vitoria - El gradual envejecimiento de la población vasca no solo tendrá consecuencias directas a corto y medio plazo sobre el sistema de pensiones, el mercado laboral o el sector de la salud pública y las enfermedades crónicas. La seguridad vial es y será otro de esos puntos sobre el que las instituciones deberán fijar su atención. La pérdida de capacidades asociada a la edad (audición, vista, reflejos,...) les convierte en el chivo expiatorio preferido para el resto de automovilistas, pero además les pone en clara desventaja a la hora de reaccionar ante un conductor imprudente. Por eso, un selecto grupo de voces expertas intentó ayer echar luz sobre esta cuestión: ¿las personas mayores -ya sean peatones o conductores- son un riesgo o realmente están en riesgo? La conclusión a la que llegaron los ponentes -especialistas en gerontología, movilidad y seguridad vial- es que ambas apreciaciones son, en cierto modo, correctas.

Según las estadísticas de 2013 relativas a esa franja de edad, repasadas en el marco de la jornada Envejecimiento de la población y Seguridad Vial organizada por la Dirección de Tráfico del Gobierno Vasco, si bien tres de cada diez fallecidos en accidentes de tráfico tenían más de 64 años (fueron 17 de un total de 56 víctimas mortales), también quedó constancia de que más de la mitad de las personas que perdió la vida a consecuencia de un atropello (ocho de los 14 arrollamientos fatales, en concreto) pertenecían a esa segmento de población.

Tendencia al alza Por lo tanto, la lectura evidente que puede ser extraída es que las más de 440.000 personas incluidas en ese tramo de la pirámide poblacional, mayoritariamente están en riesgo, pero lógicamente y como cualquier otro conductor, no están a salvo de sufrir un percance en carretera. En la actualidad, 169.358 ciudadanos que viven en esa franja de edad tienen en vigor su permiso de conducción, aunque un tercio apenas coge el vehículo. Sin embargo, desde 2010 y hasta el pasado 2013, el número de fallecidos en accidentes se ha duplicado al pasar de 9 a 17 víctimas.

Una tendencia preocupante, tal y como advirtió Garbiñe Sáez, máxima responsable de la Dirección de Tráfico, que será una de las estrategias del próximo Plan de Seguridad Vial del Ejecutivo. De hecho, anunció que ya están analizando lo que ocurre en Europa en este sentido; por ejemplo, la reubicación en las vías de la señalética en zonas más visibles y la posibilidad de que las piruletas sean más grandes, más llamativas, reflectantes, y sobre todo, más comprensibles.

A modo de apunte, ocho de cada diez personas mayores de 64 años reconocen falta de formación en señales y normas de seguridad debido al tiempo que ha transcurrido desde que obtuvieron su carné y a las constantes modificaciones de la reglamentación. A modo orientativo, la mitad de ellos asegura no estar actualizado, describió María Jesús Gómez, directora de proyectos del Instituto de Seguridad Vial de la Fundación Mapfre, en base a las conclusiones de un informe.

Como agregó Ignacio Lijarcio, su homólogo en la Fundación para la Seguridad Vial (Fesvial), "cuando los mayores cometen infracciones lo hacen por desconocimiento". Por eso ambos coincidieron en la necesidad de mejorar la formación de este colectivo a través de programas específicos. En concreto, tal y como apostillo Luis Murguía, asesor de Movilidad y Seguridad Vial del RACVN, "el 75% considera necesario recibir cursos de conducción para actualizarse". Como esta reclamación no es posible en la mayoría de las ocasiones, buena parte opta por una solución más barata: no coger el coche tan a menudo como quisieran, hacerlo solo durante el día o cuando las condiciones meteorológicas sean favorables.

Hábitos y depresión Es decir, adoptan una actitud "autolimitante" que, a juicio de Javier Yanguas, director de I+D de Matia Instituto Gerontológico, acarrea graves riesgos para la salud mental de esa persona. El principal, la depresión derivada de la disminución de una actividad fuera del hogar (conducir) a la que ha estado acostumbrado e incluso el aumento de la tasa de mortandad a tres años. "La gerontología apoya que se siga conduciendo", aseveraba al tiempo que explicaba que el hecho de ponerse al volante implica autonomía, confianza y autoestima; incluso prestigio en función de la edad que sea.

En cualquier caso, subrayó, la solución nunca debe pasar por la retirada del carné de conducir. Dejar de conducir es para este grupo la antesala a la llamada Cuarta Edad, caracterizada por la fragilidad y la dependencia, vino a decir. Por eso, indicó Lijarcio, la meta debe ser "educar. A ellos para que conozcan cuáles son sus limitaciones y a nosotros para que lo sepamos". Un buen punto de inicio sería, anotó Murguía, que la opinión del médico de cabecera sea tenida en cuenta cuando se quiera renovar el carné de conducir. "En cualquier caso -concluyó- los 65 años están lejos de ser el umbral de cese de conducir".