vitoria. Sin ni siquiera pretenderlo, el servicio militar le ha dejado una huella profunda. Cuando se enfada, guarda el tic de tararear una cancioncilla de entonces y todavía hoy sueña con que le buscan para volver al cuartel porque no ha terminado la mili. Ramón Barea no guarda fotos de esa etapa, pero sí recuerdos, aunque no muy buenos.
No podrá quejarse. Tuvo la suerte de hacer la mili cerca de casa.
Hice el campamento en Araca y luego estuve en Garellano, porque como estaba casado, me mandaron al cuartel de Bilbao. Allí, como escribía a máquina, estuve en oficinas con el comandante Abundio y el capitán Pelegrina, que se empeñaba en llamarme Pepe porque José Ramón era él. Mi misión en la oficina era escribir la orden del día, con el menú y todo, para lo cual tenía que copiar la orden del año pasado, que a su vez estaba copiada de la anterior, y así siempre... Ya ves, un trabajo muy poco creativo.
Además, tiene alguna anécdota curiosa con un tema musical.
Desfilábamos todos los jueves en el patio de Garellano y cantábamos un himno que era una pieza de zarzuela: Soldado soy de España, y estoy en el cuartel, contento u orgulloso, de haber entrado en él, decía la canción. Ahora todavía la canto cuando me cabreo. Pero no sé por qué.
¿Pisó alguna vez el calabozo?
Sí, claro. Pasé por el calabozo por dormirme en una guardia que me tocó en la tapia de atrás del cuartel de Garellano. Tuve suerte porque me libró el comandante Abundio para que escribiera la orden del día.
Pero creo que todavía tiene incluso pesadillas.
Diré que todavía, de vez en cuando, y como pesadilla recurrente, sueño que me están buscando en el cuartel porque no he terminado la mili y tengo que volver. Terrible sueño del que no puedo desprenderme.
O sea que no se puede decir que aquello fuera un camino de rosas.
Para mí fue un periodo poco divertido, del que apenas conservo anécdotas, un agujero bastante negro que incubó en mí, en vez de amor al Ejército, un imborrable sentimiento antimilitarista. Además, tengo que decir que jamás hice una diana en los ejercicios de tiro, porque me aterrorizaba el fuego real. Sin embargo, en el tiro al blanco de las barracas soy el amo. Y si quisiera reengancharme algún día, al licenciarme me ascendieron a cabo primero.