BILBAO. Siete gruesas puertas de metal separan la vida del patio de la cárcel de Basauri. Se abren y cierran lentamente, con un ruido que, dice Jorge Muriel, "se te mete en la cabeza". La primera vez que él las traspasó, como director de Pastoral Penitenciaria de la Diócesis de Bilbao, fue en septiembre del año pasado. "Había mucha gente y sonaban Los Chunguitos a tope en un radiocasete. Me vi en medio del patio y dije: ¿Qué hace un tío como tú en un lugar como este?". Una duda razonable, teniendo en cuenta que venía de trabajar con familias y niños en Indautxu. Casi un año después, Jorge no sólo ha disipado su duda, sino que asegura que echar una mano a los presos "está siendo una de las mejores experiencias" de su vida.
En busca de una verja junto a la que retratarlo, callejeando por el Casco Viejo de Bilbao, Jorge rompe el primer estereotipo carcelario. En prisión ya casi no hay barrotes. A lo sumo, en alguna ventana. Vaya. No tarda en echar por tierra otro mito, el de que los presos son peligrosos. "Eso no es cierto. La gran mayoría están por robo o tráfico de drogas. En España apenas hay un 15% de delitos por homicidio, contra la libertad sexual, de orden público y ahí están metidos también los de terrorismo", detalla.
Los chicos, como él los llama, cometen, en su mayoría, pequeños hurtos. "Algunos te cuentan cada historia, cuando robaban el champú o colonias en perfumerías y salían corriendo". El problema, añade, es que "robas una cosa pequeña, dos o tres y no pasa nada, pero a la cuarta o a la quinta pasa y te enchufan todas seguidas. Te meten tres o cuatro años de prisión y eso es un drama".
Hasta hace poco novato en las lides penitenciarias, Jorge admite que le ha sorprendido "la cantidad de gente que hay en la cárcel por delitos contra la seguridad del tráfico y violencia de género. Y, por cierto, una mayoría altísima son de aquí, gente de 40 o 50 años, trotada", aclara.
También le ha llamado la atención "que la cárcel está llena de pobres". De hecho, en este tiempo, no ha visto "en Basauri a ninguna persona adinerada". "Las leyes están hechas por los poderosos y los políticos, no por los pobres. Por lo tanto, difícilmente verás a un poderoso o a un político en la cárcel", constata.
Por contra, sí ha conocido a "gente que no tenía ni 500 euros para poner de fianza" y a un sin techo "que había cometido varios hurtos rompiendo los cristales de los coches y que, como no tenía hogar y la pena era arresto domiciliario, la tuvo que cumplir en Basauri". Y no es lo mismo, ni de lejos. "En la cárcel hay gente que entra sana y sale enferma, que no se drogaba y sale drogadicta, que entra sin ningún rasguño y sale apaleada", pone como ejemplo Jorge, para quien la prisión tiene que ser "el último de los últimos recursos que tiene que tener esta sociedad para castigar a un ser humano, porque vulnera su dignidad y hay que estar dentro para saberlo".
El común de los internos lo tienen muy complicado para echar a andar una vez cumplida la condena, atrapados como están "en un círculo de exclusión del que es muy difícil salir". Hace un mes él tuvo ocasión de comprobarlo, cuando, al salir de comer de un local en Santutxu, se topó con un antiguo recluso. "Me contó que las estaba pasando canutas y que había tenido que volver a robar para comer. Se te cae el alma. Con lo que hay por ahí. Antes se decía, pues que trabajen, que son unos vagos, pero es que ahora no hay trabajo". Algunos -advierte- no tienen ni dónde caerse muertos. "En las cárceles del Estado hay 7.000 personas sin hogar, que cuando salgan a la calle, lo harán con una mano delante y otra detrás".
La droga mata, "dejarla machaca"
"Me ha tocado vivir un suicidio y la gente ese día iba cabizbaja"
Puestos a colgar un calificativo de la alambrada, Jorge sostiene que "la cárcel es, sobre todo, depresiva, porque son gente sin futuro". Sin formación profesional, ni académica, su incorporación al mundo laboral "es dramáticamente difícil". También, asegura, hay mucha gente enferma. "Un tanto por ciento altísimo se han metido mucha droga y todo eso, al final, acaba machacando el cuerpo. Son personas que están solas, con baja autoestima", describe. Nada que ver con los violentos presidiarios de las películas, aunque tampoco faltan las peleas. "Un día entras y uno tiene cinco puntos de sutura en el labio o el ojo hinchado o la nariz rota. La mayoría de las veces es porque se roban entre ellos tabaco, playeras, comida, una radio...".
De cuando en cuando alguno se desespera y se quita del medio. "Me ha tocado vivir un suicidio este año y la gente ese día iba cabizbaja. La cárcel se entristece porque todos tenemos parte de responsabilidad por no haber estado atentos. Siempre te queda la sensación de que podías haber hecho algo. Conoces al ser humano que se ha quitado la vida, sabes lo que le pasaba y eso a mí me resultó difícil", confiesa.
A veces viven situaciones de tragicomedia. "Hace poco veo a uno de los chicos y le digo: Urko, qué mala cara tienes, siempre con constipados, con gripes... Y me dice: Joé, Jorge, es que la droga mata, pero dejarla te machaca. Nos empezamos a reír todos. Es verdad que en la cárcel circula droga, pero el que quiera dejarla tiene la oportunidad de hacerlo y este estaba en ese periodo de mecagüen diez, estoy cogiendo todos los virus posibles, antes la droga yo creo los mataba todos".
Una tele para no volverse loco
"Juegan mucho al parchís y cada cultura tiene su modalidad"
El aburrimiento, entre cuatro paredes, se combate echando una partida. "A lo que más se juega es al parchís y cada cultura tiene su modalidad. Yo he jugado más con ellos que con mis hijas. También juegan mucho a las cartas, pero el día se hace eterno. Por eso la televisión me parece un bien básico, porque son muchas horas en un chabolo, muchas veces solo, donde te puedes volver loco si no tienes un medio de entretenimiento". En alguna ocasión, Jorge les pasa un cuaderno de sudokus o autodefinidos, "pero tampoco puedes meter a todo el mundo, porque como abras esa puerta, te crucifica. Claro, por pedir que no quede. Normal, yo haría lo mismo", dice comprensivo, al tiempo que reclama "balones y pelotas de tenis, porque cuando se nos van fuera del muro, nos quedamos sin ellos".
Jorge no prejuzga, trata a los presos como seres humanos y, desde el máximo respeto a las víctimas, pide empatía para todo el mundo. Por eso, cuando le preguntan qué pasaría si le hicieran algo a alguna de sus hijas, da la vuelta al calcetín. "¿Y qué pasaría si el que comete el delito es tu padre o tu hermana?".