Todo comenzó a torcerse el mismo día del nacimiento, hace ya ocho años. El crío venía grande, con más de cuatro kilos, y fue preciso emplear fórceps y ventosas que acabaron por afectarle su desarrollo motor. Enzo Alain Tatareau es hoy un chaval con serias dificultades para caminar y desplazarse. Su madre, vecina de Irun, lucha con denuedo por sacarle adelante, pero no cuenta con apoyo. "Me siento desamparada", asegura. Es hija única. Su madre, que tampoco tiene hermanos, continúa en Ucrania, en pleno estallido separatista, y por el momento no puede venir a echarle una mano. El caso ha llegado esta semana al Ararteko, que se ha interesado por su situación y quiere hacer acopio de toda la información posible para encontrar una solución.

El hijo de Snizhana Kripak, de 40 años, tiene autismo y una minusvalía reconocida del 83%, por la que la familia cobra 500 euros. Son los únicos ingresos que entran en casa de esta mujer que se vio obligada a dejar su trabajo en una multinacional para volcarse en la atención a su hijo. "Durante los tres primeros años no dejó de llorar un solo instante", rememora.

La familia ya sabe lo que es un desahucio. Ocurrió el 28 de febrero de 2013. "Aguardé en el piso pensando hasta el último momento que alguien haría algo por mí, pero no fue posible. El crío se puso tan nervioso que empezó a molestar al personal del juzgado. Me decían que a ver qué pasaba con ese niño. Yo les comentaba que estaba enfermo, pero no encontré precisamente comprensión e incluso hicieron amago de agredirle. Fue muy desagradable", recuerda con dolor. "Del Ayuntamiento no hubo ni una respuesta", lamenta.

Sin noticias del marido

Kripak se empezó a mover entonces en su entorno de amigos, y gracias a ello consiguió reunir algo más de 2.000 euros, con los que entró en otro piso. "Responsables del PNV del Ayuntamiento se interesaron por mi situación y gracias a su intermediación el Consistorio me concedió finalmente una ayuda de 250 euros, que se antojaba insuficiente. El problema es que seguía sin cubrir los gastos. Conseguí finalmente que subieran la prestación hasta 500 euros, pero se canceló a finales de año". Desde entonces la amenaza del desahucio pende de nuevo sobre su cabeza, porque le resulta imposible pagar el piso de alquiler en Dumboa, y además se ve obligada a devolver el dinero prestado. "Nunca había pedido ayudas. Siempre me había valido por mí misma, pero ahora no puedo".

De su pareja, un francés que le dejó al crío el apellido y poco más, no sabe nada desde hace cinco años. "Comenzaron a ir mal las cosas en su empresa, y desapareció de mi vida", lamenta. La asistenta le solicitó cumplimentar los papeles en los que quedara bien claro que busca al padre de la criatura, y que le solicita la pensión alimenticia. Ella dice haber interpuesto la denuncia y hecho todo cuanto estaba en su mano. "Llevo tres años en ese proceso, buscando a un padre que no aparece".

"¿Quién cuida de él?"

Y en ese compás de espera, la vida de Snizhana Kripak se ha convertido ahora en un constante peregrinar de institución en institución. "Si no pago no es porque no quiero, sino porque no tengo", recalca esta vecina de Irun. También ha llamado a las puertas de Lanbide para solicitar la Renta de Garantía de Ingresos (RGI). En más de una ocasión se ha reunido con el director. "Para cobrar la ayuda necesito un contrato de alquiler en el hogar, pero no lo tengo porque mi propietario no quiere prorrogar el contrato y solo piensan en recuperar su vivienda". Pero los problemas no acaban ahí.

Solicitar la ayuda le obliga a firmar su consentimiento para responder a todo trabajo que le puedan ofertar, algo que ella no está en condiciones de garantizar. "Mi hijo necesita atención todo el día. ¿Cómo puedo comprometerme a ello? El niño acude solo tres horas al cole; el resto del día estoy con él, le tengo que preparar una comida especial y tardamos muchísimo en los desplazamientos? ¿Quién cuidaría de mi hijo y en qué condiciones?", se pregunta.

Entretanto, Kripak vive volcada en el chaval. Su hijo solo acude a la escuela por las mañanas, porque "tiene problemas para masticar" y su madre lo recoge antes de comer. "Lo llevo andando. Tardamos casi dos horas en ir al cole y otras dos en volver. No disponemos de coche, y en autobús no puede montar porque se pone muy nervioso y comienza a chillar. Nos ha pasado en más de una ocasión en EuskoTren. Se armaba un follón de miedo porque le incomodan las multitudes, y son situaciones muy desagradables que al final tratas de atajar. De hecho, por indicación de la pediatra, los desplazamientos a Gautena, la Asociación Guipuzcoana de Autismo, hemos conseguido que se realicen en ambulancia", explica.

"Las ayudas para el transporte se han suprimido, me dicen que por los recortes. Mi hijo no sabe levantarse solo, la pierna derecha no la dobla, y no sabe montar en bicicleta", enumera. Pese a todo, ella valora los avances que observa en el desarrollo del chaval. "Antes no te miraba a los ojos, y con tres años comenzó a hacerlo". El crío cursa segundo curso de Primaria. "La terapia se antoja crucial", defiende su madre.