vitoria - Se baja canciones de Internet y las oye en la radio de la cocina, que tiene USB. Echa un vistazo a los diarios digitales y navega para preparar sus viajes. La semana que viene comienza un curso de informática para “aprender a salir del atolladero” cuando al ordenador le da por incordiar. Por más que corren las tecnologías, Mª Pilar Abad, a sus 87 años, procura no quedarse atrás. Sin embargo, no es amiga de realizar gestiones bancarias con el ordenador. “Por Internet desconfío, prefiero ir a la caja. Cuando tengo que sacar dinero o entradas o poner la cuenta al día, lo hago en el cajero”, señala, contrariada por el anunciado cierre de sucursales por parte de algunos bancos. “No me hace ninguna gracia. ¿Hasta qué punto estamos llegando, que ellos se enriquecen y quitan empleos? No se sacian, a mí me pone de muy mal humor”.
Dispuesta a desplazarse, llegado el día, a una sucursal más lejana con tal de no operar por Internet, tampoco le gusta que le envíen los recibos al ordenador. “Un día se te desestabiliza y desaparece todo. Encima tienes que tener un eso de seguridad por si pasa algo. Ya no viene ni el cartero porque no tiene trabajo”, añora y vuele a dar rienda suelta a su espíritu crítico. “Nos están domesticando como corderitos, hacemos lo que quieren. Si hacen trampa, los meten a la cárcel y en cuatro días los sacan, pero el dinero no lo devuelven. Y nosotros: Amén. ¿Cuántos empleados había antes en el banco y cuántos hay ahora? Todo lo que nos sacan, todo para el cajón”, protesta. - A. R.