vitoria. En las paredes del despacho cuelgan dibujos de los feligreses más jóvenes, aquellos que tiran a sus padres de la chaqueta para llevarles a misa el domingo. En las estanterías se entremezclan fábulas, cuentos y publicaciones religiosas. Una caja de cartón atesora varios balones de fútbol. Y a la entrada aguarda, obediente, Amelie. Es la perra de Koldo, ese cura de barrio al que no para de sonarle el móvil que ha conseguido llenar la parroquia de actividad, de alegría, de lucha, de espiritualidad.
La parroquia Santa Clara consiguió en muy poco tiempo lo que pocas con larga trayectoria: llenarse cada domingo. ¿Cuál es su secreto?
Llevamos dos años y medio de parroquia. Se inauguró el 26 de septiembre de 2010. Llegué a un barrio joven, y se dice de los jóvenes que no practican, que no creen en Dios, o que no creen en la Iglesia o en casi nada. Pues yo creo que la gente cree más de lo que parece, que busca algo más. Quizá se han sentido más acogidos y muchas personas se han puesto a disposición de hacer una parroquia joven, activa, movida, creativa.
Algo tendrán que ver sus métodos litúrgicos, con ese ordenador que tiene en el altar, el discurso cercano, cómo se moja con temas actuales...
Hay un equipo de liturgia conmigo, formado por gente joven, que me pone al día. Yo tengo ya 54 años. Y el lenguaje lo voy adaptando, porque el lenguaje eclesiástico es lo que es. Estar en el tú a tú con la gente te va cambiando las palabras, te actualiza. Además, estamos en un mundo audiovisual. La gente ve más por los ojos que por los oídos, una pena porque habría que escuchar más, pero si conseguimos entrar por los ojos y luego esas personas van recibiendo el mensaje por los oídos y lo transformamos en obras, mejor que mejor.
¿Esta forma de llegar a la sociedad no debería de ser la tónica habitual, en vez de la excepción?
Creo que todo el mundo intenta hacerlo lo mejor posible. También hay que pensar que los sacerdotes tenemos edades muy avanzadas. Si yo soy de los jóvenes... Y no todo el mundo puede ponerse al día con los temas informáticos, reciclarse... Esto necesita tiempo, gente que te ayude para que la liturgia y toda la pastoral de la parroquia sea cercana a los niños, las familias jóvenes... Creo que el truco es que paso muchas horas aquí, intento ser amable y la gente se va encontrando a gusto, ve que puede participar, que puede aportar. Los niños muchas veces tiran de la chaqueta a los padres porque es domingo y hay misa. Se sienten bien en las celebraciones y nunca estorban, aunque armen la marimorena. Y luego está el boca a boca. Se habla de nosotros y llegamos a todos lados.
Es que de oídas, le guste o no, se le conoce en toda Vitoria.
No sé si eso es bueno. Se habla demasiado, aunque de momento bien. Yo estoy muy contento.
Y se le conoce no sólo por sus métodos litúrgicos, sino porque Santa Clara se ha convertido en la sede de quienes sufren serias problemáticas sociales. La parroquia ha reunido a los afectados de Vitalquiler, a la plataforma antidesahucios...
La parroquia intenta ser una casa de acogida. Hay un equipo de coordinación, un consejo parroquial, que trabaja conmigo, que se dedica a acoger, porque tenemos que estar cerca de quienes más sufren. Uno de esos casos son esos jóvenes de entre veintipocos y treintaitantos años que se encuentran con el problema de no poder pagar el alquiler. Nosotros les acogemos y aunque tienen que ser ellos los que se organicen, estamos detrás todo lo que podamos.
Esta semana ha habido un nuevo caso de desahucio, en principio paralizado. ¿Cómo vive estos dramas?
Aquí hemos tenido dos intentos de desahucios e hicimos una campaña de recogida de firmas. ¡Cómo lo voy a vivir! Hombre, imagino que habrá casos y casos, que no todos serán iguales. Creo que muchos desahucios se deberían ver con más ojos humanos que monetarios. La sociedad dispone de medios, recursos físicos y humanos, que podrían atender más los problemas de las personas afectadas. Dicen que la Ley es ciega, pero creo que está un poco tuerta, porque para unos es muy drástica y para otros muy permisiva. Ya sabes, esos casos que tanto suenan...
