Labraza. Rosquillas, almendras garrapiñadas y asados… Una verdadera sucesión de aromas sabrosos inundó ayer la villa amurallada de Labraza para celebrar un día medieval, para lo que sus habitantes y amigos no dudaron en vestirse de época y, sobre todo, salir a la puerta de sus casas para mostrar las habilidades artesanales transmitidas de generación en generación.
La convocatoria había partido de la junta administrativa, como continuación de la feria medieval celebrada el año pasado a lo ancho y largo de sus calles. Lo primero que llamaba la atención en Labraza era la organización del tráfico, gracias al nuevo aparcamiento y a la responsabilidad que demuestran quienes llegan a esta localidad y asumen que no se puede ni circular con vehículos por las calles ni estropear la vista del conjunto medieval aparcando de cualquier forma.
Nada más acceder a la plaza de la iglesia los visitantes se implicaban con la vida del medievo. Bajo los soportales de la iglesia, fresquitos, se podían tomar bebidas frías sentados en los poyos de piedra.
Mientras tanto, y desde allí, se podía ver una imagen que ha durado hasta hace poco en las calles de nuestros pueblos. Se trataba del vareado de la lana de las camas, de cuando éstas amontonaban ácaros, lo que obligaba a ventilarla y golpearla para matar a los indeseables bichitos y para dejar más mullida la materia prima. Quienes más disfrutaron con ello fueron los más pequeños, golpeando divertidos ese material sin saber por qué los mayores se reían tanto y les sacaban fotos.
La plaza y la puerta de la muralla de la villa se habían engalanado con banderas o tapices, y eran varios los vecinos que habían sacado sus habilidades a la calle. En uno, una señora se afanaba en dar vueltas a un líquido destinado a ser al final del día una pastilla de jabón "de las de toda la vida", fabricada con los restos del aceite de cocinar.
Más adelante el aroma del caramelo casero anunciaba las almendras garrapiñadas, de la misma forma que un matrimonio preparaba picadillo con el inevitable protagonismo de una niña empeñada en hacer las rosquillas de la abuela.
Traspasada la puerta de la muralla, el humo de los asados y el bullicio anunciaban que la mayoría había optado por la zona del centro social, un lujo, pues cuenta con juegos infantiles, frontón y bar. Y claro está, allí se congregaron el que asaba una vaca para la comida popular, los que freían morcillas, los niños disfrazados de soldados medievales o romanos. Hasta una furgoneta del centro ocupacional de Oion, Apdema, subió con un grupo de villanos y señores para pasarlo bien en esta jornada.