Imanol Querejeta y
Javier Vizcaíno
J.V.: ¿Es la agresividad un rasgo de la personalidad de uno, algo que nos viene de serie y no se puede cambiar?
I.Q.: La agresividad es un patrón de conducta que tiene su origen en multitud de factores, tanto genéticos como sociales. Este patrón de conducta se manifiesta por una tendencia a la violencia, verbal y/o física y también a la provocación.
J.V.: ¿Es un signo de debilidad, un modo de compensar la carencia de otras habilidades?
I.Q.: Siempre es un signo de debilidad porque es el argumento de los torpes, de los que no cuentan con otros recursos y que tienen que imponer sus criterios e ideas por la fuerza, de su discurso, de su poder o de sus músculos.
J.V.: No hablamos, imagino, de una cuestión puramente física. Hay una agresividad que no se manifiesta a puñetazos, sino verbalmente.
I.Q.: Como ya te he adelantado, así es. Hay personas que se pasan el día murmurando de los demás, difamándoles, atribuyéndoles agravios que no existen; otros descalifican porque sí. Otros ocultan detrás de un ironía de trazo grueso sus tendencias y al mismo tiempo su cobardía porque visten de inteligente algo que es de lo más vulgar. Otros no hacen más que descalificar como forma de distraer la atención de su mediocridad.
J.V.: Hay personas que, en apariencia, son muy pacíficas, pero que en ocasiones se ponen como un basilisco. Nadie está libre de un momento de ira.
I.Q.: No, y a veces es la única respuesta que se puede dar ante el tamaño de determinadas agresiones y provocaciones. Aquí también se llega al extremo de que hay que sobrevivir ante el agresivo y a veces no queda más remedio que enseñarle que esa pauta de conducta es muy fácil de aprender y, una vez aprendida, muy fácil de aplicar.
J.V.: Supongo que también es importante conocer qué situaciones despiertan nuestro lado más agresivo y tratar de huir de ellas. ¿Cómo las identificamos y, sobre todo, cómo escapamos a esas situaciones?
I.Q.: Todos sabemos las situaciones y, sobre todo, las personas que nos sacan de quicio. Un buen ejercicio consiste en mantener la compostura y no entrar a ninguna provocación, aplicar aquello de que no hay mejor desprecio que no hacer aprecio. Otras veces el mayor desprecio es alejarse educadamente, eso sí, sin que queden dudas de que uno se va porque es inteligente y no porque tiene miedo, porque si al agresivo le queda esta sospecha, en el próximo encuentro se va a acercar con más violencia y detenerle nos va a costar un poco más.
J.V.: ¿Sirve de algo contar en ciertos momentos hasta diez?
I.Q.: Sí y también hasta mil.
J.V.: ¿Cómo nos enfrentamos a una persona agresiva? No es fácil compartir espacios con alguien que salta a la mínima o que está permanentemente buscándonos las cosquillas.
I.Q.: Hombre, mantener la calma y, sobre todo, la distancia física es importante. También posicionarnos a su misma altura porque ante un individuo agresivo y, por lo tanto, torpe, darle la sensación de que tiene ventaja puede provocar una agresión física. Luego, las buenas palabras, los buenos modos, evitar los insultos y levantar la voz son de utilidad. También hacer ofrecimientos amables del tipo ¿Qué le parece si hablamos de esto en otro momento? o similares.
J.V.: En el mundo de la empresa y en el deporte profesional, la agresividad se contempla muchas veces en positivo. ¿Ahí sí tiene su razón de ser?
I.Q.: Yo considero que, a veces, se confunde la agresividad con la tensión. En el deporte la agresividad se suele saldar con lesiones graves; en la empresa, con conflictos legales. Hay un tono motivador, pero siempre basado en el principio del respeto y de la invitación a participar, nunca a espantar a las personas.
J.V.: ¿Y en nuestra vida diaria? ¿No hace falta también un poco de mordiente o dar ese puñetazo encima de la mesa a tiempo?
I.Q.: Sin puñetazo en la mesa, mejor. La autoridad no se impone. Se ejerce una vez que se ha ganado y para ello lo mejor es no hablar por hablar, no hablar sin información sólida, hablar con argumentos y firmeza. La contundencia es admisible, entendida como fondo del estilo de comunicación y no tanto como forma. Hay que evitar las amenazas y también prometer lo que luego no se va a hacer.
J.V.: ¿Existe también una agresividad pasiva? ¿Cómo se suele manifiestar?
I.Q.: Sobre todo con el silencio, ese plato nacional de Euskal Herria que son los morros y que suelen ir acompañados de una obstaculización sin riesgos, a base de no colaborar y de ahuyentar a los demás creando un mal rato y sentimientos de culpa.