"Stop. Stop". El vozarrón obró el milagro y la marabunta cesó. Al instante, la cuadrilla que se solazaba en el botellón, junto a los vecinos quejumbrosos por la habitual presencia de los jóvenes y los molestos curiosos que se sumaron a la escena, quizás, en estado de embriaguez, desistieron de su actitud. En pleno parque, las voces que previamente ahogaban la quietud dejaron de retumbar entre setos y árboles. La situación, que había derivado en un operativo potencialmente peligroso, con sospechas de posesión, e incluso tráfico de sustancias estupefacientes, se transformó en un remanso de serenidad. Hasta el perro utilizado en la instrucción como herramienta de control acalló sus ladridos. Ahora, todos los agentes escuchaban en un corro, tanto los uniformados como tales como los camuflados como extras con la intención de dotar de realismo extremo el ejercicio de Técnicas y tácticas de operativa policial. En total, un grupo de 13 agentes de la UMA de la Policía Municipal de Bilbao, junto a su compañero canino, atendían cada una de las correcciones y apreciaciones que hacían los monitores, que no perdieron de vista la estrategia seguida por los alumnos en el ejercicio previo. Una clase práctica, casi tan real como el día a día más oscuro que puede ofrecer una gran ciudad. "Se trata de plantear escenarios controlados que simulan lo que puede ocurrir en la calle", explica uno de los responsables de la docencia. Ése es el objetivo de la formación que se imparte en la Academia Vasca de Policía y Emergencias, el centro docente, sito en pleno corazón de la Llanada Alavesa, que se encarga de la formación y reciclaje de un colectivo de 15.000 personas de la CAV, todos los que son protagonistas en el sistema vasco de seguridad y emergencias, desde los agentes de Seguridad Ciudadana hasta los bomberos pasando por investigadores criminales y técnicos de emergencias.

Malentxo Arruabarrena, la directora de la Academia, lo advierte. En el recinto se trata de escenificar la apuesta por un nuevo modelo policial, más cercano, más atento a las necesidades de cada momento y que sea capaz de aprovechar la experiencia de quienes conforman el sistema vasco de seguridad pública. Se trata, en definitiva, de facilitar el trasvase de conocimientos entre unos y otros. De propiciar un feedback.

Mientras los municipales bilbaínos implicados en el control de situaciones callejeras volvían a posicionarse para repetir la práctica, el rugir de los motores de hasta cuatro camiones de bomberos impedían cualquier conversación en las inmediaciones si antes no se elevaba el tono de voz. Con parsimonia reiterativa, los mastodontes -capacitados para llevar cargas de agua de entre 3.000 y 18.000 litros- repetían una y otra vez el mismo ejercicio. Así hasta 10 veces por cada chófer. Una vuelta al recorrido preestablecido acelerando para frenar de repente y esquivar chorros de agua en vertical. Éstos simulan objetos o personas que, en una hipotética realidad, pueden aparecer en la marcha de los retenes cuando estos circulan a toda velocidad intentando llegar allá donde se les necesita. Para dotar a la escena de mayor dificultad, los responsables del ejercicio alteraron la superficie del circuito con agua. De esa manera se logran trazos de una realidad similar a la que puede surgir en carreteras anegadas por la lluvia o afectadas por las heladas. "Son situaciones límite", explica Juan Carlos Etxegarai, jefe de Estudios y Planificación de la Academia.

Observando la escena, un grupo de bomberos bilbaínos y los monitores. Entre ellos, hay una broma que se convierte en recurrente. "No os parecéis en nada a los bomberos que salen en los calendarios". La mofa no encontró respuesta adecuada y la seriedad regresó a la formación. "Aquí, habitualmente entrenan tres métodos: ejercicios de frenar y esquivar, sobrevirajes y conducción en situaciones de emergencia. Fundamentalmente, son gente bregada y muy preparada. Con mucha experiencia. Conocen el medio. Algunos, con vicios adquiridos, que es lo más difícil de corregir", indica el monitor responsable de la actividad. El que reacciona es el instinto y hay que entrenar. En definitiva, se trata de "inculcar que lo importante es llegar y volver", resume. Esta máxima se repite cuando los alumnos son guardias forestales, voluntarios de emergencias o conductores de ambulancias.