Tragedias como las de los desahucios, no obstante, han animado a la movilización ciudadana. ¿La crisis acentúa el espíritu solidario?
Más tendría que unirse la gente, bastante más. Creo que estamos viviendo en una sociedad con un gran problema de individualismo. La gente cuando soluciona su problema se olvida de estar unida a los demás. Antes había una mentalidad sindicalista mucho más fuerte, una mentalidad de fraternidad y solidaridad más potente. Ahora, impera la mentalidad individualista. Cuando algo nos toca el trigémino es cuando nos unimos y luchamos ferozmente. Y cuando deja de afectarnos, nos olvidamos. Votamos cada cuatro años y si no estamos de acuerdo con el partido que gobierna, cambiamos. Mientras tanto, somos unos personajes anónimos y poco más.
Y los entes poderosos encantados.
Desde luego, es lo que parece. Aquí nadie dimite.
¿Le está tocando atender a familias de Zabalgana con situaciones difíciles, que vengan en busca de consejo, asesoramiento o algo más?
Siempre procuramos que la gente pase por la trabajadora social, que está mucho más preparada para la acogida de estas personas. Pero sí, pasan por la parroquia personas con necesidades puntuales por temas de pagos, con dificultades para llegar a fin de mes y que necesitan alimentos, con problemas de violencia doméstica... También con problemas psicológicos. Esta sociedad está haciendo que la gente viva mucho más estresada, triste y desconsolada. Procuramos escuchar y luego, de una forma u otra, derivar.
Un cura inquieto para un barrio que también lo es, con unas asociaciones vecinales que se afanan por conseguir mejoras. ¿Comparte ese espíritu combativo y reivindicativo?
Son unas asociaciones vecinales que lo están haciendo bien. Tenemos armonía, buen rollo que dirían los jóvenes. Ellas hacen su camino y yo el mío, porque no me da mucho más la vida, pero compartimos momentos en el barrio: las fiestas, Olentzero, Carnaval... Y en los asuntos combativos, estamos con ellas en el fondo. Me refiero a temas como los de los huertos populares, los defectos de construcción en casas, la limpieza de los solares vacíos... No obstante, creo que quizá deberíamos de estar más presentes en primera línea. Tendría que ser más reivindicativo... No me voy a poner ninguna medalla.
¿Cuáles son, a su juicio, los principales problemas de Zabalgana?
El gran problema de este barrio es que lo componen personas hipotecadas, la mayoría ya ni mileuristas, sino novecientoeuristas. Muchas tienen problemas de paro, se plantean tener hijos y no saben si podrían cuidarlos o educarlos. Hay parejas que se han marchado a sus anteriores casas, o que comen en casa de sus padres... Es un barrio con cierta complejidad. También se está demandando la construcción de la escuela de Mariturri, que no se sabe muy bien cuándo empezará, aunque con retraso seguro. También se prometió el centro cívico, que sería un lugar donde muchas cosas que se hacen aquí podrían realizarse allí, en un espacio más común a todos los vecinos. Quieras que no, esto es una iglesia, y hay personas a las que les repatea entrar en una.
¿Qué actividades no religiosas se desarrollan en esta parroquia por falta de otros espacios?
Aquí viene de todo, lo mismo la asociación musulmana de argelinos para informarse de cuándo tienen las elecciones que portales de barrios para arreglar los problemas de las nuevas comunidades de vecinos. Hasta hace poco teníamos un grupo de danza que se ha marchado al colegio Zabalgana. También vienen a ensayar dos grupos de teatro.
Así que nunca está solo.
No, no suelo estarlo. Y si no, me acompaña la perrita.
Por cierto, ¿cuándo descubrió usted su vocación religiosa?
