pamplona. La carismática Dolores Aguirre, fallecida en abril, ya lo decía como retahíla frecuente: "Mis toros son para valientes", decía la ganadera. En el encierro eran además para santiguarse. Hasta ayer llevaban un balance de cornada por encierro pero, por fortuna, tumbaron la media. Sin corneados y dejando cuatro trasladados por traumatismos, los morlacos de Constantina (Sevilla) galoparon como unas bestias por el recorrido, cumplieron en menos tiempo del acostumbrado -bajaron de dos minutos y medio- y desfilaron agrupados, como buenos hermanos, sin un mal deje ni un derrote diabólico. Cabeza al frente y a verlas venir. Así las cosas, la imagen más impactante ni siquiera la protagonizó la torada, sino un cabestro despatarrado en Mercaderes y que luego fue yendo y viniendo del recorrido a su antojo, adentrándose incluso en la calle Tejería, al final de Estafeta, forzando allí a los operarios sanitarios y de limpieza a realizar un sprint y golpeando a uno de los carpinteros que cierra la puerta de la curva de Estafeta. Le endilgó semejante empellón al portón cuando lo estaban candando, que al operario le tuvieron que recubrir la rodilla con hielo, que se la dejó chirriada tras el efecto rebote de la puerta.
Pese al cabestro adquiriendo un papel que no le correspondía y trufando de peligro una carrera que ya habían dado por acabada, el encierro de los Aguirre no quedó por debajo en cuanto a dosis de adrenalina. Los bureles se dejaron guiar en Santo Domingo por cuatro cabestros que avanzaron como flechas. En Mercaderes, el cabestro luego protagonista perdió pie, quedó tumbado en la calle pero la manada no le dejó ni un respiro. Enfilaron la curva de Estafeta, ya con tres morlacos en la punta de lanza (el 35. Langosta; el 37. Cubatisto. y el número 1. Cantinillo). Este último, que tomó el giro más por el exterior, barrió la acera como una máquina de cuchillas. Dejó un par de montoncitos a la entrada de la calle y a varios mozos palpándose para comprobar que no tenían ni un rasguño. Salieron de la curva los tres hermanos frotándose los lomos, sin un metro ni siquiera para hacer sangre con un corredor al que le zarandearon cuando se levantaba del adoquín. Le pusieron el asta de pañuelo y no se entretuvieron en más.
Avanzando por Estafeta, además de los aficionados a columpiarse en los cuernos de los astados, Cubatisto y Cantinillo empezaron a abrir brecha y Langosta se quedó haciendo la goma, el espacio justo para que unos cuantos disfrutaran de lo lindo corriendo como posesos.
Aunque fuera lunes, el tropel de gente en la calle era más que considerable y para coger cuerno, había que sudar tinta y atizarse unas coderas. Todo se complica en Telefónica, donde además de la estrechez de la vía, es ya tradicional que los espectadores, o lo que sean, asalten el recorrido y entorpezcan la retirada del que corre delante de los morros del toro. Otra de las cuestiones es la entrada en la plaza de toros, donde alguno se dedica a festejar su torpeza como si hubiera marcado el gol de la permanencia.