Teoría y práctica Con idéntico estruendo, un grupo de motoristas empezaba a realizar otro circuito, propio de competiciones de enduro. Se trataba de ertzainas. "Hay que hacer kilómetros para ganar experiencia", explican desde la Academia. Por ello hay cursos de 1.600 kilómetros y otros intensivos de 2.500 kilómetros. Claro está, las instalaciones de Arkaute no dan para tanto. Por ello, uno a uno, otro grupo de motos, éstas de travesía, empezaba a enfilar la salida del recinto docente para recorrer parte de la red de carreteras de Euskadi. "Siempre se recogen las necesidades de cada unidad y comisaría junto a lo que quiere el Departamento", indica Garbiñe Aranberri, responsable de Formación del centro.

El panorama, salvo por las especificaciones evidentes, no desmerece en exceso del que impera en un campus universitario. Es cierto que abundan los uniformes y los emblemas, y que parte del atrezo -decenas de furgonetas de la Ertzaintza estacionadas en batería (de ésas que hace lustros que perdieron la condición de novedosas), ambulancias en idéntica situación, un polvorín, restos de deflagraciones controladas para comprobar los efectos, por ejemplo, de los cócteles molotov...- no deja lugar a dudas de la función primigenia de la Academia. Sin embargo, en la zona habilitada como aulario conviven ertzainas aplicados en el aprendizaje de software de diseño técnico, como el Autocad 2011, que usarán con posterioridad en la investigación de accidentes, con estudiantes de una Formación Profesional de técnico sanitario, que ocupan su tiempo en prácticas que simulan un puesto de SOS Deiak, equipado como tal, incluso con el sistema Zutabe.

Entre aula y aula, agentes atentos a las explicaciones sobre investigación policial o sobre seguimiento y contravigilancia. Incluso se les instruye para levantar evidencias de posibles escenarios de crímenes. Huelga decir que también se les forma para capacitarles en tomas de declaración, huellas o tácticas y técnicas de tiro policial, fundamentalmente, con arma corta o con los lanzadores de pelotas. "Se trata de incidir en el manejo y en la seguridad", explica uno de los monitores en la zona de tiro mientras solicita a sus acompañantes que se equipen con las gafas y los cascos obligatorios en el ejercicio. Como él, otro monitor reedita el discurso mientras observa las evoluciones de varios de sus alumnos en Defensa personal policial. "Es necesaria la seguridad. Hay que evitar el conflicto a toda costa, convencer, mantener las distancias", explica mientras en el gimnasio, varios agentes reducían a sus oponentes y, con destreza, les colocaban los correspondientes grilletes.

Distintas formaciones Es sólo una imagen más de las que se ven todos los días en Arkaute. Sin ir más lejos, el día en que DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA acudió a conocer las instalaciones, había un total de 349 alumnos llegados desde media Euskadi. 55 policías locales de Donostia en cursos de Normativa de tráfico para Policía Local, 16 agentes de la Ertzaintza y de la Guardia Urbana bilbaína en formación sobre Bandas juveniles organizadas violentas, 10 alumnos de Txurdinaga en la Formación de teleoperadores del Centro de Coordinación de Emergencias, otros 10 alumnos de Conducción de vehículos pesados, o 15 policías autonómicos reciclando sus conocimientos en materia de Soporte vital básico instrumentalizado... Incluso se ha formado a profesores de autoescuelas o a artificieros en materia de NBQ, es decir, ante amenazas nucleares, biológicas o químicas. "Estudiamos escenarios como el sucedido en el metro de Tokio -donde los seguidores de una secta liberaron gas sarín, matando a 13 personas-", indica el monitor en la materia.

Formaciones de horas y otras de semanas que abren a los alumnos la posibilidad de convertirse en residentes de las instalaciones, equipadas con camaretas para acoger a varios centenares de alumnos. Aparte, un comedor capaz, en su momento álgido, de dar casi 1.000 comidas. Casi como un campus. La capacidad le llega al recinto por ser el responsable de la formación de las distintas promociones de la Ertzaintza.