Si una de las leyes que mueve el mundo dice que la energía ni se crea ni se destruye, todo lo contrario ocurre con la felicidad, un estado personal y transferible que empuja al ser humano a un escenario superior que hay que trabajar y mimar para que no se desmorone, sobre lo que reflexiona este doctor en Psicología, ingeniero industrial y graduado en Dirección de empresas.
Un título atractivo el de su libro, más aún en estos tiempos, pero ¿está usted seguro de que alcanzar la felicidad es posible?
Es posible una felicidad sostenible. Un estado de alegría inmutable y constante es irrealizable. Es posible alcanzar un bienestar psicológico en el que haya un balance positivo entre satisfacciones y disgustos. Esta idea modesta de felicidad es lo que la psicología académica denomina bienestar subjetivo.
¿Y qué argumentos le daría, por ejemplo, a quien pierde su trabajo?
Ante situaciones de estrés, ansiedad o angustia hay que desarrollar capacidades para afrontar la adversidad: mostrar ilusiones positivas; derivar significados positivos de hechos negativos; utilizar el humor, la espiritualidad o la fe; no caer en pensamientos negativos reiterados sobre uno mismo; y usar las comparaciones sociales de manera adaptativa.
¿La crisis de valores está teniendo repercusión en la felicidad?
En los países desarrollados la felicidad es un asunto personal y una mayoría muestra una actitud hedonista, con un estilo de vida basado en el consumo. Sin embargo, con esta felicidad individual se ha perdido la relación. Por ello además del bienestar subjetivo es importante promover relaciones ricas y participativas.
¿La felicidad está sobrevalorada?
Es legítimo desear la mejor vida posible, la felicidad. Lograrlo implicaría el máximo desarrollo de nuestras potencialidades humanas, lo que incluye también aceptar nuestras limitaciones y los infortunios de la vida. Se puede aspirar a una felicidad suficiente, un bienestar en el que las alegrías superan a los disgustos.
Es usted optimista.
Sí, porque el optimismo realista es un factor evolutivo que contribuye al bienestar general y a la felicidad personal. Por eso, en los países desarrollados, vivir no nos es suficiente; además queremos ser felices, queremos tener la mejor vida posible. Todos hemos experimentado alguna vez algún momento de felicidad, por mínimo que sea. Estos momentos de felicidad constituyen nuestro vínculo seguro con la vida, que es la base de la capacidad de superación de la adversidad.
¿Y por qué solo somos conscientes de la felicidad cuando la perdemos?
La auténtica felicidad, dicen los sabios, está más allá del dolor y del placer, y es permanente. En cierto sentido, lo que nos sucede no es bueno ni malo, sino una oportunidad para crecer, cambiar y evolucionar. Sin embargo, si pretendemos el bienestar psicológico podemos apegarnos al placer y a la satisfacción de las emociones positivas pero, como saben bien los budistas, las emociones son impermanentes y experimentamos así la felicidad como una pérdida. Por otra parte, los periodos de infelicidad inevitables facilitan la sensación de que un nuevo estímulo produce felicidad.
¿Y cuánto dura la felicidad?
La beatitud, afirman los sabios, una vez consolidada, es un estado permanente. En el camino nos cabe la felicidad de las emociones positivas: aumentar los momentos de alegría, placer, regocijo, serenidad, entusiasmo, orgullo… Más allá de nuestra tonalidad emocional habitual, hay que tener en cuenta que las emociones positivas tienen menor intensidad y duración que las negativas. Los psicólogos evolucionistas lo explican diciendo que las emociones no están para que seamos felices sino para aumentar nuestras posibilidades de supervivencia. Por ello, nuestros sueños de felicidad solo se ven cumplidos después de superar dificultades.
Y si nos conformáramos con menos, ¿sería todo más fácil?
Si lo que determina la felicidad de las personas es la distancia entre lo que tienen y lo que desean, esta distancia se puede acortar de dos maneras: aumentando lo que uno posee o reduciendo lo que uno desea. En la actualidad, la identidad y el proyecto de vida parecen construirse obstinadamente sobre las opciones del consumo: compro luego existo. Sin embargo, en un mundo que se perfila cada día como más materialista cada vez hay más personas que consideran que la felicidad reside en el día a día, en los pequeños placeres cotidianos como una charla, unas risas compartidas o practicar un deporte… Por eso son tan importantes para nuestro bienestar la amabilidad cotidiana, la apreciación de la belleza, la apreciación de la excelencia, la gratitud y el sentido del humor.
¿Y qué obstáculos nos separan de la felicidad?
Los factores limitantes pueden ser psíquicos, como el pesimismo; físicos como la enfermedad; culturales como el materialismo; institucionales como la desigualdad o la falta de democracia... La ciencia de la felicidad estima que para el bienestar, los genes influyen en un 50% y el otro 50% está en nuestras manos. El nivel de felicidad va a depender, pues, de la personalidad, de nuestra manera de pensar y de hacer.