la Llanada y su localidad principal, Salvatierra, vivieron siempre con preocupación el problema del suministro de agua. Las nuevas generaciones no se pueden creer que sus abuelas tuvieran que lavar la ropa en los lavaderos públicos o en el río, ya fuera en invierno o verano, hiciera frío o calor. Tampoco llegan a comprender que el agua precisa para las necesidades de la familia tenía que ser acarreada desde las fuentes a las casas, sin duda un sistema disuasorio para paliar el derroche de la misma, aunque los niveles de higiene dejasen bastante que desear.

Salvatierra, como villa amurallada, precisaba de un suministro de agua dentro de su recinto intramuros para no verse privada de tan vital elemento en caso de un asedio prolongado. Para tales circunstancias disponía de aljibes, que recogían el agua de la lluvia, y de pozos, que la extraían de las entrañas de la tierra. La ubicación de la población, en lo alto de un cerro, no favorece la existencia de manantiales. Sin embargo, en tiempos normales el suministro de agua se solventaba fácilmente recurriendo a varios arroyos que la circundan - Zaraeta, Santa Bárbara, Egileor y Zumalburu o Alivio-, y que van a desaguar al río Zadorra, que la bordea por el norte.

En sus proximidades existen manantiales, como el de Andraiturri -hoy se dice Aniturri-, cuyos caudales eran aprovechados desde antiguo para alimentar dos fuentes en la villa, una en cada uno de sus dos barrios, San Juan y Santa María. Esto para el común de los mortales, porque las casas importantes -Azkarraga, Begoña, Bustamante o Larramendi-, disponían de sus propios pozos. Las dos fuentes, dado que en aquellos tiempos el bombeo de las aguas era complicado, estaban situadas bastante por debajo del nivel del suelo, por lo que para acceder a sus caños había que descender unos escalones. En el caso de la de Santa María nada menos que diecisiete.

Sin embargo, llegó un momento en el que este aporte hídrico no fue suficiente y, a finales del siglo XVII se construyó otra fuente aprovechando otro manantial en Apategi. Esta solución resolvió el problema del abastecimiento de agua en Salvatierra durante casi un siglo. En 1782 el concejo de la villa encarga un estudio al maestro fontanero vitoriano Pedro Gorospe, para aprovechar las aguas del arroyo de Egileror en su cabecera, en Lezao. Las necesidades de aquel momento no debían ser tan urgentes, ya que el proyecto no se llevaría a la práctica hasta mucho después, en 1905. Mientras tanto, en 1845, el arquitecto Martín Saracibar llevó a cabo un proyecto que condujo el excedente de agua de la fuente de Apategi hasta el barrio de las Eras de San Juan, donde se instaló además un lavadero.

En 1905 se condujeron por fin las aguas de Lezao hasta el casco de la villa. Con ellas se alimentaron tres fuentes, una en la plaza de San Juan, otra en la de Santa María y una tercera intermedia en la calle Mayor, llamada de los dos caños, porque efectivamente tiene dos caños, uno para el barrio de San Juan y otro para el de Santa María. La diferencia de nivel entre la toma de agua y las fuentes hizo que éstas pudieran situarse a ras de suelo y, además, que el agua saliese con cierta presión, por lo que fueron suprimidas las antiguas fuentes subterráneas intramuros.

Unas construcciones que solían ir unidas a las fuentes eran los lavaderos, ya que, como es lógico, era más fácil acercar la ropa al agua que el agua a la ropa. La construcción de la fuente de las Eras de San Juan llevó aparejado un lavadero. En la nueva de los dos caños se aprovechó el agua para otro lavadero, en la paralela calle Carnicerías, situada a un nivel más bajo, y para un abrevadero que diera servicio al contiguo matadero. Hubo otro lavadero en el inicio de la carretera a Opakua. Estos lavaderos siguieron existiendo tras la instalación del agua corriente en las casas, ya que resultaba más cómodo lavar, sobre todo las piezas grandes, sábanas o manteles en el lavadero que en las fregaderas de las casa. Además el lavadero era un importante lugar de relación social y de cotilleo. Fue la generalización de las lavadoras en las casas, lo que acabó con la utilización de estas infraestructuras. De cualquier forma, hasta épocas relativamente recientes, muchas mujeres iban a lavar la ropa a los ríos, en lugares ya determinados por su conformación. El investigador Victorino Palacios, en su obra dedicada a la arquitectura de la Llanada oriental, cita un acuerdo del Ayuntamiento, fechado en 1859, que dice que "nadie puede lavar ropa en el río de San Juan, a no ser desde la fuente para abajo y en el de Santa María desde la huerta de don Pablo Antonio de Gordoa para arriba a fin de que las caballerías y otros ganados puedan beber el agua de la parte superior de donde se lave la ropa".

De estas fuentes subsisten en la actualidad la de Apategi, la vieja de las Eras de Santa María, las de 1905 de las plazas de San Juan, Santa María y los dos caños y la de la calle Ugarte, en la Madura, en realidad un aljibe. Son posteriores a ellas las de Zumalburu y la del Portal del Rey. Recientemente se han instalado en Agurain nuevas fuentes, pero en éstas, como corresponde a los tiempos, el aspecto artístico y de ornato sustituye al instrumental de proveer al vecindario de suministro de agua. Destacan las de la rotonda del inicio de la calle Fueros, diseño del escultor Lalastra, y el conjunto del nuevo barrio residencial de Harresi Parkea, de Paco San Miguel, en los jardines y diseño de Andrés Iturralde en la Plaza Euskal Herria.