sEGUNDA semana de andanzas y, como era más que previsible, primeros kilómetros regalados por la patilla por ir al revés, por listillo. La semana empezó torcida, con un problema informático en Arzúa que consistió en la complicada avería de que puse a cargar el ordenador en el enchufe que no funcionaba. Debido a mis altos conocimientos de la cosa esta de las tecnologías de la información, no me quedó otra que esperar al lunes a la mañana a que abrieran una tienda de informática para llevarles el aparato. Al dependiente le costó unos 20 segundos arreglar el desaguisado, el tiempo exacto de llevar el cargador al enchufe y me devolvió el portátil con gesto complaciente como queriéndome decir: "Anda, chaval, ponte a andar que me parece que es lo tuyo".
Y uno, obediente por naturaleza, se puso a andar. En Arzúa se toma la variante del Camino de la Costa, uno de los dos caminos del Norte junto al Primitivo, y que en estos momentos está en capilla esperando la decisión de la Unesco de que pase a formar parte de los elegidos como Patrimonio de la Humanidad. Se lo merecen y hay muchos Gobiernos autonómicos peleando por hacer esto realidad, uno de ellos el Gobierno Vasco, que ya desde hace unos años se está tomando en serio la relevancia de la ruta jacobea.
Y la verdad es que, frente a la masificación del francés, es la ruta que más crece en peregrinos año tras año. Y no es para menos. Tras Arzúa llega el regalo de Sobrado Dos Monxes con el monasterio cisterciense que dio fuerza a la localidad. Hasta ahí llegue relativamente bien, aunque tarde, debido al problemilla con el ordenador.
Pero el problema de verdad llegó en la etapa siguiente, un maratón de 41 kilómetros sin nada en medio por mitad de los bosques de Lugo que, por arte de magia, yo convertí en 48 kilómetros tras perderme seis veces en seis intersecciones sin nadie a quien preguntar y con mi móvil partiéndose de risa cada vez que le daba al botoncito del Google Maps. A las intersecciones y las flechas al revés se sumaban la media docena de gallegos con los que me crucé en toda la etapa que me decían, "paisano, para Santiago es para el otro lado". Al hecho de ser gallegos, con lo que las conversaciones resultan un poco más complicadas e intuitivas, se une el hecho universal de ser de un pueblo en concreto en los que, siempre, preguntes lo que preguntes te responden "por ahí, todo recto", y en ese "por ahí todo recto" te encuentras con media docena de cruces de los que no te había avisado el paisano mientras el Google Maps se hace un ovillo el solo y desaparece de la pantalla del móvil.
Pero llegó Baamonde y con ello A Terra Cha y As Mariñas y los incombustibles miembros de la asociación Abriendo Camiños, los defensores de la ruta jacobea por tierras lucenses, que me han ido acompañando en mi despedida por tierras gallegas a mi paso por Vilalba, Abadín, Mondoñedo, Lourenzá? Todo un homenaje a la Galicia más profunda, más autentica, la de los barrios diseminados en las parroquias diseminadas de las aldeas diseminadas. Dejo atrás los bosques del bandido Fendetestas, las corredoiras encantadas y las voces de los paisanos, "Eh, que para Santiago es al revés". Ahora me espera el Cantábrico. Y sigue sin llover. Bendita sequía.