El 6 de marzo de 2015, el obispo de Vitoria, Miguel José Asurmendi, cumplirá 75 años y deberá renunciar a un cargo en el que, desde 1995, ha sobrevivido a las incesantes marejadas que azotan a la Iglesia vasca. La prudencia y una proyección pública que no va más allá de lo estrictamente imprescindible le han permitido a Asurmendi salir indemne tanto de las visibles y estruendosas galernas que se suceden cuando se mezclan religión y política en Euskadi, como de la incesante y gruesa mar de fondo fruto del enfrentamiento entre las dos sensibilidades teológicas presentes en los cleros vasco y español.

Los dos ámbitos de confrontación, en todo caso, discurren íntimamente ligados entre sí. Los sacerdotes y feligreses más progresistas se han sentido históricamente más cerca del nacionalismo vasco que los conservadores, anclados en lo teológico en las tesis que desde Madrid defiende el cardenal Antonio María Rouco Varela y cercanos en lo político a la derecha católica española.

La pugna por el control de la Conferencia Episcopal entre Rouco y el exobispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, de la que salió vencedor el primero, ha supuesto un vuelco sin precedentes para la iglesia vasca. El cardenal gallego ha instalado en las diócesis de San Sebastián y Bilbao a dos férreos defensores de su visión de la Iglesia, en dos territorios cuyo clero ha estado fuertemente influenciado históricamente tanto por el nacionalismo vasco como por la Teología de la Liberación y movimientos afines. La inevitable colisión entre José Ignacio Munilla en Gipuzkoa y Mario Iceta en Bizkaia, y buena parte de sus bases, ha sido brutal en el primer caso y mucho más contenida en el segundo.

El exfranciscano Jose Arregi, muy crítico con los nuevos nombramientos, cree que éstos obedecen más a razones teológicas que políticas, aunque esta variable también haya influido. "Creo que pesaron sobre todo razones de tipo teológico y pastoral que yo llamaría eclesiásticas. Desde el año 1979, en que fue elegido Juan Pablo II, se puso en marcha un claro proyecto de contrarreforma eclesial, de vuelta atrás al concilio Vaticano I del siglo XIX y al concilio de Trento del siglo XVI. Al mismo tiempo, se estableció una estrecha alianza entre el Vaticano y el neoliberalismo económico, infinitamente más asesino que el aborto y todos los terrorismos juntos. Todos los nombramientos episcopales de los últimos 30 años responden a ese proyecto eclesiástico de tipo integrista, y ahí se sitúan los nombramientos de Munilla e Iceta, y de Pérez en Pamplona", afirma el guipuzcoano, quien añade que, "en el caso de estos tres últimos, se ha dado también un propósito político, nunca disimulado por el cardenal Rouco, de imponer obispos identificados con el nacionalismo español en vistas a contrarrestar el nacionalismo vasco mayoritario en la sociedad y en el clero. En realidad, el nacionalismo vasco no le importa nada al Vaticano, aunque sí, y mucho, a Rouco y su círculo", asegura.

El portavoz del Opus Dei en Euskadi, Juan Carlos Múgica, disiente diametralmente de Arregi. "El denominado carácter político atribuido por algunos a las nuevas designaciones de obispos fue un argumento muy débil, que cayó por su propio peso en cuanto los propios agentes sociales empezaron a conocer de cerca a los nuevos prelados. Una vez más se demuestra que la relación personal y el dar tiempo para conocer el mensaje que quieren trasladar los obispos es muy importante a la hora de hacer juicios de valor", afirma. Y en cuanto a la supuesta regresión teológica que denuncia Arregi, Múgica destaca que "una característica de ambos obispos es su juventud. Esto quiere decir que son parte de nueva generación, 30 años mas jóvenes que los obispos sustituidos y por lo tanto, su estilo aporta frescura a la hora de llegar al sector más joven de la Iglesia y de la sociedad. El conocimiento de varios idiomas, el dominio de las nuevas tecnologías, la facilidad de estar presentes en cualquier foro, son una muestra de agilidad para conectar con la juventud y de un modelo pastoral dinámico".

La marejada de Gipuzkoa y Bizkaia en los últimos años contrasta con Álava, donde nada ha cambiado. Asurmendi no desentonaba, guiado por la prudencia, en el triunvirato formado junto con Ricardo Blázquez y el antecesor de Munilla, Juan María Uriarte, pero tampoco lo hace, guiado por la prudencia, ahora que comparte liderazgo con dos obispos que Rouco ha elegido cuidadosamente. Iceta y Munilla son euskaldunes y extremadamente jóvenes para ser obispos (46 años el gerniqués, 49 años el natural de Intxaurrondo). El primero elude los conflictos públicos y se muestra conciliador ante las polémicas, "es de un estilo mucho más fino y diplomático que Munilla, aunque comparten las mismas ideas teológicas", afirma Joxe Arregi, y el segundo es un conversador ágil y ameno, no exento de sentido del humor.

