Tuvo que ser rodeados de la tranquilidad que irradia el Camino de la Filosofía y de la paz que proyecta el Templo de Oro, envuelto por sus jardines perfectos, donde los representantes de más de un centenar de países, tutelados por las Naciones Unidas, consensuaron una serie de medidas que estaban destinadas a reducir la emisión de gases de efecto invernadero con el objetivo de luchar contra el cambio climático. Fue en diciembre de 1997 y a aquel acuerdo se le bautizó como Protocolo de Kioto. Entró en vigor en 2005 y su meta, entre 2008 y 2012, era conseguir reducir al menos un 5% las emisiones respecto a las emisiones medidas en 1990. A finales del pasado mes de julio, dieciocho años después, el Consejo de Ministros español aprobó un paquete de medidas para que el país se adecue a lo propuesto en la prórroga del tratado firmado en Japón. ¿Por qué ha sido necesario prolongar los compromisos de Kioto? ¿Acaso no se ha cumplido con aquel objetivo que debía proteger a la población de los desastres del cambio climático?

Lo cierto es que no, Kioto no ha servido para esquivar el gran mal resultante de la contaminación. Las Naciones Unidas siguen organizando anualmente cumbres para buscar soluciones más efectivas. La próxima será en diciembre en París y hay puestas en ella grandes expectativas: tal vez se firme a los pies de la Torre Eiffel el acuerdo que coja el relevo de Kioto para evitar que la temperatura del globo suba dos grados para finales de siglo.

Javier Andaluz es el responsable de la campaña de cambio climático de Ecologistas en Acción para todo el Estado. Mira a París con optimismo, “creo que la esperanza no la debemos perder”, pero es consciente de lo difícil que será que se llegue a un acuerdo: “El historial de las cumbres nos lleva decepcionando durante mucho tiempo”. Kioto puede ser el inicio de ese amargor. “A toro pasado se podría decir que en el Protocolo de Kioto se pusieron demasiadas expectativas porque, en un principio, se sumaron muchos países”, explica Andaluz. Pero finalmente los grandes contaminadores mundiales se bajaron del barco y dejaron el acuerdo un tanto descafeinado. “Que no estuviesen países como China, Estados Unidos o Canadá, que se bajó del Protocolo de Kioto en el último momento para no hacer frente a las sanciones que le esperaban por no haber cumplido con su cuota, hace que se haya estado lejos de cumplir los objetivos que se planteaban para 2012”, reconoce Javier Andaluz.

España hace trampas Es cierto que hay algunos países que sí han cumplido con su parte del acuerdo de Kioto. Esto ocurre, sobre todo, con los países de la Unión Europea. Pero España es una de las excepciones que no ha hecho sus deberes en el viejo continente. “Sobre el papel España ha cumplido con sus compromisos de una forma un poco compleja”, confiesa el responsable de Ecologistas en Acción, “en niveles de emisiones España no está muy lejos de cumplir con el 15% de disminución en emisiones con el que se comprometió en el protocolo de Kioto”. Lo que pasa es que España se ha dedicado a comprar derechos de emisión a otros países. “Del 2008 al 2012 España gastó 800 millones de euros en compra de bonos de emisión de gases”, detalla Andaluz, “sí que ha cumplido, sobre todo por una compra importante gestionada por el ministro Arias Cañete a Polonia, pero no ha habido ese descenso real en las emisiones españolas”. Esta práctica, además de trampear los datos de sus propias emisiones, limita las posibilidades de desarrollo a países que necesitan colocarse en una situación competitiva en el panorama internacional.

Si Europa se ha esforzado por cumplir con el Protocolo de Kioto, otro grandes contaminantes como India, Rusia, China, Canadá o Estados Unidos le han dado la espalda. Bill Clinton llegó a firmar el acuerdo, pero el Congreso de su país no lo ratificó. Estados Unidos, con el 4% de la población mundial, consume el 25% de la energía fósil del planeta y es el mayor emisor de gases contaminantes del mundo. Tal y como apunta Javier Andaluz, “no tener en el protocolo a países con esa gran industrialización y esa gran emisión significa que es muy difícil abordar un verdadero descenso de los gases de efecto invernadero”.

la prórroga de kioto En 2012 expiraba el tiempo de validez del Protocolo de Kioto, así que ese año, en la Cumbre de Doha, se firma una enmienda que, ante la incapacidad de los asistentes a concretar sus nuevos compromisos de cara al futuro, permite estirar la validez de Kioto hasta un nuevo horizonte: 2020. Es también en Doha cuando se marca en la agenda la cumbre de París de 2015 como el foro del que debe salir un nuevo gran acuerdo que funcione a partir de 2020 y tome el relevo de Kioto.

A las puertas de la cumbre de París no han tardado en surgir en todo el planeta voces que critican la poca ambición de los dirigentes en los documentos previos a la gran cita. Australia, por ejemplo, anunció la semana pasada que para 2030 quiere reducir la emisión de gases contaminantes entre un 26 y un 28% por debajo de los niveles de 2005 . El país de los canguros y de los koalas es uno de los mayores exportadores de carbón del mundo y esta medida le supondría una inversión del 0,2 o 0,3% del PIB del país. Desde el partido Laborista, la oposición acusa al Gobierno de falta de compromiso, ya que en países como Alemania o Reino Unido la reducción está por encima del 40%.

Cualquier objetivo que se marque un país o el planeta entero debería seguir las pautas que marca el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático, que apunta que para conseguir no subir la temperatura a finales de siglo más de dos grados centígrados, se tendría que llegar al año 2050 con un descenso en las emisiones entre el 70 y el 90%. Javier Andaluz explica que “eso prácticamente supone que los países desarrollados tenemos para 2050 un objetivo de cero emisiones”.

dos grados centígrados El límite de los dos grados centígrados de incremento de temperatura no es una barrera que se haya establecido de manera aleatoria. Los expertos del Panel Intergubernamental advierten de que superar ese límite produce una serie de efectos de retroalimentación por el cual la temperatura global crecería. Por ejemplo, afectaría gravemente a la pérdida de casquetes polares, lo que supondría que menos cantidad de la radiación solar sería reflejada. Esto haría que la radiación se quedase en el planeta, incrementando la temperatura y liberando gases que están contenidos en el suelo de la tundra, etc. “Superar ese límite de los dos grados centígrados es bastante peligroso en términos de calentamiento global”, sentencia Andaluz. Incluso hay un sector de la comunidad científica que apuesta por no superar el calentamiento en un grado centígrado y medio hasta finales de siglo.

Desde el Panel Intergubernamental no cesan de crear informes y estudios sobre la situación actual y proyecciones de lo que sucederá en el futuro. Sus predicciones no son halagüeñas, así que la necesidad de que la cumbre de París sea exitosa se multiplica. Javier Andaluz no duda en señalar que, además, “hay una responsabilidad inherente dentro de la cumbre, ya que estamos jugando con el futuro de muchísima población”. Desde su punto de vista la sociedad debe presionar a los dirigentes políticos para que pacten una serie de medidas que frenen el cambio climático.

Pero en la calle los males del cambio climático no son siempre interpretados correctamente. “Hay una gran parte de la población que cuando habla de cambio climático piensa que es algo que pasará en un futuro lejano”, se lamenta Andaluz, “sin embargo, una de las lecciones que nos están enseñando estos últimos años es que ya le estamos viendo las orejas al lobo”. El reloj de arena sigue funcionando, inexorable, y el escenario cada vez es más crítico. “Estamos en el momento de actuar y nos queda poco tiempo”.