Hay situaciones que nunca cambian, ni aunque les alteren el nombre. La Prueba de Acceso a la Universidad se denomina oficialmente de esta manera, pero todo el mundo, incluidos los estudiantes que la padecen, la sigue llamando Selectividad. El relato sigue siendo el mismo de siempre. A medida que se se echan encima las fechas de inicio, la cota de nerviosismo aumenta entre el alumnado hasta eclosionar el primer día de exámenes. Siempre hay quien lo lleva perfectamente preparado y ha estudiado escalonada y progresivamente a lo largo del último mes, pero por lo general los estudiantes se han puesto a hincar los codos en serio a lo largo de los últimos días y de forma un tanto apresurada. Otro aspecto que no varía en absoluto es la valoración que hacen del proceso quienes se van a someter al mismo. Todos consideran injusto jugarse a una sola carta el futuro académico, un punto de inflexión que marcará el resto de sus vidas. De ahí que, como de costumbre, el consumo de valerianas haya aumentado en torno al campus universitario, epicentro del nerviosismo en estos días.
Ayer era el día D. A las 8.45 horas, tenía lugar en el aulario de Las Nieves la presentación de la prueba y buena parte de los más de 1.200 estudiantes convocados asistió puntualmente a la cita. Miradas fijas, semblantes serios y consultas furtivas de última hora a un manoseado montón de apuntes. Documentos de identificación listos y resguardos de las matrículas preparados. Los universitarios que rondaban por el centro se cruzaban con aquellos que están a punto de convertirse en sus pares y el cóctel de sensaciones, entremezclado con el humo del tabaco apurado a las puertas del edificio contribuía, aún más si cabe, a incrementar los niveles de inquietud. Un cuarto de hora más tarde, a las 9.00 horas, arrancaba la primera de las pruebas, la de Lengua Castellana y Literatura. Daban comienzo tres jornadas maratonianas marcadas por la concentración, la tensión, la falta de apetito para unos y la voracidad incontrolada para otros.
Un total de 1.134 estudiantes que han terminado este año el bachillerato en Álava -532 de castellano y 602 de euskera-, junto a 114 alumnos que han completado sus ciclos de Formación Profesional -83 de castellano y 31 de euskera-, debían comparecer ayer en el aulario gasteiztarra para enfrentarse a uno de los escollos más complicados de sus vidas académicas. También había quien se presentaba para mejorar nota de cara a acceder a la carrera anhelada. En el exterior, las consabidas pancartas en contra de un sistema que no quiere ver más allá de lo que ocurra hasta el jueves, reforzaba la idea de rechazo al proceso que anidaba en las mentes de los convocados desde que asumieron que debían pasar por la criba.
Otro de los aspectos que no ha sufrido variación, al menos en Álava, ha sido el volumen de matrículas. En Bizkaia, por contra, ha descendido un 3,9% mientras que en Gipuzkoa se ha visto incrementado en un 2%.
A las 10.30 horas concluía el primer examen de la mañana. Iker y Nerea eran de los primeros en abandonar el aula que les había tocado en suerte y se afanaban en combatir la ansiedad a golpe de calada apostados junto a la fachada del edificio. A ambos les había sorprendido la complejidad de la prueba, aunque consideraban que la habían sobrellevado "bastante bien". "Nos han puesto un texto sobre la cultura francesa, cuando nos esperábamos otra cosa, la verdad. Creíamos que iba a caer algo de actualidad. Alguna noticia relevante o reciente", explicaban.
Ella aspira a emprender la carrera de Derecho, así que se la juega en la selectividad porque necesita nota para obtener asiento en la facultad. Él tiene en mente iniciar un grado de Marketing y Publicidad, con lo cual no necesita de ninguna calificación especial. A resultas de ello, Nerea acusa más la presión. "Estoy a base de tilas", confiesa. Iker reconoce por su parte sentirse "bastante menos presionado", si bien admite que los exámenes siempre aportan una importante carga de desazón.
Uno de los factores que siempre preocupa a los participantes en la selectividad es el de la seguridad. Ayer, los puestos estaban "súper separados" entre sí y la vigilancia de los encargados resultó superior a la esperada. No cabía posibilidad de echar mano de las socorridas chuletas y la técnica del cambiazo también resultaba excesivamente arriesgada. Para colmo de males, los profesores retiraron todos los teléfonos móviles de la sala, algo que desbarató buena parte del plan B de Iker. "Sí, lo cierto es que eso sí que me ha pillado a contrapie porque tenía algo preparado por ese lado", reconocía.
Tal y como explican los responsables de la UPV, la prueba se divide en dos fases: general y específica. La primera tiene por objeto medir la madurez y destrezas básicas que debe alcanzar el alumnado al finalizar el Bachillerato para continuar con las enseñanzas universitarias oficiales de grado. A su vez, consta de cinco ejercicios: Lengua Castellana y Literatura, Lengua Vasca y Literatura, Historia de la Filosofía o Historia, Lengua Extranjera y una materia de modalidad de segundo de Bachillerato a elegir libremente. Ello permite dejar fuera algunas de las asignaturas que más se atragantan. Geografía en el caso de Nerea y Biología en el de Iker. Cada una de las materias puntua entre 0 y 10 y, como máximo, en esta fase se pueden obtener 10 puntos.
El siguiente obstáculo que debían superar era el examen de Euskera. "Uno de los fáciles", según explicaban, "junto con el de Inglés". Otro cantar muy diferente era el de Historia o el de Lengua Castellana y Literatura que acababan de dejar atrás.
El sistema considera que un estudiante ha superado esta primera fase general al obtener una nota igual o superior a los cinco puntos como resultado de la media ponderada del 60% de la nota media de Bachillerato y el 40% de la calificación del apartado general, siempre y cuando en este último haya logrado un mínimo de cuatro puntos.
La fase específica es de carácter voluntario y su finalidad, tal y como precisan desde la UPV, es la de "evaluar los conocimientos y la capacidad de razonamiento en unos ámbitos disciplinares concretos relacionados con los estudios que se pretenden cursar". Permite mejorar la nota obtenida en el primer capítulo del proceso y los estudiantes pueden examinarse de cualquiera de las materias de modalidad de segundo de Bachillerato distinta a la materia exigida en la fase general, hasta un máximo de cuatro. Cada examen califica entre 0 y 10, sólo se tendrán en cuenta las notas iguales o superiores a cinco y la calificación final se obtendrá tomando las dos mejores notas de los exámenes voluntarios multiplicadas por los parámetros de ponderación, cuyo valor, 0,1 o 0,2, fija la universidad en función de la relación de la materia con el grado elegido. En este apartado se puede cosechar un máximo de cuatro puntos.
Después de que mañana concluya la última de las pruebas, a las 18.45 horas, los niveles de adrenalina caerán en picado y la calma volverá a adueñarse de los sufridos estudiantes. A partir de ese momento tendrán una semana de tregua antes de que les toque consultar las notas con el corazón bombeando al máximo en las gargantas. Para asimilar el trance, el próximo fin de semana resultará crucial. Nerea lo tiene claro: "una buena cena y después, de fiesta". Buena suerte a todos.