pARECE que el 2007, el último año antes de la crisis, pasó por Vitoria hace un siglo, cuando apenas ha transcurrido poco más de un lustro. Es así porque la cosas han cambiado mucho, porque la vida de la gente se rige ahora por otras prioridades, por otras perspectivas, por otras necesidades. Antes había dinero, hoy no. Antes, por norma general, reinaba el optimismo -los ciclos económicos se han terminado, la vivienda nunca baja-, hoy cunde el pesimismo. Así sucede en la vida cotidiana de las personas y así pasa también en el ámbito de la política. Los mismos que hace una década confiaron su refrendo popular al ladrillo -fuera en forma de VPO o de grandes infraestructuras- cierran hoy el grifo a las necesidades más básicas de la población.
En el caso concreto de Vitoria, el ejemplo de cómo la realidad ha cambiado los postulados de sus políticos es palmario. Hoy, como en 2003, gobierna el PP en la ciudad, y de hecho lo hace con el que fuera entonces concejal de Hacienda -y guardián por tanto de la caja- en el despacho de Alcaldía. Sin embargo no gobierna igual que entonces.
Grandes obras Hace diez años, todas las ciudades vascas tenían su auditorio menos Vitoria. Alfonso Alonso quiso enmendar la situación y se propuso levantar un edificio emblemático, pero entre las ansias de unos por sacar adelante el proyecto como fuera, y las de los demás por evitarlo, la idea se quedó en varias costosas maquetas. La del arquitecto Navarro Baldeweg fue la que más posibilidades tuvo de construirse a escala real, con un desembolso de 40 millones de euros. La oposición no le dejó al alcalde seguir adelante con su proyecto -trasladado después por el alcalde Lazcoz a la plaza de Euskaltzaindia y finalmente también descartado- y hoy en la céntrica parcela que iba a albergar el auditorio de Alonso crece libre la hierba.
Lejos quedan aquellos tiempos. Ahora el de la cultura es uno de los ámbitos que más recortes sufren en la ciudad -ni se mencionó en el pasado debate sobre el estado de la ciudad-, y la única infraestructura que baraja la autoridad municipal para solazar el espíritu de sus ciudadanos es un Gasteiz Antzokia muy alejado de la grandilocuencia del Euskalduna, el Kursaal y el Baluarte, los palacios que envidiaban las autoridades municipales de los viejos buenos tiempos.
En aquel entonces, el Ayuntamiento no sólo trataba de envolver en lujosos edificios las actividades culturales de la ciudad, también había que dotar al ocio y al deporte de los vitorianos de unas infraestructuras adecuadas. La ciudad se metió de lleno en la reforma de sus ya envidiables instalaciones municipales. La piscina tropical de Mendizorroza se inauguró en 2002. Con 1.300 metros cuadrados en total, la pileta contaba con un tobogán de 28 metros cuadrados y una cascada, cuyas rocas imitan la caliza que se puede encontrar en los montes de Álava. Dispone además de hidromasaje, zona infantil, solarium, y es el paradigma de hasta qué punto llegaba el dinero en la ciudad para procurar el bienestar de sus ciudadanos. La tropical, con su pomposa denominación inicial -acabó llamándose Aquamendi- fue el inicio del lavado general de cara de las piscinas municipales. En 2005, la concejala de Cultura, Encina Serrano, anunciaba la reforma integral de Mendizorroza y Gamarra, un ambicioso proyecto que fue más allá de la legislatura popular y que sobrepasaba los diez millones de euros de presupuesto.
En Gamarra se iban a derribar los viejos edificios de 1959, y se iban a levantar un área de restauración y un campo de golf. La obra de este último equipamiento se convirtió en una auténtica pesadilla y al final se descartó, probablemente para bien, pues hoy día la burbuja del golf que vivió el territorio hace una década ha pinchado estrepitosamente. En Mendizorroza, por su parte, el proyecto consistía en renovar los accesos y el edificio social, cubrir las canchas de pádel y construir una nueva piscina cubierta que tardó bastantes más años de los previstos en hacerse realidad.
