esta semana nos hemos encontrado con un curioso dato que indica que los vascos soportamos o disfrutamos, cada uno sabrá, una media de 16 años de casados. Esta cantidad de años antes era mayor y por otra parte la incipiente recuperación económica parece que este último año ha animado más a la separación que el año anterior.

Esto de las medias ya sabemos cómo va, unos mucho y otros nada; mis aitas, por ejemplo, están a las puertas de 60 años saludablemente casados y algún amigo mío ni siquiera ha llegado a los 8 meses, amén de “ese conocido de un amigo nuestro” que ya vino del viaje de novios separado?

Esta es nuestra realidad hoy en Euskadi, ni mejor ni peor que otras realidades pasadas, pena que esos análisis no midan el nivel de felicidad de la sociedad, ése sí que nos daría una clave certera de si mejoramos o empeoramos como sociedad.

Aquellos que nos encontramos en la temeraria decena de los 40, a menudo, cuando hacemos esas comidas o cenas de amigos, de amigas, además de los problemas ligados a la avanzada edad de los aitas y de los líos con nuestros hijos, nos sobresaltamos ocasionalmente con la noticia de que alguno de nosotros informa de su separación. Claro, por contraposición si la boda fue una alegría, la separación debe ser una pena (aunque como siempre hay de todo) y toda ruptura aunque puede liberar ataduras ya insufribles es, cuanto menos, delicada.

No me quiero meter en el debate de si las parejas gays duran más que las de lesbianas y sus diferencias con las tradicionales. Faltan datos para poder analizar estas diferentes situaciones y nadie se atreve a investigar si en las separaciones sale mejor parado el hombre o la mujer para poder corregir situaciones generales y repartir la justicia de forma igualitaria. Por lo que veo y observo a mi alrededor, existen sangrantes diferencias de las que nadie se atreve a hablar y menos analizar, y no será por falta de observatorios e institutos de esto y lo otro.

16 años de media de matrimonio no sé si es mucho o es poco pero la evolución hace pensar que más bien vamos hacia una UTP, Unión Temporal de Personas, es la filosofía que ahora más reina entre nosotros. “Yo estoy contigo si realmente creo que estoy bien pero no me ato a ti de por vida, estaré contigo hasta que decida lo contrario”, esto es lo que sociológicamente está hoy inyectado en nuestra sociedad.

Una unión puede ser magnífica y enriquecedora, y es positivo que dure toda la vida; sin embargo otra puede ser un infierno al mes y también es positivo romperla antes de que haga más daño. Todo evoluciona y nuestras uniones y ámbitos familiares también lo hacen, la clave está una vez más en saber si esta evolución nos hace a todos ser cada vez más felices.