vitoria
Hace tiempo que la crisis dejó de hacer mella en las grandes cifras macroeconómicas y bajó a la calle, colocando a muchos ciudadanos al borde de un barranco que nunca hubieran imaginado tan cerca. La penuria lleva tiempo redibujándose en Álava, por culpa de un paro galopante, la subida de la hipoteca y el desgaste de los ahorros. Los nuevos pobres son familias de clase media, autóctonas, que tratan de sobrellevar su difícil día a día en la intimidad, hasta que su aprieto es tal que acuden, avergonzadas muchas veces, a los recursos sociales del territorio en busca de orientación, una ayuda económica o comida. Cada vez son más. Cada vez más jóvenes. Y, por desgracia, no se vislumbra un horizonte esperanzador. Ni para ellos ni para los que aún vuelan solos.
En la Cruz Roja constatan el drama por el que pasan muchos alaveses. En poco tiempo, el número de atenciones se ha incrementado en la capital alavesa. Son personas que tienen problemas para alimentarse o para hacer frente a cuestiones básicas y cotidianas -deudas, impagos de luz o gas...-. Sus perfiles han cambiado al mismo ritmo que disminuía la esperanza de encarar una situación con menos carencias. De hecho, en la actualidad, las peticiones de ayuda que llegan hasta esta organización contemplan a cada vez mayor número de familias que, en muchas ocasiones, proceden de zonas aún más deprimidas en lo económico -Levante o Murcia, por ejemplo- y que llegan al territorio al calor de datos macroeconómicos un poco menos malos que en sus tierras.
A ojos de Xabier Manzano, responsable de Intervención Social de la Cruz Roja, la crisis también ha cambiado el carácter a los perceptores de la solidaridad de esta ONG. No en vano, antaño se trataba de personas que, en un 80% de los casos, carecía de formación. Ahora, entre un 43% y un 45% de ellos tiene estudios, al menos, de Secundaria. Son cosas de la crisis, cada vez más incisiva y que va camino de devastar la mayor parte de los estratos obreros y humildes de esta provincia.
No son los únicos cambios impuestos por la dictadura de la indigencia sobrevenida. Al menos, desde la entidad de la cruz bermeja se ha detectado que ahora un 55% de las atenciones son solicitadas por mujeres (en 2011 era el 40%). También aumenta el número de las familias compuestas sólo por madres e hijos. También ha crecido la cifra de nacidos en el Estado (de un 40% a un 45%). Incluso ha variado la forma de ayudar, dadas las circunstancias. De la necesidad y del estudio de la misma, por ejemplo, salió la decisión de repartir kits de alimentación infantil para niños de entre 0 y 18 meses.
Son nociones de una situación desesperada para muchos y a la que Cáritas pone matices. La organización de perfil cristiano, en su análisis de los datos de 2012, aprecia que la situación de pobreza y vulnerabilidad social de las personas y familias atendidas en Álava van empeorando a medida que persiste en el tiempo. También avisa de la cronificación de los dramas, circunstancia provocada por el consiguiente alargamiento de los procesos de incorporación social.
La experiencia, antaño ensalzada, ahora degrada, al menos, para quien trata de pelear contra la desesperanza. Al respecto, desde Cáritas son conscientes de que el empeoramiento de la situación deriva en circunstancias como la que dicta que un tercio de las personas atendidas en 2012 llevaba más de tres años recibiendo ayuda. Al endurecimiento de las condiciones de vida (principalmente por culpa del desempleo y el endeudamiento de las familias) también se une un creciente desgaste de sus redes de apoyo familiar y social. Todo ello agrava la situación de muchos ciudadanos ya sin el colchón de prestaciones económicas, sanidad, educación y servicios sociales.
Más de lo mismo en AGLE, asociación alavesa de trabajo social financiada por La Caixa. "El perfil va cambiando y muy rápidamente", advierte Maite, una de sus integrantes. Antes de que se sintiera el bofetón de la crisis, el colectivo atendía principalmente "a personas extranjeras y hombres solos". Ahora son mayoría las familias de Álava de toda la vida. También se ha modificado la edad: si antes imperaba la horquilla de entre los 30 y 50 años, en este momento "hay más gente joven y más gente mayor". El paro y la desaparición de las prestaciones cuando el desempleo se alarga ha dado forma a estos nuevos colectivos en riesgo de exclusión social, ciudadanos que "hace tres años no hubieran imaginado" que se verían obligados a solicitar ayuda en el número 13 de Canciller Ayala.
