El día 29 de septiembre de 1833, a las tres menos cuarto de la tarde, moría el rey de España Fernando VII. Ese hecho fue el detonante para el violento estallido de un conflicto, larvado desde hacía tiempo, que acaso todavía hoy no se haya resuelto, cuyo pistoletazo de salida fue el nombramiento como reina de Isabel, una niña de tres años de edad, por parte de la camarilla de ideología liberal que rodeaba a la viuda del rey, su sobrina María Cristina de las Dos Sicilias.
En esas circunstancias, el empleado de Correos Manuel González, en Talavera de la Reina, proclamó el 4 de octubre a Carlos de Borbón como sucesor de su difunto hermano, pronunciándose a su favor junto a un grupo de partidarios, que fueron reprimidos por la autoridad y seguidamente ajusticiados. Sin embargo, a pesar de su fracaso, aquel levantamiento sirvió para que en otros lugares prendiera la mecha de la rebelión. Tal cosa ocurrió, con distinta suerte, en los antiguos territorios del Reino de Navarra. Así las sublevaciones se sucedieron en Bilbao, Orduña, Tolosa, Oñate, Salvatierra, Los Arcos y Estella, entre otros muchos lugares. Los sublevados, por apoyar el derecho al trono de Don Carlos de Borbón, fueron llamados carlistas. En Vitoria, don Valentín de Verástegui organizó a los voluntarios carlistas, pero el general gubernamental Sarsfield los venció en Peñacerrada, ocupando la capital de Álava. Tras las primeras escaramuzas, las zonas rurales quedaron bajo control de los sublevados, mientras que las capitales fueron el reducto de las tropas del Gobierno de Madrid.
Los orígenes del carlismo son variados y complejos. No se pueden reducir a una cuestión dinástica. Años después de los acontecimientos que aquí se relatan, en 1873, en el contexto de la tercera sublevación carlista, Manuel Loidi, más conocido como el cura Santa Cruz, dejo dicho: "Yo no he luchado ni por Pedro ni por Sancho, sino contra los políticos de España y por la libertad de mi amada Euskal Herria". Eso, en aquellos tiempos, significaba fundamentalmente el mantenimiento de los Fueros y la eliminación de las políticas desamortizadoras, que privatizaban las fincas comunales y eclesiásticas, a las que los campesinos, entonces el 80% de la población, tenían acceso para su labranza a un coste asequible.
Paralelamente se veía con preocupación el deterioro que el liberalismo significaba para la vida tradicional de los vascos, en la cual se inscribía tanto el autogobierno, como la práctica de la religión católica y el uso de la lengua vasca, cuyo declive en aquellos momentos era constatable debido, entre otros motivos, a los deliberados ataques recibidos por parte del Gobierno central.
Irrupción de Zumalakarregi Ésas fueron las razones por las que una mayoría de los vascos se adscribió a la causa carlista, entre ellos Tomás Zumalakarregi. Nacido en el caserío Arandi de Ormaiztegi en 1788, en la guerra contra los franceses se incorporó a la partida del guerrillero guipuzcoano Gaspar Jauregi. Al acabar la guerra se enroló en el ejército español, llegando a ser nombrado en 1832 gobernador militar de El Ferrol. Fue apartado del ejército por sus posicionamientos políticos antiliberales, pasando a residir en Pamplona, en libertad vigilada. Al estallar la sublevación carlista, organizó a los rebeldes de Navarra, estableciendo su cuartel general en las Ameskoas.
Tras la derrota de los carlistas de Vitoria, el Gobierno de Madrid había establecido en la Llanada un fuerte contingente de tropas al mando del general O'Doyle, con un importante destacamento en Alegría. El 26 de octubre de 1834, Zumalakarregi llegó con 3.500 infantes y 400 jinetes a Santa Cruz de Campezo, donde dividió sus fuerzas en dos columnas, enviando a una de ellas, compuesta por seis batallones de infantería, por el puerto de Azazeta, al mando del coronel Iturralde. Mientras, él mismo conducía la otra, con tres batallones de infantería y cinco escuadrones de caballería, por Laminoria hacia la Llanada. Los dos cuerpos se apostaron respectivamente en Erentxun y Etxabarri-Urtupiana.
La mañana del día 27 de octubre, los carlistas se enfrentaron con una columna de soldados gubernamentales que habían salido de Salvatierra, entonces en su poder, llevando presos a la capital alavesa. Se entabló un tiroteo, que fue oído desde Alegría.
El general O'Doyle, que se encontraba allí, no dudó en acudir a sofocar lo que él creía que era una simple escaramuza. Traspasó los montes de la Atalaya, para encontrarse con un contingente de tropas muy superior al suyo. Intentó entonces retornar a Alegría, pero Iturralde había aprovechado la ocasión para entrar en la villa, encontrándose los gubernamentales entre dos fuegos. Los liberales, incluido su general, fueron hechos prisioneros, excepto doscientos hombres que se refugiaron en Arrieta.
Guerra sin cuartel Enteradas las autoridades gubernamentales en Vitoria de estos hechos, enviaron al día siguiente tres mil hombres al mando del general Osma. Los carlistas al verlos, avanzaron decididamente hacia ellos, enarbolando, según se dice, banderas blancas en las que figuraban calaveras, lo que significaba guerra sin cuartel.
El ejército gubernamental avanzó por la llanura entre Argomaniz y Mendixur, cuando fue atacado por su retaguardia, desde Oreitia, por los hombres de Iturralde. Así, los liberales fueron vencidos. De los prisioneros, dos mil se pasaron al ejército de Zumalakarregi. El general O'Doyle y quince de sus oficiales, entre ellos su hermano, fueron fusilados. El rey Don Carlos V premió a Zumalakarregi con la gran cruz y banda de la real orden de San Fernando.
Esta victoria de Zumalakarregi, basada en el conocimiento del terreno y en la aplicación de la guerra de guerrillas, es todavía hoy en día estudiada en las principales academias militares. Después de esta importante victoria, el general Zumalakarregi se propuso recuperar Vitoria, para después seguir hacia Madrid. Sin embargo, los dirigentes carlistas le ordenaron emprender la toma de Bilbao, ya que un préstamo de Inglaterra se hallaba condicionado a la toma de ese puerto. Allí Zumalakarregi recibió una herida en una pierna, a consecuencia de la cual falleció el 24 de junio de 1835. Tomás de Zumalakarregi fue una figura fundamental en la sublevación carlista del País Vasco y Navarra. Su figura fue tan valorada por sus partidarios que, incluso, hubo un intento de restauración de la independencia del Reino de Navarra, incluyendo los territorios de Álava, Gipuzkoa y Bizkaia, del que Zumalakarregi sería rey, que no llegó a fructificar.
La villa de Alegría-Dulantzi ha conmemorado esta efemérides con una representación teatral en la que participaban como actores sus vecinos y vecinas. Después de unos años en los que este evento no se ha llevado a cabo, distintas voces han salido a la palestra para solicitar que desde alguna instancia se retome la iniciativa para volver a escenificar así este acontecimiento que, sin duda, forma parte de la identidad de los vecinos de Alegría.