Vitoria, además, necesitaba un multiusos. Toda ciudad que se preciara debía contar con una plaza de toros cubierta, y aquí no íbamos a ser menos. Previa operación urbanística -como en todo el Estado, la administración era la mayor especuladora- Vitoria vio nacer su moderno coso, un espacio inservible para conciertos por su pésima acústica y que hoy acoge ferias de saldo con los productos que los comerciantes no logran vender en sus tiendas a los depauperados vitorianos, además de media docena de corridas de toros. Son otros tiempos.
Y es que en 2013, al margen de las obras de la plaza Green Capital, la cuestionada reforma de la Avenida y del palacio Europa, poco más hay. Es cierto que Maroto está levantando por fin la ansiada estación de autobuses, sobre el solar en el que el auditorio fracasó por última vez, y que el centro cívico de Salburua empieza a tomar forma, pero lejos de ser infraestructuras singulares y señeras, llamadas a trascender, son obras necesarias para el día a día de los gasteiztarras.
Los viales de Sidenor fueron otra de las marcas de Alfonso Alonso en la ciudad en aquellos tiempos en los que todo alcalde quería dejar su sello en forma de gran obra. Y tanto que lo fue. Casi cuatro kilómetros de nuevos viales, con dos pasos subterráneos incluidos y una inversión de 17 millones de euros para aliviar el tráfico en el norte de la ciudad y, también, para habilitar los accesos al mayor centro comercial de Euskadi.
los centros comerciales El Boulevard fue otra de esas grandes inversiones que ahora se antojan imposibles. El modelo era el que se estaba implantando en toda Europa. Franquicias agrupadas en un único espacio del extrarradio y multinacionales dispuestas a arañar su cuota de mercado en la ciudad. La diferencia aquí es que parte del comercio local era accionista de una infraestructura que en principio llegaba para quitarle su parte del pastel. Poco después de concluida la obra los comerciantes implicados en esta aventura vendieron su parte a un precio bastante más atractivo del que abonaron en su día y siguieron con su quehacer de siempre.
Ahora, unos y otros pelean, al borde de la inanición, por ingresar en la registradora siquiera una pequeña parte de las extras de Navidad y de julio de los vitorianos que aún las cobran. Por primera vez en mucho tiempo, el saldo entre comercios abiertos y cerrados en la ciudad es negativo, hay 75 tiendas menos que en 2012, y los nubarrones en el horizonte no terminan de desaparecer. Las lonjas vacías son cada vez más visibles en las calles del centro, ahora que los bancos que tomaron el relevo del comercio tradicional también han pinchado.
vivienda Con el inicio del siglo empezó la revolución de la VPO. El PSE de Jesús Loza firmó con el alcalde Alonso el Pacto por la Vivienda, que supuso la mayor expansión de pisos protegidos de todo el Estado. Vitoria era un ejemplo. Poco a poco, todos los jóvenes demandantes de vivienda, imposibilitados para acceder al mercado libre ante una burbuja inmobiliaria ya en tensión -aunque nadie lo veía entonces- iban siendo agraciados en los sorteos. La facilidad para obtener crédito facilitó esta expansión, y ante la carestía de los pisos no protegidos se entró en la aventura de los tasados, viviendas que iban más allá de cubrir la necesidad de vivir bajo techo y ofrecían más prestaciones de calidad. Aunque, curiosamente, de todo este proceso quedaron fuera los ciudadanos con menos ingresos, la política de vivienda de la ciudad se veía con admiración fuera y a nadie se le ocurrió que en algún momento había que parar de levantar pisos. La idea inicial era construir 25.000 viviendas en una ciudad de 230.000 habitantes. A escasos meses de que todo estallara por los aires, la Caja Vital propuso construir 6.000 pisos en el sur de la ciudad, y el PSE planteaba enajenarle los terrenos de Araka al Ejército para construir aún más.
Hoy, el Gobierno Vasco vende a precio amigo la VPO que le sobra, y le sobra mucha, a los vitorianos que silbaban a los extranjeros en los concurridos sorteos del Ogueta, y cajas y bancos le hacen la competencia a la administración -y evidentemente a las inmobiliarias- tratando colocar todo lo que en su día se construyó de más. Éste sí que es un gran momento para comprarse una casa en Vitoria. El problema es que nadie tiene dinero.