Tengo algo en común con Irene: somos dos donostiarras que hemos terminando viviendo en Navarra. Ella en Lekunberri y yo en Obanos. En una lluviosa mañana me relata su historia en SOS Balkanes, organización de la que fue socia fundadora. Y lo que cuenta me parece, a cada momento, más actual, más a tener presente, a no olvidar. Aquí y ahora. Entre nosotros. Con la conversación descubro una mujer a la que la experiencia de la guerra no ha borrado su profunda delicadeza. Le pregunto por ese momento que marcó su vida.
-Tengo 20 años. Primavera. Una mañana yendo a la facultad, me topo con un chico sentado con una pancarta en la que pide una universidad pública y laica. A la salida seguía allí. Y al día siguiente y al otro. Era del MOC (Movimiento de Objeción de Conciencia). Yo estaba entonces metida en un lío reclamando mi derecho a objetar a la asignatura de religión. Y además sentía un rechazo visceral a la violencia, al autoritarismo, al dogmatismo, así que parecía estar esperándome. Me sumé.
¿Conocías previamente Bosnia?
-Viajé a Yugoslavia cuando Tito todavía vivía. Me encantó. Pero fue la guerra la que me hizo conocer a fondo Bosnia, un país precioso, de gente con un humor increíble.
Nada hacía presagiar lo que luego pasó.
-El lema yugoslavo era la unidad y la fraternidad de los pueblos y Bosnia era un ejemplo por la coexistencia de varias religiones. Las diferencias religiosas no eran entonces relevantes porque buena parte eran ateos.
Yugoslavia se rompe y Bosnia celebra un referéndum impulsado por Naciones Unidas y proclama su independencia el 6 de abril de 1992. Ese mismo día los tanques del antiguo ejército popular yugoslavo se vuelven contra ella.
-El mismo ejército del que se sentían orgullosos. Muchas personas se resistían a creer que ese ejército se proponía destruir precisamente su historia de convivencia.
¿Lo veían venir...?
-Pocos. No era fácil admitir que tus vecinos podían convertirse en tus enemigos. Hubo mujeres encerradas y violadas por antiguos compañeros de colegio. No estaban preparados, ni psicológica ni militarmente.
Vuelves a Bosnia tras la guerra...
-Los que meses atrás hablaban de fraternidad, no habían dejado nada en pie. Era la destrucción, el ensañamiento, la crueldad.
La experiencia fue peor que las informaciones de la prensa.
-Cien veces peor. Hasta entonces las víctimas eran personas imaginarias, anónimas, pero cuando tienen cara y nombres y voz y les tocas, todo adquiere otra dimensión, se convierten en personas de carne y hueso iguales que tú y que yo. Y entonces sus dramas te traspasan. Yo quería comprender cómo podía ser posible aquella locura. Me sorprendió que no hubiera un afán de revancha. Insistían en que no se podía meter en el mismo saco a todos los serbios o los croatas pues entre ellos también había quienes apostaban por la convivencia. No era una cuestión de etnias enfrentadas sino de modelos de sociedad enfrentados. Segregación por religiones frente a convivencia, pluralidad y mezcla.
¿Y cómo se llega a eso?
-Propaganda, manipulación. Inventando amenazas y peligros. Alimentaron la venganza hacia los musulmanes con la idea absurda de que eran descendientes de los otomanos que habían ocupado los Balcanes. Cuando Mladi? toma Srebrenica dice ante las cámaras que le acompañan: “ha llegado el momento de vengarnos de los turcos”. Y mataron a ocho mil personas -tan bosnias como el propio Mladi- cuyo delito era tener un nombre de pila musulmán. Te convencen de que tienes un enemigo. Luego, cuando la guerra se desencadena, cobra autonomía propia. Un crimen alimenta otro crimen.
Detrás de todo ello no hubo, pues, injusticias, ni conflictos previos, agravios anteriores; nada más que construcciones mentales generadas de manera interesada, explotadas en el momento oportuno.
-La guerra se prepara, se alimenta y se justifica recurriendo a agravios o a conflictos de distinto tipo pero, en el fondo, no hay sino ambición, envidia, codicia, deseo de poder. La guerra no pretende solucionar los conflictos sino simplemente eliminar por la fuerza todo lo que se interpone.
¿Qué piensas hoy...?
-Hay una línea muy delgada entre la exaltación del etnicismo y el racismo. Ese desprecio hacia otros grupos; la consideración de una cierta superioridad de unos sobre otros. Muy peligroso. Asusta lo fácil que calan esos discursos; lo fácil que es hacernos ver simples etiquetas donde lo que hay son personas. Primero se les priva de personalidad, luego se les reduce a cosas, después a algo que amenaza con alterar nuestra vida y se termina aplaudiendo cuando se las hace desaparecer de nuestra vida y se termina aplaudiendo cuando se las hace desaparecer de nuestra vista.
Europa.
