Saben bien que su capacidad cognitiva, funcional y de movilidad no es la que era y que es más difícil para ellos intentar cambiar la situación. Por eso se adaptan a ella. Será cosa de la experiencia acumulada y de haber comprendido que el tiempo corre por igual para todos o simplemente, que la ausencia de estímulos y la falta de contactos con otras personas -familiares incluidos- empuja a las personas mayores, con más de 85 años en concreto, a un escenario de pasividad ante la vida; adaptadas a esa etapa sí, pero que prefieren la inacción para regular sus emociones y los problemas que puedan surgir a su alrededor.

Así lo ha constatado en su tesis doctoral la psicóloga Igone Etxeberria Arritxabal (UPV/EHU), quien firma un novedoso y revelador informe sobre este asunto en colaboración con la Fundación Instituto Matia. El citado documento analiza la disposición emocional de este grupo de personas -cada vez más numeroso- y sus estrategias para organizar sus sentimientos y pensamientos. La tesis examina, además, la influencia de otros factores (nivel de ocupación diaria, actividades instrumentales, estado de salud, apoyo social,?) para de este modo, poder determinar su relación con las respuestas emocionales que exteriorizan los representantes de la llamada Cuarta Edad.

“Es muy interesante estudiar y conocer el funcionamiento emocional de las personas mayores de 85 años, así como saber qué factores influyen en él, porque, a partir de esa edad, aumenta la prevalencia de las enfermedades, así como las limitaciones funcionales, cognitivas y sensoriales. Dichos cambios pueden afectar a la parte emocional de la persona y deteriorar su bienestar”, afirma la investigadora.

Para no limitar el estudio a ese segmento de población, también fueron incluidos otros grupos de edad y, a posteriori, se compararon los resultados. Se pidió a 257 personas mayores de 65 años que respondieran a un cuestionario, para así poder conocer sus características físicas y emocionales. Los resultados se clasificaron en tres grupos: por una parte, los correspondientes al grupo de edad comprendido entre los 65 y los 74 años; por otra, los de 75-84 años; y, por último, los mayores de 85 años.

Para conocer el funcionamiento emocional de esas personas, en el estudio se exploraron sus afectos positivos y negativos, su nivel de satisfacción con la vida, su idilio con la soledad y sus estrategias para regular esas vivencias. En base a esos factores se identifican hasta tres perfiles: los insatisfechos, los felices y los resilientes (aquellos que se sobreponen a situaciones adversas y emociones dolorosas). En cada tramo de edad es po’sible reconocer un perfil principal.

Los resilientes Así, a medida que aumenta la edad, el grupo más numeroso es precisamente el de las personas resilientes. “No gozan de una gran afectividad positiva, pero tampoco padecen una gran afectividad negativa, y regulan sus emociones de manera muy pasiva; tienden a aceptar las situaciones y a soslayar y evitar los problemas”, describía Etxeberria. Los otros dos perfiles, el de los felices y el de los insatisfechos, ven reducido su número a medida que van cumpliendo años, se apostilla en la tesis.

La investigadora extrajo esos retratos-robot del envejecimiento añadiendo al funcionamiento emocional variables de otros aspectos de la vida: la capacidad funcional, el estado de salud, la personalidad y el apoyo social. Así, la investigadora describe cuatro perfiles: las personas felices, las insatisfechas, las adaptadas y las frágiles-aisladas. Y, al igual que en el caso anterior, también en este aspecto queda patente que a medida que se cumplen años predomina uno u otro perfil.

Por ejemplo, resumía en su tesis, a partir de los 85 años son mayoría las personas adaptadas; es decir, aquellas que aun con sus facultades físicas muy mermadas, se adecuan a su situación. “También el grupo de personas frágiles-aisladas es bastante numeroso en dicho tramo. Se trata -agregaba la investigadora- de gente con un elevado nivel de neuroticismo [inestabilidad emocional], una gran soledad y escaso apoyo social”.

El inflexible y tirano paso del tiempo es sinónimo de desgracia y tristeza para muchas personas. O, como valora Etxeberria en su tesis, la cantidad de personas felices (aquellas que son adaptativas a la situación y disfrutan de una buena salud) disminuye a medida que avanza la edad. Esta pauta se repite con el pelotón de los insatisfechos (aquellos que asumen el control de la situación y de las emociones para tratar de cambiarlas) cuyos efectivos también se van reduciendo durante el proceso de envejecimiento.

Al margen de las tendencias es muy importante la diversidad en cada tramo de edad. A partir de los 85 años, el perfil más numeroso es el de las personas adaptadas a esa etapa vital, resilientes, aquellas que han asumido estrategias pasivas para regular sus emociones, pero también hay gente feliz en dicho grupo. “Las diferencias individuales -puntualizaba Etxeberria- son muy importantes a la hora de planificar los cuidados y las actividades relacionadas con los respectivos perfiles. Al fin y al cabo, todos somos diferentes y hay que ofrecer a cada cual la atención que desea y necesita”.

Envejecimiento. En las proyecciones realizadas por el Instituto Vasco de Estadística, Eustat, con relación al envejecimiento de la población de la Comunidad Autónoma Vasca para 2020, se prevé que la población mayor de 65 años seguirá creciendo hasta superar el medio millón de personas ancianas, con incrementos de la población de 65 a 74 años del 22% y la de 75 a 84 años del 10%, mientras que las de 85 a 94 años se duplicarán y los mayores de 95 años crecerán un 155%. En términos absolutos, la población de 90 y más años, que se situaba en torno a los 15.000 habitantes en el año 2006, superará la cifra de los 36.000 en 2020.