Chapotean en el caudaloso tramo final del hilo fluvial nacido en las cumbres de la cordillera del Himalaya, el río Mekong. Las aguas de este cauce envuelven a estos peces tras fluir más de 4.500 kilómetros por China, Birmania, Laos, Tailandia, Camboya y, finalmente, Vietnam, que los cría de forma industrial en su tramo final, el delta del Mekong.
Allí nacen, se reproducen y mueren millones de pangas (su nombre científico es pangasius hypothalmus) a lo largo del año que, tras su manufacturado y un viaje de 10.000 kilómetros, llegan a las bocas de miles de vascos todos los días.
Su económico precio (entre cinco y siete euros), basado en una torrencial producción, y el sabor poco acusado de sus blancas carnes y fácil cocinado, lo han convertido en un habitual de comedores, residencias, hospitales y algún restaurante, escasamente proclive a distinguir los pescados en su carta. Su fulgurante éxito ha crecido en proporción a las críticas de algunas personas, que cuestionan la salubridad de este pez, similar al tiburón, y que mide aproximadamente un metro y puede alcanzar los 15 kilos.
La eclosión de esos reproches se produjo cuando la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) señaló que, tras analizar 23 muestras de panga, cuatro contenían un herbicida, la trifluoralina, prohibida en Europa. La agrupación también detectó mercurio en media docena de ejemplares, aunque las cantidades no superaban el límite legal de 0,5 mg/ kg. "Ninguno de los dos contaminantes encontrados suponen aisladamente un riesgo inmediato para la salud, pero estos residuos deben ser tenidos en cuenta para realizar los controles y recomendaciones oportunos a la población", señaló la OCU.
El doctor en veterinaria José Manuel Etxaniz puntualiza que este pez "químicamente tendrá tanta contaminación como cualquier otro", sobre todo rojo, como el atún o el bonito. "También en una lechuga puedes detectar sustancias químicas, pero hay unos límites. Normalmente, estamos muy por debajo de niveles preocupantes. Hoy en día, hay una quimiofobia, por lo que todo lo que tenga química es malo. Si cumple con las normas sanitarias es, un pescado que no tiene por qué tener mala fama.", puntualiza Etxaniz.
Este facultativo recuerda, asimismo, que "alguna propaganda contraria al consumo de este pescado se dice, seguramente interesadamente, que les alimentan con orina. Es mentira", enfatiza.
En este sentido, Etxaniz matiza que una cadena de televisión francesa informó que para estimular la fecundación de las hembras de panga se recurría a una inyección de orina de mujeres embarazadas. Sin embargo, el veterinario explica que la orina de las mamíferas embarazadas contiene gonadotropina coriónica, una hormona necesaria para mantener el embarazo y que sirve, entre otras cosas, para inducir a la ovulación en hembras no gestantes. Por lo que, probablemente, esta sea la sustancia inoculada a algunos ejemplares. "Es de imaginar que en una economía como la vietnamita se obtenga esta hormona de la orina, al igual que hace medio siglo se extraía aquí para hormonas y medicamentos, antibióticos incluidos", manifiesta.
Las críticas hacia esta especie también se han centrado en su escaso valor nutritivo, con unas 15 gramos de proteínas y 80 calorías cada 100 gramos, similar a la merluza. "Tiene tantas proteínas como cualquier otro pescado blanco", detalla este veterinario.
Por último, Etxaniz recuerda que la panga tiene gran penetración en los comedores escolares no sólo por su precio sino también por su insípido y combinable sabor, lo que no causa el rechazo de los niños, como sí ocurre con el pescado en general. "Los chavales no quieren pescado porque en su casa no les han enseñado a comerlo", resalta este doctor en veterinaria.