Pamplona. Son un saco de músculos con una balconada de impresión. Si te cogen por banda los aguirres, te pueden doler los huesos para una buena temporada. Ya no les digo si agarran carne con una de esas catanas que gastan junto al flequillo. Ayer, el santo trabajó a destajo porque en la calle había mucho pata y un Angelón suelto, que al final resultó ser lo que decía su nombre. Anudados a un milagro, hay un par de mozos que pueden contar el encierro de ayer por la uña del meñique. A uno de ellos, el veterano peraltés Víctor Arricibita, uno de los morlacos que bregaba por la derecha de la cuesta de Santo Domingo le abrió una tira de carne del tobillo a la rodilla. Por fortuna, el asta no le penetró muy adentro y le dejó en paz tendones y ligamentos. Le dejó tatuados 25 centímetros de herida y un mal rato, pero volverá para contarlo.
El otro muchacho que también resultó bendecido por el milagroso capotico es un japonés de 21 años, que ayer sí vio nacer de verdad el sol. Angelón, un morlaco negro bragado de 525 kilos, se lo llevó colgando del cuerno como si fuera un llavero. El tridente de cornúpetas que formaba con Burgalito y Cantinillo se arrimó al vallado a la hora de virar en la curva de Telefónica y ahí se encontró de golpe con un pelotón de patas que tomaba la sombra junto a los tablones. Un buena prenda saltó al adoquinado justo cuando a su lado trotaban los aguirres y aparte de levantarle un poco en el aire con el morro y subirle la tontería al garchanchón el chaval se quedó con su caraja apenas a cinco metros de donde había saltado. Sea como fuere, el patán este teledirigió a los bureles hacia el pelotón, donde Angelón sacó de su guarida a Keiju Shibuya, japonés de 21 años, y le prolongó un viaje agónico hasta la entrada a la arena. El mocete, al que ya solo le quedaba una zapatilla en su sitio, marchó prendido del cuerno por encima del suelo, trató de quitarse con las manos aquel asidero que le lamía la mandíbula pero no hubo forma. El chaval veía su vida pasarle por delante. Al final, se le diagnosticó una contusión lumbar. Más serio fue el susto.
El peraltés corneado y el nipón lastimado fueron los males mayores de una carrera que podía haberse convertido en un sinfín de reyertas entre cuernos y corredores. El encierro del sábado amaneció con una ligera llovizna que dejó el piso un tanto complicado para el equilibrio. A eso se unió que en la calle, aparte de la suelta de los torazos, había carta libre para que circulara una masa incontenible de patanes.
Primero, en Santo Domingo, lugar de frenético sprint en el que ya se había formado una montonera antes de que por allí la manada dejara su huella. Arrinconados en la acera diestra, una docena de mozos, entre ellos el corneado, se dio de bruces contra el suelo. Ya desde entonces, Burgalito y Cantinillo abrían la grupeta y no dejaron la cabeza ni en un renuncio. Alcanzaron la curva de Estafeta, con dos cabestros sacando morro, y marcaron un ritmo trepidante que, a duras penas, seguían el resto de hermanos. Los espacios entre la torada permitieron que en Estafeta varios mozos pudieran lucirse, siempre y cuando la convención de corredores galopara al unísono y la zancada de uno no tropezara con el codo, el frenazo y el derrape de otros. En la hilera de animales, Langosta circulaba tercero, pero resbaló en la curva y Angelón le metió las narices en la pata trasera para levantarle. Trotaron juntos un buen rato hasta que el primero resbaló en mitad de calle y el segundo alcanzó a Burgalito y Cantinillo, con los que desplegó la barredora en el vallado de Telefónica. Más atrás, Yegüizo, un precioso toro melocotón, dejó a un mozo con los pantalones abajo y el último de la camada, Botero, también se ganó unos cuantos flashes cuando se despistó al acceder al ruedo. Se dio una revuelta en la arena y a punta de capote fue convencido de su sitio.