"Juan Pablo segundo te quiere todo el mundo" fue un eslogan popularizado durante el mandato del anterior Pontífice, caracterizado precisamente por su proyección mediática. Su sucesor, Benedicto XVI, no puede decir lo mismo. Su visita de ayer a Barcelona finalizó del mismo modo en que ha transcurrido toda su minigira desde que el Pontífice aterrizó en Santiago: sin cumplir expectativas. Las cerca de 250.000 personas que, según las estimaciones más generosas, recibieron al Papa en la Ciudad Condal, se quedaron muy por debajo del medio millón que esperaba el Arzobispado. Además, las protestas contra la presencia de la cabeza del Vaticano se reprodujeron durante toda la jornada.

Desde primera hora de la mañana era evidente que los obispos habían sobrevalorado la capacidad de convocatoria de Benedicto. Nada que ver con la última visita papal a Barcelona, cuando Juan Pablo II se dio un baño de masas en el Nou Camp. A las 8.30 horas de ayer, a media hora de que jefe vaticano diese comienzo a la jornada, la Vía Laietana presentaba una imagen que no invitaba al optimismo eclesiástico. El escaso público congregado era sensiblemente inferior al número de policías desplegados para custodiar el camino de Benedicto. Conforme avanzaron las horas, más gente se acercó hacia el recorrido, aunque ni de lejos se llegó al número de peregrinos prometido por el Ayuntamiento para paliar la millonaria inversión realizada para sufragar la visita papal.

Ajenos a las cuestiones monetarias, los peregrinos se mostraban satisfechos. "Hemos venido a escuchar ver al Papa porque tenemos necesidad de escucharle", explicaba, guitarra en mano, Nazaret Villegas, un madrileño de 21 años que, junto a tres amigos, había conducido desde la capital del Estado para ver de cerca a Ratzinger.

Primer asalto

Besos homosexuales frente a la Catedral

La zona de la Catedral de Barcelona fue el escenario del primer asalto dentro de la batalla dialéctica mantenida durante toda la jornada entre los seguidores del Papa y defensores del laicismo. A las 9.00 horas, un colectivo de gays y lesbianas había convocado una besada multitudinaria para denunciar la discriminación que sufre la comunidad homosexual a ojos de la Iglesia católica. "Se trata de una iniciativa pacífica que pretende protestar por las continuas injerencias del Vaticano contra los derechos de homosexuales y mujeres", indicó Jordi, uno de sus portavoces. Cuando Benedicto asomó tras los cristales blindados, decenas de personas comenzaron a besarse.

"Queremos demostrar que no todos nos creemos lo que dice el Papa, que creemos en un Estado laico", añadió Antonio Girado, otro de los activistas. Además de los derechos de gays y lesbianas, el rechazo de la Iglesia al uso del preservativo como medio para prevenir el sida y los cientos de casos de pederastia protagonizados por los sacerdotes fueron los principales argumentos esgrimidos por quienes enarbolaban las banderas del Jo no t´espero (Yo no te espero), la plataforma de rechazo a la visita papal.

Las críticas llegaron también desde los propios cristianos. "Como católica, creo en una Iglesia renovada, que dé cabida a todos y que no sea fuente de marginación", señalaba María Teresa Urraizkorta, argentina de origen vasco que también criticaba la protesta desarrollada frente a la Catedral por considerar que "tiene mucho de show". Aunque ésta opinión era minoritaria. Frente a ella, los comentarios homófonos de adolescentes con estética neocon que rechazaban conceder entrevistas a medios como Cuatro o La Sexta. "Vamos a insultarles un rato, vamos a llamarles maricones", comentaban dos jóvenes mientras se dirigían hacia los manifestantes. "Son unos degenerados", aseguraba otro, que sólo moderaba sus palabras ante la presencia de cámaras.

La batalla dialéctica tuvo momentos brillantes. El inolvidable "yo soy adicto al Papa Benedicto" era respondido con un "niños, huid, el Papa ya está aquí" en referencia a los casos de pederastia destapados en la Iglesia católica. Otro de los cánticos estelares fue un ¡Que viva el Papa! con música de Manolo Escobar, que se hacía fuerte frente a otros clásicos como Esta es la juventud del Papa, que se convirtió en el grito de un sector de los feligreses que parecía proyectar el futuro de un Tea Party estatal.

Segundo Asalto

El "Mamamovil" de la Gran Vía cortada

El recorrido de Bedendicto XVI por algunas de las principales avenidas del centro de Barcelona cerró el tráfico y convirtió algunas vías en un fortín. Miles de policías blindaron el camino del Papamóvil y separaron a laicos y religiosos, que se increparon en repetidas ocasiones. Como una mujer, que dejó parado pero en marcha un taxi en la plaza Universitat, se bajó, con sus dos hijos en un brazo y varias banderas vaticanas en el otro, para provocar a las decenas de personas que habían secundado la convocatoria de un grupo feminista. Finalmente, regresó al vehículo y siguió su camino.

El acto central de las protestas tuvo lugar al mediodía. En ese momento, más de medio millar de personas se manifestaron por el centro de Barcelona hasta que llegaron a la confluencia entre Gran Vía y Passeig de Gracia, donde se había instalado una barrera policial que impedía el acceso al recorrido de Benedicto XVI. La principal intervención tras la marcha corrió a cargo de la Mama, una travesti que, a bordo del Mamamóvil, realizó un discurso irreproducible que cuestionó a los partidos políticos catalanes por haber pagado con dinero procedente de las arcas públicas la visita del líder religioso.

También en ese momento se registraron momentos de tensión, especialmente cuando el Papamóvil pasó (a toda velocidad) por el lugar y los asistentes al acto religioso se cruzaron con los manifestantes, de los que les separaban únicamente una manzana y un cordón policial. Finalmente, hacia las 14.00 horas, todo había terminado. Religiosos y activistas todavía tenían tiempo de tropezarse en el metro. Y la mayoría de la ciudad, que no asistió ni a uno ni a otro acto, de seguir como si el Papa Benedicto nunca hubiese pasado por Barcelona.