No es fácil para estas personas dar el paso. Normalmente acuden cuando su situación es ya extrema y lo suelen hacer azorados. "Han pasado de tener lo normal, su casa, su trabajo, su ocio, a lo mínimo de lo mínimo. Y eso es muy duro", explica Maite. Seguramente no les ayude saber que no son una excepción, pero lo cierto es que hay cada vez más personas en sus mismas condiciones. "Estamos atendiendo alrededor de un 60% más de casos de personas en riesgo de exclusión social", apostilla la trabajadora, "y en el apartado concreto del Banco de Alimentos todavía han subido más las asistencias".
En Vitoria sí se pasa hambre. Bien lo sabe AGLE, encargada de recoger la comida del Banco de Alimentos y de distribuirla entre las personas que les derivan Cruz Roja, Cáritas, los servicios sociales rurales de la Diputación y, hasta el año pasado, el Ayuntamiento vitoriano. Antes de Navidad, el equipo de gobierno ordenó a los trabajadores sociales de base que dejaran de derivar a las familias a éste y otros centros responsables de repartir las viandas, una gestión que al Consistorio no le costaba ni un solo euro. Algunos de esos profesionales obviaron el mandato, dada la gravedad de muchos casos, y siguieron con esa labor de forma extraoficial pero sin los informes pertinentes, por lo que ahora los colectivos que reparten los alimentos desconocen la situación concreta de cada demandante. Un nuevo escenario que hace todavía más dura su labor, ante largas, tensas y dramáticas colas de viejos y nuevos pobres.
El pozo de los más necesitados crece e incluso llega a engullir a algunos de ellos, dejándolos sin nada. "A diferencia de antes, empieza a haber gente que vive en la calle sin tener ninguna patología", alerta Satur García, responsable de la asociación de acogida de personas Bultzain. Hace años ya que este colectivo gestiona en Puente Alto un centro de baja exigencia, en respuesta a situaciones de emergencia social, donde además de ofrecer un lugar donde dormir se da la oportunidad de iniciar un proceso de recuperación personal a quienes consideren que su situación puede mejorar desde la exclusión más extrema hasta la inserción socia. Por desgracia, nunca hasta ahora había tenido que abrir sus puertas a "gente como tú y como yo, personas que tenían de todo y que lo han perdido", ciudadanos sin problemas de drogas o alcohol.
"Tenemos ahora dos casos así. Se avergüenzan de su situación, porque se han visto en la calle cuando antes llevaban una vida normal", insiste Satur. Para colmo, las personas que se enfrentan a semejantes caídas en picado "suelen acabar juntándose con gente que bebe y entonces ya entran en una trampa de la que difícilmente pueden salir". Bultzain también ha detectado casos de jóvenes "que no tienen trabajo y pagan su frustración yéndose de juerga", hasta que sus padres, incapaces de mantenerlos, acaban echándoles de casa. "Son chavales que van a acabar muy mal", lamenta el responsable de la asociación, alarmado por las nuevas problemáticas que detecta en su trabajo a pie de calle por la ciudad.
A ojos de Satur, el futuro pinta como la boca del lobo. "No se a dónde vamos a llegar, porque aún no hemos tocado fondo, y me preocupa sobre todo por la juventud", dice el responsable de Bultzain. Hace unos meses vivió un episodio que le puso la piel de gallina. "Fue en San Prudencio. Contactó con nosotros un matrimonio joven con un hijo de tres meses, sin familia. Había ido a Lanbide, pero tenía que esperar a que le dieran unas papeles y mientras tanto no tenía dinero ni para dar de comer al niño. Los dos estaban sin trabajo, a punto de quedarse sin vivienda... Terrible". Lo más fatídico es que como esta historia hay ya muchas otras. Dramas humanos que un día dejaron de ser anecdóticos y que ahora surgen a la vuelta de la esquina, más cerca de lo que uno pueda pensar, quizá en la comunidad de vecinos.