HAY pueblos en Álava discretos y pequeños, arropados por verdes lomas, donde el tiempo discurre más lento, como los que abrazan la frontera con Burgos. Pero esa calma que apisona calles y plazas lleva ya cuarenta años enturbiada por una amenaza invisible. Esa gran montaña generadora de electricidad llamada Garoña que al fin tenía fecha de defunción y a la que el Consejo de Seguridad Nuclear ha dado una oportunidad más, dando el visto bueno a su continuidad por al menos otro año. No hay vecino de la zona que se haya sentido sorprendido por el informe favorable a la petición de Nuclenor. "Estaba cantado". "Hay muchos intereses". "El Estado siempre va a hacer lo que quieran las grandes empresas". Todos tienen tan claro que la decisión de mantener abierta la planta se tomó hace tiempo como que a esta prórroga seguirá otra hasta que, por vieja, se agoten los argumentos para garantizar su seguridad. Una convicción difícil de llevar cuando impera la creencia de que "esa cosa es muy peligrosa".

"Son muchas las voces que advierten del riesgo de la central. Y esa razón es suficiente para que la trinquen", sostiene Marino, agricultor jubilado y ex alcalde de Salinas de Añana. Para él, esa continua sensación de inseguridad debería de poder más que argumentos a favor de la planta, como la necesidad de mantener puestos de trabajo en plena crisis. "De hecho, eso de los empleos es un arma de doble filo", apostilla, "ya que también se esgrime para defender los cementerios nucleares, ¿pero para qué los queremos si luego afecta a nuestra salud y a nuestros campos?". Sus compañeros de bar, a la entrada de Espejo, asienten a todas sus reflexiones. Javier, que reconoce ser burgalés, alerta además de que "si va a estar un año en parada fría seguro que al final acabará otra vez poniéndose en marcha". Y da un ejemplo, muy de su sector, para sostener su convicción. "No voy a arreglar el tractor si luego no voy a sembrar con él... Así que está claro que van a recargarse, a calentar motores y a seguir más tiempo, todo lo que se pueda", dice. "Claro que sí", coincide la cuadrilla. "Y no nos tiene que extrañar que se haya tomado esta decisión", sigue Ignacio, "porque las multinacionales siempre ganan". Nuclenor, propietaria de la planta, está formada por los gigantes Iberdrola y Endesa. "Hombre, mira el caso de Repsol, con la química de Lantarón", observa Javier.

Evidentemente, al cruzar a Burgos el ataque a Garoña se vuelve defensa, "pero es que viven de la central, con los dineros que reciben los ayuntamientos por tenerla y por el empleo que genera". Marino recuerda que, antes de que llegara la planta nuclear, Tobalina "ni siquiera tenía caminos". Para colmo, desde que se levantó la instalación, ese valle no ha logrado -o ni siquiera ha intentado- diversificar su modelo de negocio, por lo que el cierre supondría un severo golpe. "Y Miranda de Ebro también lo pasaría muy mal", añade Ignacio. Estos veteranos saben mirar más allá de su ombligo, pero aun comprendiendo que una clausura tendría sus perjuicios insisten en que "lo mejor para todos, por muy invisible que sea la amenaza, es que la central acabe echando el pestillo". "Y si quieren, que hagan una nueva, pero en Santander, donde están los dueños", apostilla el burgalés.

Unos kilómetros más abajo, entre chorizos y morcillas caseros, se repite el deseo de cierre. Esther, propietaria de la charcutería Bringas, lleva 56 años en Bergüenda. "Toda la vida". Y toda la vida ha estado en contra de la central, aunque ella es de las que advierte de que "el problema" no terminará cuando eche la persiana Garoña. "Incluso puede que sea mayor, porque tendremos un montón de residuos sin controlar, ya que nadie se hará cargo de lo que quede allí", opina. Si pudiera, daría marcha atrás en el tiempo con la esperanza de que no se construyera la planta nuclear. "Porque esa es la única solución ante la afección que supone tanto para nuestra salud como para la agricultura, que nunca se hubiera construido", subraya. El pasado, sin embargo, no tiene arreglo. Y el futuro parece que pinta como el presente, "con Garoña por mucho tiempo, por desgracia".

Conforme el paisaje se vuelve más abrupto, más discreto resulta el vecindario. En Sobrón, a tan sólo 16 kilómetros de Garoña, apenas asoman tres almas. Y ninguna se atreve a posicionarse públicamente, ya sea porque tiene un negocio en la zona o ha trabajado en el sector. Es el miedo a que sus declaraciones puedan traerles "problemas", como si quienes están a favor o en contra de la central tuvieran capacidad para castigarles. "Por si acaso, mejor no decir nada... Pero es fácil imaginar cuál es la postura mayoritaria", sugieren. Hay que llegar a Fontecha para volver a disfrutar del debate acerca de la continuidad de la central nuclear, gracias a la campestre sabiduría de Julián. A sus 82 años, abandera el no a la planta con apasionada convicción. "Llevaba ya muchos años, demasiados, y no debería de haberse dado la prórroga", sostiene.

Este activo jubilado está en contra de la planta "porque es más peligrosa que otra cosa". Y no va a haber informe del Consejo de Seguridad Nuclear que le haga pensar lo contrario. "Si la tienen abierta ya sabemos por qué es, por dinero, por ciertos beneficios, y está claro quiénes mandan", apostilla. Tampoco le vale que su continuidad se justifique por el mantenimiento de unos mil puestos de trabajo. "Lo primero de todo hay que mirar por la salud de las personas", insiste. Y, como hombre que siempre ha trabajado bajo el cielo, añade rápidamente, con contundencia: "Se está mucho mejor recogiendo remolacha, aunque ganes menos dinero, que en un edificio de ésos".

Seguramente Juanjo esté de acuerdo con la máxima. Es el repartidor del pan, desde Sobrón hasta Leciñana del Camino. Y DNA le pilla en su parada en Fontecha. Asegura que no le sorprendió el informe favorable a la petición de prórroga. "Me imagino que hay muchos intereses... Pero no creo que se pueda decidir en términos de rentabilidad, cuando tanta gente percibe que es una central insegura", apunta. Él se incluye en ese grupo y por eso aboga por el cierre, aunque le gustaría pensar que "tal vez esos expertos que dicen que no es peligrosa tengan razón".

En Zubillaga, muy cerca ya de Miranda de Ebro, donde tanto trabajo ha dado Garoña, aparece el primer testimonio favorable a la central nuclear. "Me parece bien que se dé continuidad por la necesidad de mantener los puestos de trabajo, sobre todo teniendo en cuenta la difícil situación económica que sufrimos", señala Ricardo. A este vecino no le sorprendió la prórroga "porque Nuclenor lanzó un órdago al Gobierno sabiendo que podía ganar". Eso sí, confía en que "la planta tenga garantía de seguridad". Ni entre los pro-Garoña se pierde el respeto al coloso nuclear.