-Me rebelo con la actitud de Europa. Ser musulmán juega en contra. El mestizaje religioso de Bosnia se veía como una rareza exótica incomprensible. Les encajaba mejor la versión de que la guerra era consecuencia lógica del choque de religiones. No sé si fue ceguera o hipocresía, pero abandonaron a Bosnia y la dejaron en manos de Serbia y Croacia para que se la repartieran. Los bosniacos sobraban en su plan. Sabes que los Estados solo se mueven por intereses, pero cuando ves que cierran los ojos al genocidio que ocurre ante sus narices, es descorazonador, indignante.
¿Hubo algo bueno...?
-La guerra como tal es maldad en estado puro. Otra cosa es que por instinto de supervivencia, por amor a tus seres queridos o por simple humanidad, las personas sean capaces de jugarse la vida o compartir lo poco que tienen. La necesidad aguzó el ingenio. Hicimos una exposición con artilugios hechos en Gora?de, durante el cerco sin electricidad y sin agua potable: radios a pedales, minicentrales eléctricas en el río con piezas de lavadoras, recetas de cocina a base de ortigas. No tenían casi comida. Hubo algunos casos, pocos pero hubo, de personas que se arriesgaron por ayudar a sus supuestos enemigos. Me viene a la mente un caso terrible de una niña en Vi?egrad...
¿Tienes un recuerdo especial de alguien...?
-Aunque se me hace difícil mencionar a una única persona, tengo gran amistad con el hombre que organizó la defensa de Gora?de. Hasta que comenzó la agresión había sido un vividor pero fue el primero en reaccionar y estuvo siempre en primera línea. Dice que fue la etapa de su vida más íntegra. Paradojas de la vida, de joven no había querido hacer el servicio militar.
¿En qué has cambiado?
-Soy más pesimista que antes. La guerra es la mayor decepción del género humano. He visto lo fácil que es convertir a las personas en bestias y que no aprendemos. Y he aprendido de la capacidad de enfrentarse a la adversidad y al dolor. Te sorprenderá, pero también me he reído mucho con su humor negro.
¿Quién es hoy Irene Cormenzana...?
-Alguien que ha perdido un poco de brillo en los ojos, con más amargura, que está contenta de no verse convertida en una cínica, porque se puede terminar así, dejando de creer. Una mujer más realista pero que no renuncia a la utopía como horizonte, como referencia. Una mujer más antibelicista que antes y que piensa que lo ingenuo no es querer acabar con las guerras; lo ingenuo es pensar que la guerra se puede domesticar, someter a leyes.
¿Qué te ha ayudado y qué has aprendido en esa experiencia?
-La paciencia, la perseverancia, la capacidad de ponerme en el lugar de los otros, la imaginación, el sentido del compromiso. He aprendido que deberíamos dejar de pensar que los demás estamos a salvo de la guerra o del racismo. No sé qué es peor: ser perseguidora o perseguida. Yo prefiero lo segundo y prefiero mil veces más una sociedad diversa y mezclada antes que una sociedad uniformizada. Es más viva, más rica.
¿Hay algo que te irrita en especial...?
-Me irrita el cinismo del realismo político. Es una excusa para no actuar. Y me molesta la falta de conciencia de lo importante que es la educación. Sin educación, sin espíritu crítico, somos presas fáciles del adoctrinamiento, nos convertimos en borregos.
¿Harías ahora las cosas de otra manera...?
-Durante la guerra estábamos sobrepasados, había que actuar rápido y había precipitación. Tuvimos bastantes problemas internos por ello. A veces no contrastamos con suficiente rigor algunos datos. No afecta a lo fundamental pero ves que puedes caer en algunas trampas. A veces leo escritos de entonces y encuentro cierto tono de panfleto dramático que no me gusta, pero quién sabe, quizás si no hubiéramos actuado y hablado con el corazón en la mano y con cierta vehemencia, no habríamos contagiado la solidaridad.
¿El dinero que se recoge finalmente llega a quienes lo necesitan?
-Hay quien se disfraza de humanitario para robar, pero por supuesto hay organizaciones honradas y que merecen confianza y que se juegan además la vida. Es cosa de ver su trayectoria, su manera de actuar. Algunas gastan mucho en su propia estructura. Pero si no la tuvieran tampoco podrían hacer lo que hacen. Desconfío de las que se promocionan con publicidad muy emocional, casi morbosa que no ayuda a entender. Algunas buscan captarte con las mismas técnicas que una empresa que quiere venderte algo. Te llaman, te presionan... no me gusta.
¿Qué podemos hacer los que observamos lo que sucede con los fugitivos de Siria...?
-Interesarse, no despreocuparse. Si estás atento tienes la oportunidad de hacer algo desde tus capacidades y posibilidades. Exigir a las administraciones que hagan algo está bien, es necesario, imprescindible, pero la pregunta es: ¿y tu qué haces...?
Nacida en 1958. Psicóloga, animadora teatral, interiorista.
Veinte años de trabajo en SOS Balkanes.
Amante de los animales y de la contemplación de la naturaleza.
Le gusta la buena música. Ravel.
Buenas influencias: su padre, buena persona, médico, al que los pacientes acudían ante todo para ser escuchados, sin límites de tiempo.