 de septiembre cuando llegó a Bilbao junto a su marido y su hijo. En El Salvador dejó su trabajo, su casa, a su padre, los sueños que había construido junto a su pareja y emprendió un viaje incierto en busca de un futuro mejor. Escogieron Bilbao porque aquí residían ya su suegra y su cuñada y porque “la situación en Estados Unidos es más inestable con los migrantes, hay muchas deportaciones”. María Teresa es el nombre ficticio de esta mujer salvadoreña, todavía con el miedo en el cuerpo y que llora cuando piensa en lo que ha dejado atrás. “Tomamos la decisión de venir por la inestabilidad del país, por el trabajo de mi esposo, que es capitán de la fuerza naval. Yo tuve un intento de secuestro con mi hijo, mi esposo también, recibimos amenazas, extorsiones, amenazas a la familia de él, a la mía. Allá no se puede vivir y queríamos darle otra vida a nuestro hijo”, cuenta.
Pero empezar de nuevo no es fácil y menos cuando no es algo deseado. “Cuando llegamos a Bilbao sentíamos la emoción de ver cosas nuevas, diferentes, pero a la vez tristeza porque dejas atrás muchas cosas”, relata María Teresa. La que más le duele, su padre. “Me da un poco de miedo por él, que vive solo. Y en una zona asediada por las pandillas. A mi papá lo quisieron extorsionar por el tema de mi esposo, pero en los ocho meses que llevamos acá no ha habido más”, dice, aliviada, y ruega por que siga así.
A su llegada a Bilbao, contactó con CEAR-Euskadi, que ubicó a la familia en uno de los pisos habilitados para la acogida de solicitantes de asilo en la capital vizcaina. La adaptación, los primeros meses, no fue fácil. Un país diferente, una cultura diferente y, sobre todo, unas experiencias de vida que ni imaginaban cuando estaban en El Salvador. “Cuando llegamos al piso estábamos solos, pero luego llegaron tres chicos de Eritrea y otros de Afganistán, Nigeria, uno de Malí. Fue un choque de cultura fuerte. Llegamos a ser 12, la mayoría de ellos eran chicos jóvenes, menos un matrimonio venezolano. Yo nunca había compartido piso, y ahora compartía el baño con tres chicos eritreos. Nos comunicábamos por señas, porque no nos entendíamos”, recuerda.
Pero la convivencia hizo su trabajo y, al final, “nos ayudábamos entre nosotros”. “Todos estábamos en la misma situación”, sostiene. En aquellos primeros meses, no fueron pocas las veces que quisieron volver a su vida en El Salvador. “Los primeros días decía, ¿por qué me vine? A mi esposo todavía le sigue pasando. Él estuvo 15 años en las fuerzas armadas y para él ha sido muy dura la cuestión del empleo, no trabajar. Es duro tener tu carrera, estar preparado, venir a otro país y que te digan que aquí no vales. Te sientes frustrado. Hay momentos que se deprime y quiere regresar, pero no se puede”, cuenta.
Una de las cosas que más le llamó la atención al poco tiempo de llegar a Bilbao fue la sensación de seguridad que sentía en la calle, una carencia que en El Salvador limita el día a día de los ciudadanos. “Salíamos en la noche con el niño al parque y sentir esa seguridad, pensábamos ¿será un sueño?”.
El trabajo María Teresa y su familia viven ahora en otro piso de acogida junto con dos familias, una de nacionalidad colombiana y otra, ucraniana. Ambas con hijos también. Este es el sexto mes desde que solicitaron asilo, por lo que deberán abandonar esa vivienda. Comienzan ahora la segunda fase del proceso: la búsqueda de empleo. Su esposo ha realizado un curso de jardinería de Lanbide y ella, uno de Hostelería. Ambos empezarán prácticas próximamente y se sienten animados. La idea de lograr una mayor autonomía les da fuerzas para seguir luchando. Sin embargo, hasta que se resuelve su situación legal, la incertidumbre pesa por momentos. “Vives con la incertidumbre, con ansiedad. No sabes qué va a pasar contigo. Es como que quieres caminar pero no sientes que puedes dar el paso”, concluye.