No son mayoría los fumadores en Álava, pero desde hace siete días el tabaco está en boca de todos los ciudadanos. La ley aprobada por el Gobierno de España para prohibir los malos humos en los locales hosteleros hace que no se hable de otra cosa. Para bien, en el caso de quienes soñaban con respirar tan sólo café, fritanga y humanidad en los bares y restaurantes. Con resignación, en el caso de quienes se han visto obligados a cambiar sus hábitos y salir a la calle para regalarse su dosis de nicotina. Las normas, gusten o no, están para cumplirlas. Y, de momento, en Vitoria la rebeldía no tiene cabida, máxima comprobada por DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA en uno de los momentos más críticos para quienes gustan de encenderse un cigarrillo: la ociosa hora del vermú.
"Lo llevo fatal", resume Carmen sentada a la barra de La Malquerida. Café y pitillo, marianito y pitillo... Hasta la semana pasada, ésa era su combinación ideal. Ahora, si quiere satisfacerla, tiene que salir a la calle. Una exigencia aceptable con temperaturas agradables, pero no en pleno invierno -que es la estación en la que estamos, aunque ahora no lo parezca-. Y, claro, hay un problema añadido, que ella no potea sola, sino con su marido. Un no fumador que agradece la normativa, aunque, ante la mirada atenta de su esposa, reconoce que es "demasiado tajante". "Al final no nos van a dejar fumar ni en casa", añade ella, para luego negociar con Óscar si se quedan dentro o si salen a las mesas instaladas en la entrada, con estufa incluída. Hablar de tabaco le ha dado ganas de fumar, una adicción que en la última semana se está haciendo más difícil de controlar. "Como estás aguantándote las ganas dentro del bar o la cafetería, cuando sales acabas echándote algún cigarro extra", sostiene.
Pues qué desastre. Y no es la única. Esther, que tuvo que abandonar el hábito por recomendación médica, conoce a más de uno que en estos siete días ha apurado el paquete antes que de costumbre. "Creo que esta ley es excesiva, y que habría bastado con instalar espacios para fumadores y no fumadores. Y si es tan malo el tabaco, pues que cierren las tabacaleras", apunta. El yang es su compañero Fernando. Él está encantado con la normativa, con poder entrar en los bares y no recibir el pegajoso sopapo del monóxido de carbono. Una sensación que también aplauden los hermanos Carlos y Josetxo, y sus respectivas, Maite y Cristina. Sentados a la entrada del Dublín para disfrutar del cálido mediodía, no dudan en mostrarse "encantados de la vida" con la gran novedad de 2011. Bueno, todos menos Maite, la única que pertenece al bautizado como el club de los apestados.
"Me parece bastante hipócrita que se prohíba fumar mientras se sigue vendiendo tabaco en los bares. No obstante, creo que la medida es razonable, sobre todo teniendo en cuenta a los niños", apunta. Está pensando en su chaval de diez años, y en los de sus cuñados, de nueve y siete. Y Cristina añade. "Uno de mis hijos tiene un problema pulmonar, y no podíamos entrar en los bares con él. Y si lo hacíamos estábamos angustiados". Ahora, se han liberado de esa preocupación. Y, de paso, se ha desatado un nuevo mundo de gratos perfumes. "Ahora huele a café, a pintxos... Disfrutas comiendo", apunta Carlos. "Y la ropa no pilla la peste a tabaco", agrega su hermano.
Blanca, exfumadora sentada a la entrada del Moderno con Lourdes, ya ha experimentado la sensación de volver a casa tras una noche de marcha sin haberse convertido en un cigarrillo andante. "Es genial". Su amiga también está encantada con la norma, sobre todo por su bebé; ahora su vida social se verá "mucho menos limitada". Además, se alegra de que la aplicación de la ley haya coincidido con una semana de temperaturas agradables, ya que está convencida de que "ha venido muy bien para que la gente se acostumbre rápidamente sin sufrir demasiado".
Ninguna de las personas entrevistadas ha visto fumadores rebeldes estos días. "Somos tolerantes, aunque a mí esta ley me parece una farsa", sostiene Igor mientras disfruta de un cacharro con su novia Saioa. Ella, por contra, se postula "a favor" de la norma pese a ser de las que se echan varios cigarros al día. "Es una cuestión de respeto y de control. No pasa nada por encender el pitillo en la calle tras tomarse el café".