GAsteiz - Es solo un esbozo. Un escenario a futuro pintado a brocha gorda en el que se acierta a entrever una geografía vasca diferente a la actual. Ni mejor, ni peor. Solo distinta. Será menos verde debido al incremento de la temperatura media y a la pérdida de días de lluvia, y tendrá menos playas porque el nivel del mar seguirá subiendo. Un horizonte cuya última pincelada no se sabe cuándo llegará pero que deja constancia de las consecuencias locales del imparable cambio climático que, de no ser mitigado, podría transformar a Euskadi en el Mediterráneo del siglo XXII.
Alejado de los alarmismos y de los mensajes agoreros que han escoltado al último informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas, Ibon Galarraga -investigador del Basque Centre for Climate Change (BC3)- pide prudencia y cree precipitado despachar el asunto con mensajes apocalípticos ya que existen capacidades para poder suavizar los efectos del calentamiento global. Asume este experto en políticas ambientales que si bien los elementos de atrezzo son reales, el decorado final está todavía por construir. "Hay que ser cautos -aseguraba-. Cada vez sabemos mejor hacia dónde vamos, pero debemos avanzar mucho aún en el conocimiento" de los impactos esperados sobre la geografía vasca.
La línea de costa, barrunta, resistirá "sin duda" al aumento del nivel del mar previsto. Otra cuestión, puntualiza, es que cambie su orografía. Galarraga también conjetura que los riesgos y daños asociados a eventos climáticos extremos, como los registrados durante este comienzo de año, serán cada vez mayores a consecuencia de la alteración de la dirección y la intensidad de las marejadas. "Pero eso no significa que todos los inviernos vayamos a tener el número tan inusual de borrascas profundas que hemos tenido este año, ni que todos los veranos vayan a ser más calurosos", ilustra.
Y sospecha también que los modelos tradicionales de pesca, de agricultura y de ganadería deberán ser sustituidos por prácticas más acordes a los nuevos tiempos resultantes de sequías y enfermedades parasitarias. "Esto no ocurrirá de la noche a la mañana y evidentemente en un país como este tenemos muchas capacidades para ir adaptándonos a estos cambios. Hay que tomárselo muy en serio pero no creo que sea bueno generar alarmismo. Podemos ir afrontando los cambios, pero hay que conocerlos bien y luego actuar en consecuencia", insistía el investigador del BC3.
La aclimatación La habilidad y la inteligencia para adaptarse se antoja pues como una de las estrategias más apropiadas para afrontar esos daños colaterales de magnitud desconocida que se avecinan. De hecho, subrayaba Galarraga, la naturaleza vuelve a dar un ejemplo al ser humano y en aquellos lugares donde tiene suficiente espacio para poder aclimatarse y adecuarse a los cambios lo hace de forma muy efectiva aunque, tal y como reconocía en sus declaraciones a DNA, serán muchos los ecosistemas que sufran. "Devolver espacio a la naturaleza es siempre una buena alternativa", apostillaba este experto en políticas ambientales.
"Sabemos por investigaciones de la UPV/EHU que el nivel del mar ha aumentado en dos milímetros al año durante el siglo XX, cuatro veces más que los últimos siete mil años. Y que AZTI viene estimando desde hace años un aumento de cuatro milímetros al año hasta finales de este siglo. Esto significa que cientos de hectáreas de la costa vasca irán siendo inundadas con un coste estimado por nosotros [BC3] de hasta 200 millones de euros sólo en términos de pérdidas de biodiversidad. Los daños sobre zonas urbanizadas serán mucho mayores. Y a esto debemos añadirle los daños asociados al riesgo de inundabilidad en nuestros ríos, que han aumentado entre 57% y hasta un 170% dependiendo de la cuenca que se analice. Son estimaciones basadas en probabilidades pero estamos hablando de impactos muy importantes", concluía Galarraga.
El nivel del mar aumentaría cuatro milímetros por año hasta fin de siglo. Esto significa que cientos de hectáreas de la costa vasca quedarán inundadas, con un coste estimado de hasta 200 millones de euros en términos de pérdidas de biodiversidad.
Desbordamientos. El riesgo de inundabilidad ha aumentado entre un 57% y un 170% dependiendo de la cuenca.