Vitoria. La capital alavesa ha vivido estas fiestas de San Prudencio con cierto aroma de nostalgia. Eso sí, mezclado con un espíritu renovador. La Diputación ha querido explicar mediante una representación teatral a los alaveses, especialmente a los jóvenes, el origen de una tradición tan arraigada como es la retreta, ese acto que cada 27 de abril reúne a cientos de personas en el Palacio de la Provincia, aunque muchas no sepan el porqué.

Sólo unos pocos privilegiados recuerdan aquella primera vez en la que trompeteros y atabaleros entonaron aquellas notas desde el balcón del Palacio Foral, simulando los toques que anunciaban el cierre de las murallas que rodeaban a la capital alavesa desde el siglo XII. En muchos de quienes vivieron en primera persona aquel día sólo queda el recuerdo, al igual que el de la primera vez que subieron a las campas de Armentia para participar en la romería.

Matilde Castillo habla con añoranza de aquellos días. “Quién pudiera volver a esos tiempos, pero no como estoy ahora, sino siendo joven”, asegura esta anciana, para quien los festejos de San Prudencio siempre han sido un día marcado en rojo en el calendario por un doble motivo: por ser el día de su patrón y también su cumpleaños. Nació el 28 de abril de 1911. Así que ayer sopló cien velas, y lo celebró a lo grande: rodeada de los suyos y dándose un auténtico banquete a base de caracoles, cordero y chuchitos. “Es muy golosa, cada vez que toma yoghurt nos pide que le echemos bien de caramelos”, bromea Mari Cruz, la encargada de la residencia San Antonio, en la que vive desde hace quince años.

Ayer, Matilde no paró de recibir visitas y llamadas de teléfono tanto de familiares como de amigos. Todos ellos coincidían en destacar su buen aspecto, y su buena memoria también, ya que no se hartó de contar historias vinculadas a las celebraciones en honor a San Prudencio. Ya desde pequeña, aunque todavía vivía en Lapuebla de Labarca, recuerda cómo acudía con sus amigas hasta Armentia, donde se celebraba el baile, un acontecimiento que lograba reunir a toda la juventud no sólo de Vitoria, sino también de los pueblos del territorio. “Íbamos sobretodo a mirar, nos poníamos las chicas por un lado y los chicos por el otro, y de vez en cuando alguno te sacaba a bailar”, explica.

En la romería, las almendras eran su perdición, aunque era un capricho que sólo se podía permitir en pocas ocasiones, al igual que las rosquillas. “Si tenías dinero las comprabas y si no, te quedabas sin ellas”, asegura. Su nieta Carmen, también guarda algunos recuerdos de su abuela en este día grande de los alaveses, aunque ya bastantes años después. Explica que se estudiaba a fondo el programa festivo, tratando de exprimir al máximo las actividades organizadas para esta jornada. “La recuerdo con sus zapatillas de esparto recorriendo la ciudad de lado a lado. Iba a misa, a la chocolatada, la tamborrada... No se perdía absolutamente nada”, asegura la joven.

Hace tiempo que Matilde no se acerca hasta las campas de Armentia un 28 de abril. “Fui hace cinco años con mi hijo pero me mareé en el camino y me quedé en el coche”, refunfuña. Aunque se considera una mujer moderna, no termina de verse rodeada de cuadrillas de jóvenes dándose un baño de cerveza. ¿A qué voy a ir yo ahora allí?”, se pregunta.

Eso sí, hay algunas tradiciones que continúa sin perder, como la de comer caracoles por estas fechas. Ayer, la cocinera de la residencia le preparó con cariño una buena ración de este plato típico de San Prudencio, aunque no hace tanto tiempo que los cocinaba ella misma en una gran cazuela de porcelana. Incluso salía al campo a capturar los moluscos. “Solía ir con un grupo de mujeres. Ese día madrugábamos mucho para ir al monte”, asegura. Fueron tiempos difíciles para ella, ya que desde que enviudó con sólo 36 años, tuvo que sacar adelante a sus dos hijos, Álvaro y Maite, mientras trabajaba como sirvienta. Ya nunca más se volvió a casar, pese a que insiste, con una sonrisa pícara, que ha tenido “muchos novios”. “Ha sido siempre una mujer muy guapa”, añade Mari Cruz. Su rostro es fiel reflejo de estas palabras, y es que pese al paso del tiempo, apenas ha acumulado arrugas.

Emocionada, Matilde cumplió ayer todo un siglo muy bien aprovechado. “No paraba nunca en casa. A mi madre le pedía una disculpa y me marchaba a bailar”, asegura. Hoy, la edad le impide llevar aquel ritmo de vida, aunque cuando puede se acerca hasta el baile de La Florida, para recordar aquellos tiempos tan felices en la romería de Armentia.