ÉGALitè! Con esa voz, un grito por la igualdad de derechos, celebró el pasado martes la bancada socialista, mayoritaria en la Asamblea Nacional, la aprobación de la ley, por 331 votos a favor y 225 en contra, que permitirá el matrimonio homosexual y la posibilidad de que las parejas del mismo sexo puedan adoptar en Francia. Égalité! reza uno de los tres principios que sostienen la república, convulsa durante meses en las calles de la elegante, moderna y multirracial Francia por el encendido e inopinado debate entre los defensores y los detractores de la norma. Nadie en el gobierno que capitanea el socialista François Hollande esperaba semejante movimiento telúrico, un seísmo de alta graduación dado el elevado nivel de contestación por la adoquinada, aristocrática y bella París, punto de encuentro de las manifestaciones y contramanifestaciones por una cuestión que en el imaginario colectivo se creía superada años atrás. Sin embargo, la oposición anunció que recurrirá el texto al Tribunal Constitucional, que dispone de un mes de plazo para pronunciarse respecto al escrito de los conservadores. En principio, nada hace presagiar que el recurso de la UMP que lidera Jean François Copé vaya a tener mayor recorrido y la ley entrará en vigor en verano.

Las muescas de la historia parecían sostener una Francia que siempre tuvo un apego indisimulado a los derechos civiles, un argumento que se antojaba imbatible en el país que cobijó a muchos perseguidos en tiempos no tan lejanos. El estado vanguardista, de Montesquieu, la de la toma de la Bastilla, la revolución burguesa, la del Louvre y del cancán del Moulin Rouge ha quedado en entredicho. El pasado, la biografía que ha redactado Francia durante siglos, pensó el Gobierno galo, nunca permitiría un escenario de grito, insulto, agresiones, barricadas... menos tratándose de un cuestión de derechos civiles. Se equivocó a pesar del impecable discurso que esgrimió. "Sabemos que no hemos retirado nada a nadie, al contrario, hemos reconocido los derechos a nuestros conciudadanos cuya ciudadanía estaba falsamente cuestionada y hemos abierto derechos a todas las demás parejas", exponía Christine Taubira, la ministra de Justicia, lectora de poesía, una política muy cultivada que portó el estandarte de la nueva ley, la del matrimonio para todos, contestada fuertemente más allá del hemiciclo. En la calle, a pleno pulmón.

Quién lo diría de la ilustrada Francia, que cuarenta años atrás, en los coletazos de la dictadura española, recibía a puñados en sus cines a personas que cruzaban la frontera para ver El último tango en París, película de culto, repleta de una simbólica carga erótica, prohibidísima en la católica, censora y militarizada España. Francia era Liberté! Cuadro décadas después, las parejas lesbianas que quieren tener un hijo mediante la fecundación in vitro se ven obligadas a hacer el viaje contrario, a clínicas de Barcelona porque en Francia no está permitido. De hecho, la nueva ley no contempla ese supuesto y tampoco el de la madres de alquiler. Ambas posibilidades fueron retiradas de la propuesta de ley por la virulencia del rechazo de varios sectores de la sociedad francesa, encabezada por una actriz de segunda fila. Son varias la voces que detectan una profunda regresión en Francia, sobre todo en la última década.

De ese sustrato nació la figura grotesca de Frigide Barjot, (que se traduce como Frígida Chalada) -jugando con la idea de Brigitte Bardot-, un personaje creado por Virginie Merle, una cómica en decadencia, una freak, que se convirtió, de repente, en la abanderada de la lucha contra las uniones gais. En medio del escenario de la vía pública, Frigide Bardot mutó en una especie de Marianne de la farándula que impulsó el oleaje de las manifestaciones que pretendían impedir la aprobación del matrimonio homosexual. En las manifestaciones, de miles de personas, concentradas en París, en el resto del Hexágono no se produjeron movimientos, se exponía un puzzle absolutamente heterogéneo, un crisol encolado únicamente por la no aceptación de los derechos de matrimonio para los homosexuales.

