Vitoria. Nada es casual en el mundo aerospacial, donde a pesar del carácter infinitesimal de su naturaleza, cada micra, cada átomo, cuenta de manera extraordinaria. Por eso tampoco en ese subsector que representa el diseño y configuración de telescopios de largo alcance la exigencia es máxima y el error, simplemente, no existe. Sólo así se explica el celo al que se somete a cada uno de los protagonistas que lideran proyectos como el descrito en estas páginas, cuya labor se escruta con una minuciosidad sin límites. La razón es simple. Una simple, minúscula, desviación en cualquiera de sus cálculos y fases supondría enviar al traste cientos de millones de euros invertidos, de modo que así se escribe la historia aerospacial, que comienza en el folio blanco y culmina con la ejecución e instalación, físicas, del proyecto.

Un aspecto que también resulta sustancial en esta carrera: decidir el emplazamiento ideal donde el telescopio pueda desarrollar su labor con el mayor ratio de competitividad por hora posible. Por eso el Observatorio Solar norteamericano se tomó tan en serio esta cuestión durante un año antes de decantarse finalmente por la isla de Maui, en Hawai, que compitió hasta el final con el lago Big Bear de California y la isla de La Palma, en las Islas Canarias.

complejas exigencias Las tres finalistas fueron el resultado de un proceso que comenzó con 72 lugares potenciales repartidos por todo el mundo, enclaves que no siempre cumplieron los requisitos exigidos por los astrónomos del ASTS: baja humedad, bajos niveles de polvo, cielos claros frecuentes y poca contaminación lumínica, poca incidencia de estelas de aviones y, sobre todo, un seeing excelente, esto es, unas condiciones de observación estables. Condiciones que, al parecer, sí cumple el monte de Haleakala a pesar del rechazo de nativos y ecologistas, que no habrían visto con buenos ojos el avance técnico al considerar, de un lado, que se estaría profanando la sagrada cima de Mauna Kea y, de otro, se podría dañar a un tipo de insecto local, el Nysius wekiuicola, que vive en esta montaña.

Si todo transcurre en tiempo y forma, el domo del telescopio partirá en los próximos días desde el Puerto de Bilbao. Una vez instalado en territorio yankee y concluida la fase más industrial, llegará el turno de la ciencia y el telescopio, que gracias a su espectacular apertura y el uso de una óptica adaptativa permitirá estudiar muchos más detalles de la actividad solar como las manchas, las llamaradas y otros fenómenos demasiado pequeños para ser resueltos con los actuales telescopios.