opakua. Asegura Fernando Ruiz de Azua a los pies de Opakua que nunca antes había visto semejante temporal, tanta cantidad de nieve acumulada en tan corto espacio de tiempo. Y su palabra cuenta. No en vano, son ya 24 los años que lleva limpiando carreteras y puertos en Álava, como el de Opakua, que se conoce como la palma de su mano. En las últimas horas, sin ir más lejos, ha vuelto a recorrer cada una de sus curvas, casi ocho kilómetros de angosta montaña alavesa a los que en la mañana de ayer había que liberar de algo más que un manto de nieve. En las cotas más altas, asegura este conductor, el espesor alcanza los dos metros. "No pasa nada. Así es nuestra rutina en invierno", desdramatiza. Horas después del colapso que sacudió por sorpresa a toda la provincia, este periódico ha querido comprobar las consecuencias de la última nevada en uno de los puertos emblemáticos empotrado en la brigada foral encargada de aportar normalidad al estado de esta red secundaria.
El punto de encuentro se fija en el mismo pueblo de Opakua, envuelto desde primera hora de la mañana por una densa niebla. El termómetro marca cuatro grados y el luminoso que antecede a la subida avisa sin miramientos: Opakua itxita. Para entonces, dos camiones y otros dos tractores llevan ya un par de horas trabajando en la zona. El camión de Ruiz de Azua, al que acompaña el joven Oier Pelegrín, ha partido a las seis de la mañana desde el parque móvil que la Diputación tiene en el polígono de Ali Gobeo. Los tractores, por su parte, se han unido al grupo desde las localidades de Contrasta y San Vicente, y están conducidos por Alfonso Larramendi y Arturo Pérez, dos vecinos que forman parte de una red de apoyo que la Diputación pone en marcha para este tipo de actuaciones. Ellos ponen el tractor y las cuchillas, la sal y el gasoil corren a cuenta del erario foral.
Para evitar sustos, una dotación de los Miñones también hace guardia al comienzo del puerto, impidiendo el tránsito a todo tipo de vehículos particulares. La brigada espera la señal de un superior al otro lado del puerto, llamada que se produce al filo de las 10.00 horas. Y comienza el ascenso.
un coche sepultado Este diario cierra un convoy formado por un camión-cuchilla bautizado como MOL 10 -tiene tracción a las seis ruedas, 32 marchas (cortas y supercortas) y un silo de sal con capacidad para 8.000 kilos- y dos tractores que abren huella con una pasmosa facilidad. Conforme se gana altura el espesor del paquete aumenta. En mitad del puerto, sin ir más lejos, la expedición contempla en la cuneta un vehículo sepultado por completo. "Ése no se va a mover de ahí por un tiempo", ironizan por radio. La marcha es lenta, no más de 12-15 kilómetros por hora. En condiciones normales, con una capa de nieve asumible, el puerto se limpia en unos 40 minutos, pero con el último temporal la media, como poco, van a ser cuatro horas largas.
Poco a poco el asfalto vuelve a cobrar vida. La destreza de tantos años al volante en alta montaña agiliza el trabajo y reduce los riesgos. Por eso Arturo guía por radio a su compañero Alfonso, que es novato en estas lides. Hace ya horas que en esta altitud (1.020 metros) amainó el temporal y eso ayuda. Para su suerte hoy -por ayer-, ninguno conduce a ciegas. Los arcenes, eso sí, no existen y la vía se ha convertido en un embudo blanco de sólo un carril. 25.000 kilos de sal han tenido la culpa de que en las últimas horas la cosa no haya ido a peor, explica Ángel Quintana, coordinador de la zona con 16 años de experiencia. Eso y la actuación de los 14 tractores que tiene a su cargo. "Sin ellos, ahora no estaríamos hablando ahora aquí", subraya.