vitoria. Cuando Felipe Santa María, José Mendía, Ángel Mendía, Fermín Martínez de Contrasta, Damián Fernández, Francisco de Paula, Fortunato Ángel Lopetegui y José Miguel Ángel Gómez de Segura se levantaron para ir a trabajar el 17 de agosto de 1961 nunca pensaron que sería lo último que harían. Como trabajadores del complejo industrial de fundición San Pedro de Araia, de la fábrica Ajuria-Urigoitia, su labor era arriesgada pero nunca había ido más allá de alguna quemadura o accidente sin mayor trascendencia.
Pero aquel día la rutina se tornó catástrofe y estos ocho profesionales no pudieron volver a sus casas. Araia homenajeó ayer a estos vecinos que murieron hace 50 años. Este suceso marcó a toda una generación de esta localidad alavesa y, aunque el tiempo todo lo cura, la memoria queda para que el respeto por los que ya no están perviva.
Así las cosas, este pueblo se vistió ayer de gala para recordar en diversos actos a los difuntos de la tragedia. La jornada comenzó con un Pleno extraordinario en el Ayuntamiento de Asparrena en el que se aprobó una declaración institucional con especial reconocimiento a las víctimas y sus familiares, trabajadores y pueblo en general. Una hora más tarde se celebró una misa en la iglesia de San Pedro en la que se honró a los ausentes. Por último, ya por la tarde, a las 19.00 horas, se inauguró en El Prado un monolito con una placa conmemorativa en recuerdo a los fallecidos.
Y es que esta tragedia marcó un antes y un después en Araia, un pueblo en el que se vivía casi como en una gran familia. Todo sucedió sobre las 7.45 horas cuando reventó el horno alto de la fundición. Este aparato ya había dado problemas días atrás, ya que se había detectado una fuga de gas que se estaba arreglando. Pero una decisión equivocada de aumentar el ritmo de taponamiento de la misma llevó a que se formara una bomba en el interior que ese día explosionó.
por quince minutos Una desgracia que se cobró la vida de estos ochos jóvenes y que sólo tuvo un punto positivo. Que los trabajadores de la parte de abajo entraban a su turno quince minutos más tarde. Las imágenes quedan todavía en la retina de los mayores de la zona que recuerdan cómo los afectados corrían al cauce para meterse al agua después de tragar el gas y quemarse. Pero no fue suficiente. Seis de ellos morían prácticamente en el día a pesar de las atenciones hospitalarias, mientras que otro resistió alguna jornada más y el último falleció dos meses más tarde.
El sufrimiento se hizo patente en toda la población que sentía a los vecinos como de casa y que se unió para ayudar a las viudas y a los huérfanos. De hecho, la celebración de los funerales tuvo lugar en la plaza del pueblo presenciada por la totalidad de una localidad todavía sobrecogida. La precariedad de las pensiones y las dificultades para sacarlos adelante con la ausencia del cabeza de familia en aquellos tiempos llevó a que algunos menores tuvieran que recurrir a colegios para huérfanos o la familia a trasladarse a la casa de la fábrica.
Precisamente para que todas estas penurias y la desgracia que sufrieron estas personas no caigan en el olvido, Araia saldó ayer deudas con su memoria histórica. Porque aunque a veces lo material no sirva para aliviar los dolores del corazón, la simbología que representa reconforta.