Una extraña mezcla Allí bramaban y compartían lemas, pancartas y cánticos, amparados en cierta medida por el descontento general con el ejecutivo de Hollande, preso de la crisis, contra una ley que hacia a todos los franceses iguales ante la ley. Por las mismas calzadas de la romántica París desfilaban el movimiento ultracatólico Civitas, la extrema derecha de Le Pen, adolescentes, el UMP de Jean François Copé, pero también padres, madres, niños, abuelos... Todos ellos enmarcados por un todo vale: La Manif pour Tous, (La manifestación por todos), alentados por el color rosa, tono de las chicas, y el azul, relacionado con los chicos, aludiendo a la familia tradicional como único modelo, al vínculo entre hombres y mujeres a modo de reto a la bandera arcoíris, marca del colectivo homosexual, cercado en buena medida por la tenaza del tradicionalismo, muy activo y peligrosamente desbocado, hasta el punto de que algunos homosexuales fueron agredidos en esos días de furia.

De hecho, la virulencia del extraño conglomerado, era impensable semejante engranaje, donde se detectaron grupúsculos neonazis que obligaron a la intervención de la CRS, los antidisturbios, generó estupefacción entre muchos franceses, incrédulos ante semejantes reacciones. "Todo degeneró, era todo muy extraño. Hubo violencia, fue algo vergonzoso porque hablamos de derechos. Es más, la mezcla de grupos que acudía en las manifestaciones en contra de la ley era muy rara. Había desde familias enteras padres con niños, ultracatólicos por otro lado, luego aparecieron neonazis... era un disparate. Fue como una bola de nieve que empezó con una actriz cutre y que acabó con los antidisturbios", explican desde Francia a este periódico. El colmillo de ciertos grupúsculos asustó a la promotora de las marchas. "Exijo que los skins homófobos sean encarcelados a fin de obtener las condiciones normales de ejercicio de la democracia. El debate en curso es importante", apuntó Barjot, que no tardó en atacar a Hollande una vez aprobada la ley con un lenguaje ultra y belicoso. "¿Qué quiere el presidente de la República? ¿Quiere sangre? La tendrá por su culpa".

barniz reaccionario El ambiente en las calles de París, la ciudad de la luz, fue, durante meses, bien oscuro, cubierta como estaba la ciudad de la negrura de un barniz reaccionario, homófobo, que atosigaba a personas que simplemente querían ejercer su derecho al matrimonio y a la adopción como cualquier otro ciudadano. Hubo ataques en París, Burdeos o Lille. No había arcoíris en Francia salvo cuando el colectivo homosexual salía a la calle a defender la aprobación de la ley, que focalizó la agenda política hasta fagocitarla, otra sorpresa. "Apenas se hablaba del tema y no se sabe muy bien por qué todo se precipitó. Adquirió una importancia exagerada. Nadie lo esperaba", analizan las fuentes consultadas.

La ley en favor del matrimonio homosexual acaparó titulares, como si se tratase de una cuestión de Estado. Se discutía acaloradamente en la Asamblea Nacional, pero también en las televisiones y desde los editoriales de los periódicos: Libération y Le Monde se mostraban partidarios de la ley mientras que Le Figaro argumentaba en contra de la misma. Las discusiones sobre la ley ocuparon todos los recovecos. Estuvo presente en los centros de trabajo, en los cafés y en la redes sociales. En Facebook se podía pulsar un me gusta por los derechos del colectivo homosexual y existía la misma posibilidad para clickar en el grupo que promulgaba la familia tradicional bajo el epígrafe de: un papá y una mamá. El Hexágono partido en lo virtual y en lo real de forma dramática. "Se dio el caso en un colegio, en el que la directora impidió recoger a un niña a la pareja estable de su madre por ser lesbiana", subrayan desde Francia, que trata de adaptarse, al matrimonio para todos, El último tango en París.