Como muchos niños, fui al Seminario. Entré con nueve años. Eran otros tiempos y procedo de una familia típicamente religiosa. Estuve contento con la educación que me dieron, me ayudaron a crecer en la fe y cuando me fui haciendo adulto empecé a dar mis pasos, a ver el mundo. Tuve la oportunidad de estar en América siete años y fue para bien, porque descubrí que hay otras formas de ser y de ver, que es muy importante porque a veces sólo nos fijamos en nuestros ombligos. De todas formas, creo que todavía no he terminado mi proceso de formación en la fe. Nos hacemos adultos con el tiempo. Creemos que con veinte años nos comemos el mundo y no es así. Poco a poco vamos madurando, mirando el mundo con una visión mucho más amplia... Y eso ayuda a ser más permisivo, más abierto. Creo en un Dios que es muy amoroso y esa visión de Dios es la que me empuja a amar a las personas, a valorarlo todo sin ponerle cortapisas.
¿Nunca ha habido dudas? Puede ser sacrificada la vida del sacerdote.
Todos tenemos días de oscuridad, o desfalleces en el trabajo cuando las cosas no funcionan al ritmo que quieres, o te equivocas, porque yo me equivoco un montón de veces. ¿Dudas trascendentales? Alguna vez. Pero me puede más la esperanza que quedarme en el bache. Cuando tengo que hablar con jóvenes, que te dicen que es más fácil creer en Dios que en la Iglesia, yo les digo que la Iglesia la hacemos entre todos. Y si nos marchamos todos de ella, ¿cómo la vamos a cambiar? Esto es como el Alavés. Puedes apoyarlo desde casa y gritarle fuerte, pero si vas al campo seguro que los jugadores le pondrán más empeño. Algo parecido pasa con la Iglesia: hay que implicarse para que de esta comunidad salga algo mejor. Y si logramos poner otra cara a la Iglesia, pues me alegraré mucho.
Inevitablemente, toca preguntarle por el nuevo Papa.
Yo tengo confianza en que este Papa que viene dé pasos en positivo. La Iglesia ha dado muchos pasos en su trayectoria, pero ahora hay circunstancias difíciles, temas candentes de la sociedad con los que se demandan cambios: el celibato obligatorio, el sacerdocio de la mujer... Juan XXIII dijo: "Ya era hora de abrir ventanas para que entrara aire fresco y nuevo en la Iglesia". Yo le dejo margen al nuevo Papa para trabajar. La Iglesia es más lenta para los cambios que la sociedad.
Aunque no tendría por qué ser así.
La Iglesia es más compleja que la sociedad. Es grande, tiene mucha gente mayor... Desde el Papa hasta el último cristiano hay mucho que unir y cambiar... Pero no sé, no sé, yo sólo soy cura de parroquia.
¿Si le pregunto, entonces, por su opinión sobre el celibato y el sacerdocio femenino?
Creo que todo llegará. Como decía Gandhi: "La independencia de la India caerá como fruta madura". Progresivamente, la Iglesia dará pasos significativos con el tiempo. No sé si los veré yo, pero los dará.
Ya es Semana Santa. ¿Le apena que mucha gente se olvide de la parte religiosa y opte por desconectar?
Antes he dicho que la gente está muy estresada. Y no es para menos. Llegar a final de mes cuesta y todos nos asfixiamos un poco. Yo también, ya que tengo un hermano parado conmigo. Así que entiendo que los vitorianos tengan ganas de salir. Luego hay quien pregunta: "¿Y dónde está la crisis?". Pues irán al pueblo o a otro sitio, con menos dinero. Pero al menos respiran. Y eso es bueno. Ahora bien, la Semana Santa no debería ser un acto cultural más, o unas procesiones bonitas. En Semana Santa, y también todos los días, deberíamos de dedicar un momento a saber que somos más que un cuerpo que come y que defeca, que tenemos una cosa dentro ahí muy grande, que hay que darle vida y para eso hay que alimentarla. Y el alimento tiene que ser algo espiritual. Desde la fe y el Evangelio, creo que es posible. Otros lo harán de otras formas. Pero lo importante es alimentar el espíritu.