TRAS horas de caminata, el explorador estadounidense Hiram Bingham -cuyo personaje sirvió de inspiración a Steven Spielberg para crear la saga de Indiana Jones- llegó a un lugar extraordinario. "Penetré en un bosque virgen y, de repente, me encontré en un laberinto de preciosas casas de granito", dejó escrito en su obra Inca Land. Explorations in the Highlands of Peru (Tierra de los Incas. Exploraciones en las montañas de Perú).

Era 24 julio de 1911. Bingham se convirtió desde ese momento en el descubridor oficial del Machu Picchu, antiguo poblado inca construido a mediados del siglo XV y asentado en Perú. Este profesor de Yale se encargó de estudiar y de hacer pública la relevancia de esta antigua población. Pero no fue el primero en llegar.

garabato

Arrendatario

Cuando Bingham contemplaba los edificios, sus ojos se detuvieron en una pintada presente en uno de los muros. "En la pared de una de las construcciones más bellas había un tosco garabato en el que se leía que las ruinas fueron visitadas por Lizarraga, arrendatario de esos terrenos", describió con cierto desdén en su obra sobre tierras peruanas, escrita en 1922.

El hombre que inspiró el personaje de Indiana Jones no fue, por tanto, el primero en pisar aquel lugar, como ahora, en el centenario de ese redescubrimiento, se ha difundido en algunas publicaciones. Agustín Lizarraga era un arrendatario de tierras cuzqueño cuyo apellido indica que era descendiente de vascos. Llegó a Machu Picchu el 14 de julio de 1902 guiando a otras tres personas, entre las cuales se encontraba otro hombre con indudables orígenes vascos: Justo Ochoa.

Los cuatro visitantes dejaron un graffiti con sus nombres en uno de los muros del Templo de las Tres Ventanas. Al parecer, Lizarraga intentaba aprovechar las terrazas situadas en la ciudad inca para sus propios cultivos y decidió dejar su impronta para la posteridad.

Esta exploración del descendiente de vascos tuvo episodios similares, según testimonios orales expresados por el propio arrendatario, ya que él mismo alcanzó el poblado pétreo años antes acompañado por Luis Béjar Ugarte, cuyo segundo apellido no deja dudas sobre la tierra de nacimiento de sus antepasados.

El testimonio de Lizarraga se perdió en el tiempo y resulta evidente que resultó perjudicial su temprana y extraña muerte. Su pista se perdió en 1912 cuando trataba de cruzar el río Urubamba. Al parecer, las fuentes corrientes provocadas por la crecida del caudal lo arrastraron sin que se encontrase su cadáver.

Sin embargo, su viuda y descendientes resaltaron que en sucesivas visitas encontró en algunas zonas de Machu Picchu objetos de cerámica, piedra, oro y plata, que vendió a un comerciante rico de Cuzco.

La viuda de Lizarraga heredó algunos tesoros en metales preciosos que donó al convento de Santa Clara, situado en el propio Cuzco.

nuevas pistas

Arteaga y Recharte

La conexión vasca, aunque lejana, también acompañó al propio Bingham en su primer contacto con la ciudad perdida. Esa jornada de julio de 1911 le guió hasta las cercanías de Machu Picchu el arrendatario de tierras Melchor Arteaga. Y en las proximidades del poblado inca encontraron a dos familias de campesinos que residían allí. Una de ellas se apellidaba Recharte, por lo que no resulta difícil deducir que podría tratarse de una derivación de Recarte.

De hecho, uno de los niños de esa familia, Pablo Recharte, guió a Bingham hace un siglo hacia la zona urbana cubierta por la maleza.

Con todo, los precedentes de que el poblado inca ya tenía acento vasco se remontan al siglo XVIII. En concreto, una antigua escritura indica que doña Manuela Almirón y Villegas vendió los terrenos denominados "Picchu, Machupicchu y Huaynapicchu, a don Pedro de Ochoa el 8 de agosto de 1776 en 350 pesos".