PAMPLONA. Esta semana, la presencia de CO2 en el aire llegó a las 400 partes por millón de moléculas en los registros de la estación atmosférica Mauna Loa, en Hawai, considerada el epicentro mundial para el estudio de los gases de efecto invernadero desde que comenzó a operar en 1958.
La cifra en sí misma no se traduce en una "amenaza inmediata" para el ser humano, tal y como explicó a Efe el geoquímico Ralph Keeling del Centro Oceanográfico de San Diego, en California, pero es un dato simbólico con el que los científicos tratan de mover conciencias.
"Es un umbral al que no deberíamos haber llegado. De hecho, no habría que haber superado los 350", declaró Keeling, uno de los responsables del informe publicado el viernes por la Administración Nacional de Océanos y Atmósfera (NOAA, en inglés) de EE.UU.
Este experto sostiene que la civilización se encuentra "en zona de peligro" sin que en el horizonte próximo se vean atisbos de mejoría. En 25 años se estima que el CO2 supondrá 450 partes por millón de moléculas de aire dado el continuado uso de combustibles fósiles para el desarrollo de los países.
La quema de carbón, petróleo y gas natural está siendo el motor de la dramática aceleración del aumento del CO2 en la atmósfera, dijo en conversación telefónica con Efe el director de la división de vigilancia global de la NOAA en su laboratorio de Colorado, James Butler.
"Durante la civilización humana el dióxido de carbono ha estado en niveles de entre 180 a 280 partes por millón, en poco más de cien años la especie humana lo ha elevado a 400. No hay ciclo natural en este planeta capaz de hacer algo así tan rápido", aclaró el ejecutivo.
Se desconoce si existe un punto de no retorno, aquel que una vez superado genere una desestabilización tan drástica que condene al ser humano a calamidades climáticas globales que por el momento son más propias de las películas, un ultimátum que, si bien trágico, ayudaría a que se tomaran medidas para frenar las emisiones.
"La gente no ve peligros a corto plazo así que no se asusta, eso es parte del problema. No se atemoriza todo lo que debería. Si miras el largo plazo te das cuenta de la magnitud de lo que estamos haciendo es muy preocupante", insistió Keeling, cuyo padre fue pionero en el estudio del dióxido de carbono.
La llamada "Curva de Keeling", creada por Charles David Keeling, se ubica en la base de las demostraciones que validan las teorías del cambio climático que dieron origen a las cumbres medioambientales de Kioto o Copenhague.
Charles Keeling falleció en 2005 y su hijo Ralph continuó su legado.
"No pienso que a mi padre le hubiera sorprendido mucho que hayamos llegado hasta este punto, aunque él esperaba que una vez que se conoció la existencia de un rápido cambio en el clima, se hubiera hecho más", dijo su descendiente.
Para Butler, la gente tiene que hacer un esfuerzo para "entender suficientemente" que el calentamiento global "es verdad" y "tiene que confiar en quienes saben más", aunque admite que "eso es difícil".
"Lleva entre 10 y 20 años que se noten los efectos", indicó Butler.
Una vez en la atmósfera, el CO2 permanece atrapado allí durante miles de años lo que hace que los cambios climatológicos radiquen en las emisiones acumulativas.
La tasa de incremento de dióxido de carbono se ha acelerado desde que comenzaron los análisis continuos en 1958, al pasar de cerca 0,7 partes por millón al año entonces, a una media de 2,1 partes por millón en la última década.
Debido al aumento de la temperatura en el planeta, se prevé que en los próximos años gases metano que se encuentran en sedimentos superficiales en los océanos y bajo el hielo del ártico se liberen a la atmósfera. Ese gas podría acelerar hasta 5 veces más el calentamiento global.
Algo similar ya pasó en tiempos prehistóricos, recordó Butler. Tampoco es la primera vez que el CO2 se sitúa en los niveles actuales, aunque eso ocurrió de forma gradual en períodos de miles de años cuando el hombre aún daba sus primeros pasos como australopiteco.