Vitoria. Profesor de Economía de la Universidad Autónoma de Barcelona y presidente de la ONG Justícia i Pau, entre otros muchos menesteres, Oliveres (Barcelona, 1945) se ha convertido en uno de los referentes intelectuales del movimiento de los indignados. De verbo fácil y tajante, el activista apuesta por dar una vuelta de 360 grados al sistema para acabar con la desigualdad imperante.
A golpe de recorte, el empobrecimiento de la sociedad es cada vez más notorio. ¿Esperaba llegar a esta situación cuando estalló la crisis?
No era de esperar. Ciertamente, cada vez aumenta más la distancia entre los más ricos y los más pobres de la sociedad y está desapareciendo una parte importante de la clase media. Pero a mi modo de ver, lo más grave es que estos recortes continuados y esta situación delicada de muchos no tendría ninguna razón de ser si los gobernantes actuaran debidamente. Porque bien administrados, recursos los hay más que suficientes para mantener el Estado del bienestar. Lo que sucede es que los que gobiernan no están al servicio de los ciudadanos, sino de quienes están especulando, a los que salvan en sus déficits bancarios recortando el gasto social. Es realmente lamentable la situación que estamos viviendo porque la gente sufre del paro, de los recortes, de la falta de pisos... Y si las cosas se hicieran bien no haría ninguna falta llegar a esta situación.
Dice que una ciudadanía solidaria es posible, pero la clase política no suele predicar con el ejemplo.
No, naturalmente. Las sociedades que sufren han demostrado muchas veces que devienen solidarias, como sucedió en América Latina cuando atenazaba con fuerza la cuestión de la deuda. Pero aquí se está practicando el sálvese quién pueda, salvémonos nosotros (los políticos) y, por descontado, rechacemos a los inmigrantes y creemos situaciones difíciles para la gente que lo pasa mal. Y eso sí, aumentemos los márgenes bancarios y de las gasolineras para que incrementen más su riqueza y se vayan distanciando todavía más de nosotros. Mientras tanto la sociedad, más o menos distraída o timorata, es incapaz de reaccionar.
El descontento sí que crece, pero sigue sin haber cambios sustanciales en las políticas.
Sí, hay poca capacidad por parte de las administraciones de hacer otras políticas, aunque ciertos márgenes sí tienen. Algunos son muy limitados, porque muchas de esas políticas vienen marcadas desde la Unión Europea y los grandes poderes financieros mundiales, que están imponiendo no sólo en España sino en muchos países europeos y de otros continentes unas políticas al servicio de sus intereses. La sociedad aún no ha reaccionado lo suficiente, quizá porque la información no ha corrido como debía, pero es algo que debemos hacer inmediatamente.
¿Han llegado tarde entonces las crecientes protestas ciudadanas?
Sí que llegaron con un cierto retraso, porque la crisis hizo su aparición en septiembre de 2008 y hasta el 15 de mayo de 2011 no se notaron los primeros conatos de protesta. Tardamos tres años en animarnos a decir que esto no nos gustaba. Ciertamente hubo una protesta generalizada y la sigue habiendo, aunque haya quien opina que este movimiento se ha desgajado. Yo creo que no, se ha visto en las últimas protestas de septiembre. Y más que va a salir, porque la situación va a empeorar radicalmente. Cuando falten algunos colchones que ahora funcionan, como el colchón malo -pero existente- de la economía sumergida o el soporte familiar, la gente se encontrará en situaciones delicadísimas.
¿Podemos estar a las puertas de una verdadera revuelta social?
Sí, debería haber empezado ya, siempre evidentemente desde un punto de vista pacífico. Es inadmisible la actitud que tienen los responsables financieros y económicos y también los políticos, que ejercen de títeres de los primeros. Hace falta una revuelta social, pero la gente todavía está acostumbrada a tener miedo. Y más miedo quieren imponer, con las medidas represivas y dramáticas que está tomando el gobierno del Partido Popular. Vale la pena enfrentarse a ellas. Los delincuentes son ellos e intentan cargárselo a los otros.
Usted ha abogado en alguna ocasión por acabar con el sistema capitalista. ¿Sería suficiente para comenzar un nuevo camino de igualdad?
Sería suficiente, pero sería muy complicado. Me escandalizan cifras que publica alguien tan ortodoxo como Naciones Unidades y que hablan de que con el dinero destinado a la salvación de los bancos, cuyo comportamiento ha sido delictivo en todo el planeta, se podría haber eliminado 92 veces el hambre del mundo. Esto se debe llamar sistema criminal, sistema asesino, sistema que debemos hacer desaparecer. Bien es cierto que no tenemos todavía en la mano sus alternativas, pero también lo es que nunca las alternativas de ningún sistema económico se han tenido en la mano antes de empezar.
Hablando de hambruna, hoy -por ayer- hemos tenido conocimiento de que al servicio de Pediatría de un hospital de Vitoria han comenzado a llegar niños desnutridos. ¿Qué sensación le produce esto?
Esto es sorprendente, y más aún en Gasteiz, que tengo la impresión de que es una de las ciudades con más calidad de vida del país. Entender esto aquí es algo desastroso y que por descontado es fruto de estos recortes. Las pocas personas que se niegan a pagar sus impuestos están evitando que la gente pueda tener una vida más o menos tranquila. Hay un dato escandaloso de la Asociación de Inspectores de Hacienda, que ha cifrado el fraude fiscal en 92.000 millones de euros al año. Con la subida del IVA, Rajoy sólo prometió recaudar 65.000. Lo que hay que hacer, por tanto, es gravar a quienes no pagan impuestos, que son las grandes fortunas, las grandes empresas y los grandes bancos, pero quienes nos gobiernan están al servicio de todos ellos y no de las personas. Mientras esto sea así, tendremos dramas similares en ciudades como ésta.