Vitoria. Cada 24 de diciembre, el doctor Usparitza se dirigía a los voluntarios de la DYA que esa tarde garantizan con un servicio especial que todos los conductores celebraran en casa la Nochebuena. Tras agradecer su colaboración, lanzaba su propia petición: "Un año más de prórroga". Estas navidades, sin embargo, no lo hizo. "Nos dijo que ya había dado todo lo que podía dar a los demás", recordaba, emocionado, Fernando Izaguirre, coordinador general de la asociación y amigo personal de su fundador y presidente.

Juan Antonio Usparitza (Busturia, 1919) falleció ayer a los 92 años, tras una larga enfermedad y una vida entera dedicada en cuerpo y alma, hasta dos semanas antes de su muerte, a ayudar a los demás. Médico de vocación, en su clínica ayudó a nacer a miles de vizcainos y gracias a sus esfuerzos vio la luz la DYA, pionera en la atención de víctimas en accidentes de tráfico.

Fernando Izaguirre todavía recuerda el día que conoció al doctor Usparitza. Fue en junio de 1986, en unos cursos de primeros auxilios en Galdakao a los que se había apuntado. "Él era así, presidente pero también el primero en dar clases de reanimación en un cursillo. No dudaba en ponerse el buzo si había que trabajar", recuerda Fernando. Con apenas 18 años, el color amarillo de las ambulancias de la DYA llamaba poderosamente su atención y, aunque "nadie sabía pronunciar muy bien su apellido", recuerda riendo, el fundador de la asociación ya era una persona muy conocida, en especial por su faceta como ginecólogo. "Sobre todo le conocían las mujeres, era un hombre muy conocido en el mundo de los partos", rememora. "Para mí, el nacimiento de una criatura era una íntima satisfacción, primero para la madre y la familia, pero también para mí", afirmaba en una entrevista en 2010. Ramón García, Patricia Gaztañaga, Juan Ignacio Vidarte o Patxi Alonso son solo algunos de los miles de niños que ayudó a nacer. Un total de 26.621 niños, como a él le gustaba recordar. Inauguró, en 1954, la clínica que llevaba su nombre, el primer centro del Estado en partos sin dolor. "Era amigo de sus amigos -seguía escribiendo, de su puño y letra, las felicitaciones navideñas a sus más allegados- y una persona que nunca te dejaba tirada. Un hombre en el que se podía confiar. Aunque fuera alguien que se había portado mal con él, si hacía falta ayudarle, lo hacía. Serio, con su carácter, pero lo hacía", afirma. Fernando le recuerda como un hombre "tranquilo" que rara vez levantaba la voz y al que le gustaba escuchar a su interlocutor. "Era firme en las formas", afirma. Y terriblemente disciplinado. "Como decía, siempre había sido un esclavo del reloj y era de una puntualidad británica".

"Nunca desconectaba" La DYA, la asociación que fundó en 1966 para que todas las víctimas de un accidente en carretera pudieran ser atendidas de forma correcta, fue su sueño, al que dedicó gran parte de su vida. Solía afirmar que nunca había tenido vacaciones, "ni de Semana Santa, ni fines de semana, ni puentes", desde que acabara la carrera de Medicina. "Nunca desconectaba, estaba permanentemente unido a la DYA, bien con un talkie o un auricular que llevaba en la oreja, o bien con el móvil los últimos años. 24 horas al día, 365 días al año. Incluso con 80 años, se presentaba en accidentes de tráfico o cuando había algún problema", destaca Fernando. La tragedia del camping de Biescas, la catástrofe aérea del monte Oiz -"al que llegó a pie"-, las explosiones de Beyena y del colegio en Ortuella... "Él ha estado, personalmente, en todas las catástrofes que ha habido en Bizkaia y fuera del territorio. Acudía personalmente y se ponía a trabajar".

Colaborador habitual de los medios de comunicación, llegó a realizar más de 15 intervenciones semanales en radio y televisión; su última colaboración en las ondas fue el pasado 26 de diciembre. Los accidentes de tráfico fueron su mayor adversario, aunque en los últimos años mantenía dos nuevas preocupaciones: la soledad a la que se ven abocadas muchas personas mayores, "llevaba una estadística personal", y los etilismos entre los jóvenes.