Múgica cree que "ambos destacan por su afán por estar cerca de la gente y conocer bien su diócesis", y recuerda cómo Monseñor Iceta aseguró no hace mucho que "el año pasado no había comido más de 50 días en su casa". Según el representante del Opus Dei, "es frecuente oír entre los feligreses de Bizkaia y Gipuzkoa el carácter cercano de ambos obispos", que tienen una importante "capacidad de afrontar temas espinosos en foros abiertos y formatos complicados".

Por su parte, las bases de la iglesia guipuzcoana afirman que Munilla está tratando de reordenar el sistema de formación de sacerdotes ideado por sus antecesores, trasladando a sus seminaristas de Vitoria a Pamplona, una diócesis más conservadora y ajena al estilo vasco de formar sacerdotes. Arregi coincide en ese análisis. "El Seminario de Pamplona se ha erigido, durante los últimos 15 años, en un auténtico bastión del integrismo católico, de sus movimientos y de sus seminaristas, y a eso se apunta Munilla, en contra de casi toda su diócesis. Están ahuyentando de la Iglesia a los cristianos más abiertos y a las personas en búsqueda, están excluyendo todos los espacios de disenso y pluralidad en su seno, están convirtiendo a la Iglesia oficial en un gueto integrista encerrado en el pasado", censura.

Para comprender lo que supone el vuelco de la Iglesia vasca al que Miguel José Asurmendi ha asistido como testigo de excepción en los últimos años hay que contraponer a los nuevos con los que se fueron.

El abulense monseñor Blázquez aterrizó en Bilbao en 1995 como un obispo extranjero. El presidente del PNV, Xabier Arzalluz, cargó contra el "tal Blázquez" en unos tiempos en los que José María Setién, un apasionado de la política, escandalizaba con sus declaraciones cercanas al nacionalismo vasco.

Sin embargo, Blázquez fue tomando contacto con sus bases y, una década después de haber sido nombrado, ya formaba piña con el discreto Asurmendi y con el sucesor y continuista de la línea de Setién, Juan María Uriarte, el obispo que compartió mesa con la dirección de ETA y con el Gobierno de Aznar durante el fallido proceso de paz derivado del pacto de Lizarra de 1998.

Ni con Uriarte y Blázquez, ni con Munilla e Iceta, Miguel José Asurmendi ha destacado por su dimensión pública. En sus homilías es habitual el uso del euskera y bajo su mando se encuentra el Seminario de Vitoria que ahora evita el obispo de San Sebastián, y que aunque hoy se encuentra tocado por la crisis de vocaciones, ha sido durante décadas una referencia en Europa, mientras formaba a los clérigos nacionalistas vascos. A Setién, sin ir más lejos.

El iruindarra Asurmendi figuraba en las quinielas junto al propio Munilla para suceder a Uriarte en San Sebastián. Era un obispo que, sin presentar un perfil nacionalista, se podía desenvolver con naturalidad en una diócesis que lo es, y mucho, y la alternativa era un hombre que tan sólo llevaba tres años como obispo de Palencia y que salió de Zumarraga ya enfrentado a buena parte de los curas guipuzcoanos. Sin embargo, Munilla fue el elegido.

Tanto Jose Arregi como Juan Carlos Múgica coinciden en que el obispo de Vitoria va por libre. "En el pasado, a Monseñor Asurmendi le tocó bailar con la mas fea en cuanto a protagonismo se refiere. El ya estaba en su diócesis cuando llegaron los dos mas mediáticos. De todas formas se ve que en muchos campos están trabajando en equipo, y la prueba más palpable es el documento que junto al arzobispo de Pamplona y Tudela publicaron con motivo de la cuaresma de 2011, que tan buena acogida tuvo", señala Múgica.

Arregi, por su parte, describe al obispo de Vitoria como un hombre "conservador, pero mucho más conciliador; no es un hombre de ideología", y por ello cree que "Iceta y Munilla le están ninguneando sin recato". El azpeitiarra cree que el relevo de Asurmendi seguirá la línea de Bizkaia y Gipuzkoa, aunque con matices. "Es posible que, por estrategia, nombren a un obispo sin mucho perfil. Es triste y degradante que los cristianos, sin ni siquiera ser consultados, tengamos que depender de esos tinglados, estrategias e intereses que no tienen nada que ver con el Evangelio de Jesús ni con la praxis de la Iglesia durante los primeros siglos", concluye Arregi.