vitoria

Ni en sus peores pesadillas podía imaginar el pueblo nipón lo que iba a significar la fecha del 11 de marzo de 2011. El terremoto de 8,9 grados en la escala de Richter, el mayor de su historia, dio paso a un tsunami que asoló gran parte de la costa noreste del país. Miles de muertos y desaparecidos, decenas de miles de heridos y varios cientos de miles de desplazados fueron los primeros signos visibles de una tragedia retransmitida al segundo por la televisión al resto del mundo. Sin haber podido recuperar el aliento, saltaron los primeros signos de alarma por la seguridad de las centrales nucleares de esa parte del país, afectadas muchas de ellas por el terremoto y el posterior tsunami. El desastre humanitario dio paso a una alarma nuclear de dimensiones planetarias, que no ha ido sino creciendo durante los últimos nueve días. El lógico miedo por un nuevo Chernobil ha ocultado en gran medida la situación desesperante de los miles de damnificados, que además deben hacer frente al frío y la nieve. Por no hablar de la economía, gravemente afectada por los desastres. La tormenta perfecta se cierne sobre Japón.