mañana se cumplen 75 años de uno de los sucesos con más sangrientas consecuencias de la Guerra Civil, la gran fuga de Ezkaba, durante la que 207 prisioneros antifascistas fueron asesinados por fuerzas afines al franquismo. Aquel 22 de mayo de 1938 casi 2.500 presos permanecían encerrados en condiciones infrahumanas en el Fuerte de San Cristóbal, un infierno de piedra próximo a Pamplona construido en el siglo XIX, cuando una treintena de ellos decidió organizar un motín con el objetivo de recuperar su libertad. Minuciosamente preparado el plan, varios reclusos lograron reducir a los guardias del penal hasta hacerse con su control, abrieron las puertas para dar comienzo a una fuga multitudinaria en la que tomaron parte 795 personas y, a partir de ahí, comenzó una cacería humana durante varios días y noches campo a través a cargo del Ejército, Guardia Civil, falangistas y requetés. Fue la mayor fuga de las cárceles franquistas y, a la postre, uno de los más trágicos acontecimientos de la historia de la represión fascista en el conjunto de Europa.

Cuatro de los fallecidos durante la huida fueron alaveses, los gasteiztarras Joaquín Arróyabe, Alejandro Mardones y Segundo Hernández, y Emilio Ibísate, natural de Maeztu. También oriundo de esta localidad, Daniel Elorza, fue capturado, condenado a muerte y fusilado en la Ciudadela de Pamplona el 8 de septiembre junto con otros trece presos por organizar el motín, lo que elevó el balance de asesinados a raíz de la fuga a 221. También participó en la huida Lucas Mezcorta, de Respaldiza, que fue interceptado por militares el 25 de mayo y murió de vuelta al Fuerte tres años después.

Ocho alaveses más, José Aguirre, Ángel Arbulo, Tomás Gaona, Tomás Herrero -todos vecinos de Vitoria-, Ramón Altube, Vicente Beitia y Andrés Uriarte -de Elgea (Barrundia)- y Macario García, de Maeztu, fueron atrapados pero lograron salir vivos de Ezkaba tras cumplir sus condenas o fueron trasladados a otras cárceles franquistas hasta recuperar la libertad años después.

Buena parte de la culpa de que la fuga no triunfara la tuvo un centinela de San Cristóbal que, mientras regresaba al fuerte desde Pamplona, se percató de lo que estaba sucediendo y dio aviso a las autoridades franquistas de la capital navarra, bajo control del bando nacional, lo que retrajo a un número muy importante de presos a la hora de escapar y precipitó las detenciones y los asesinatos de quienes sí dieron el paso. Apenas pudieron oponer resistencia, al encontrarse en condiciones de desnutrición, mal calzados y vestidos, con apenas armamento y sin organizar un plan de huida. Sólo tres de los 795 presos que intentaron escapar recuperaron la libertad tras alcanzar la muga con Francia. Fueron Jovino Fernández, militante leonés de la CNT; Valentín Lorenzo, jornalero y secretario de la UGT en Villar del Ciervo (Salamanca); y José Marinero, socialista segoviano. Tras años de investigación, no obstante, la obra Los fugados de Ezkaba de Fermín Ezkieta ofrece indicios sólidos de que un cuarto fugado indocumentado logró llegar también a Iparralde para huir después a México.

A pesar de que este trágico acontecimiento histórico en el que tantos alaveses tomaron parte fue "absolutamente silenciado", todavía hay personas como Lander García que no cejan en su empeño de que la memoria histórica permanezca presente. Este joven activista es, además, sobrino-nieto de Segundo Hernández, uno de los cuatro alaveses fusilados en el monte mientras huían del penal.

El ciclo penitenciario de Hernández comenzó sólo seis días después del golpe de Estado del 18 de julio de 1936, cuando era detenido por el Batallón de Montaña Flandes número 5 junto a otros tres jóvenes -Pedro Alonso, Valentín Alday y Aristarco Rodrigo- en la carretera Vitoria-Bilbao, mientras trataban de huir de la capital alavesa que ya estaba en manos de los fascistas. Pretendían llegar a Otxandio, todavía bajo control republicano, pero fueron interceptados y acusados de "rebelión militar" y "espionaje" en consejo de guerra celebrado en Vitoria el 8 de agosto.

Hernández, que acababa de cumplir los 18 años de edad en junio, fue condenado a 20 años de prisión y sus compañeros a doce, al no haber cumplido todavía la mayoría de edad. Permaneció en la Prisión Provincial de Gasteiz -ubicada en la calle La Paz- hasta enero de 1937, momento en el que fue trasladado al Fuerte de San Cristóbal. Algunas informaciones recopiladas en el libro La gran fuga de Ezkaba cuentan que se produjo un motín en la prisión vitoriana en las navidades de 1936 y que, por ese motivo, trasladaron a un grupo de presos a Ezkaba a modo de castigo. Su amigo Aristarco Rodrigo tomó otro destino, el penal de Burgos, y nunca más volverían a verse.

El grupo trasladado a San Cristóbal, según atestigua la misma publicación, tuvo una importancia capital en la gestación de la gran fuga. El cuerpo de Hernández, al igual que los del resto de fugados que fueron eliminados extrajudicialmente durante aquella masacre, continúa desaparecido. Se cree que los cuerpos de los fugados están enterrados en fosas comunes repartidas por las faldas del monte Ezkaba.

reencuentro El destino quiso que Aristarco Rodrigo, que quedó en libertad en 1944 tras ocho años de cárceles, campos de concentración y batallones de trabajo forzoso en Canarias y Tetuán, se reencontrase con María Hernández, la hermana de su amigo asesinado Segundo, con la que contrajo matrimonio. Los abuelos de Lander García. De ahí que el activista que ha compartido esta historia con DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA se considere más bien "sobrino nieto póstumo" de Segundo Hernández. La represión fascista también se llevó por delante a su bisabuelo, Joaquín Hernández, padre de María, Segundo y otros tres hermanos, pocos meses después de estallar la Guerra Civil. En concreto, el 14 de diciembre de 1936, un crimen que coincidiría en fechas con el motín que su hijo Segundo protagonizó en la cárcel de La Paz y por el que fue trasladado a San Cristóbal. Joaquín, militante de UGT y sindicalista en la Azucarera vitoriana, fue secuestrado por falangistas a la salida de la fábrica y asesinado en el término de Las Conchas de La Puebla de Arganzón.

Lander García ha canalizado durante todos estos años el conocimiento de estos macabros sucesos para practicar un activismo activo, no tanto para interpretar los hechos como "una tragedia familiar". "El mejor homenaje que se le puede hacer a toda esta gente es continuar con su lucha. Podría interpretarlo como me han quitado a un tío abuelo y a un bisabuelo, pero prefiero que sus ideas continúen vivas", explica García.

A su juicio, el hecho de que estos sucesos no tengan un conocimiento amplio entre la población alavesa se debe al "esquema de silencio y de miedo" que se impuso, primero, durante la dictadura y después durante la transición, en la que se practicó "un modelo de no ruptura y de impunidad" con la etapa política inmediatamente anterior.

"La fuga hay que entenderla dentro de un esquema general, de forma colectiva, no como una serie de tragedias familiares", advierte García. En ese sentido, asegura que su prioridad "no es encontrar esa fosa común" donde abandonaron el cuerpo de su tío Segundo, sino mantener su legado y lograr algún día un reconocimiento y una memoria completa. "Claro que me da pena lo que pudo sufrir mi abuela, pero esto hay que canalizarlo para seguir luchando contra esta gente que todavía sigue mandando en muchos ámbitos", insiste García.