La residencia Bultzain es la primera iniciativa de Vitoria que trata de atajar, sin ningún carácter institucional de por medio, los problemas de convivencia entre personas sin hogar y los residentes. El centro de Puente Alto, ubicado entre Adurza y Olarizu, se puso en marcha de manera oficial en febrero, aunque desde finales de diciembre ya abrió sus puertas a los primeros sin techo debido a la dureza del invierno. En estos momentos, acoge a los 27 vagabundos más difíciles de la capital alavesa ya que tienen graves problemas de adaptación para cumplir las normas de los hogares municipales. En estas personas la rehabilitación de sus adicciones es más complicada al llevar décadas consumiendo.

Se trata de una atención más flexible que la que hasta ahora ofrecían el alojamiento y la estancia nocturnas, para así dar respuesta a la compleja deriva de los que viven en una situación de indigencia absoluta. "En esta casa no hay ningún cartel que diga que si se viene borracho no se puede entrar", explica Satur García, uno de los tres promotores vitorianos de esta vivienda de tres plantas, de la que pueden pagar la mensualidad de 1.200 euros de alquiler gracias a las aportaciones de Caja Vital.

Pero esta entidad no es la única que proporciona una ayuda desinteresada. Este refugio no sería posible sin la colaboración de todos los voluntarios, que entre otras cosas, vienen a acompañar a los usuarios o se valen de su profesión como pintores, fontaneros o electricistas para echar una mano en la reforma de esta casa. Prueba de ello son los donativos como los que les acaban de llegar: 20 colchones y sábanas nuevas. "La pastelería Txistu cada dos días nos regala las bandejas de repostería que le sobran. También nos ayuda el banco de alimentos y la parroquia de Santa María", añade este hombre que desde hace 20 años reparte su tiempo cada vez que sale de trabajar entre los mendigos de la ciudad. "Mis padres me abandonaron cuando tan sólo tenía ocho días y me dejaron en lo que era el orfanato de Las Nieves. Allí vi tantas cosas que tuve claro que mi trabajo estaba en la calle", recuerda Satur, quien tiene muy claro que en cuanto un centro de acogida se institucionaliza pierde la implicación de todos sus integrantes. "Deben dejar trabajar a las personas que fundamos el centro".

Los usuarios se muestran ilusionados con la empresa laboral Aterki, que Satur acaba de abrir y que ofrecerá trabajos como cultivo de hortalizas, limpieza de carreteras o corte de leña. Estas ocupaciones también pueden venir a través de otros proyectos empresariales que se pretenden poner en marcha, como la apertura de una lavandería y una pequeña peluquería.

Sin tutela La implicación en este hogar es tal que cada uno arrima el hombro de la forma que puede. Juan corta leña para la caldera y colabora en la reforma de la casa. Lleva desde últimos de enero alojado en Bultzain y, al igual que el resto de usuarios, conoció esta iniciativa un día estando en la calle cuando Satur les llevaba bocadillos. "Esta vivienda está muy bien porque es mucho mejor que estar durmiendo en los portales y aquí, además, te puedes duchar y lavar la ropa sin estar bajo la tutela de nadie", detalla este extremeño que hace dos meses se quedó sin su empleo de transportista.

Esta última parte es en la que todos los usuarios coinciden en señalar como lo mejor de esta residencia. "Se diferencia del resto porque la llevamos nosotros mismos, no queremos sentirnos como en la cárcel. Los usuarios hemos sido los que dijimos que dentro de la casa nada de alcohol y drogas", agrega.

Juan, además, afirma que si surge algún problema se sientan todos a hablarlo. "Aquí cada cual tiene sus problemas, pero lo importante es resolverlo hablando y escuchar. Decimos: ¿Cómo lo podemos arreglar? Si viene alguien borracho o caliente de la calle le metemos en la cama y no le echa nadie". El respeto es la clave de la convivencia. "No nos metemos entre nosotros. Fíjate que bien estamos aquí todos y eso que nos decían que éramos los inadaptados de la plaza de Abastos. No somos malos. No tenemos problemas con los vecinos ni nos da por robar en las empresas de al lado". Este transportista en paro se refiere a Bultzain como "la casa de todos" ya que siente que convive con una familia construida entre todos y eso a pesar de que son "los rechazados de la sociedad o marginados".

Aunque Juan tiene claro que de ningún educador social recién salido de la universidad puede aprender ya que "si es joven no me va a enseñar nada de la vida que no sepa ya a estas alturas". Por eso, asegura que la pieza clave de Bultzain es la reinserción voluntaria. "Lo importante es no sentirse agobiados y tener paciencia para que vayamos poco a poco".

En la cocina de la primera planta Jonathan está al frente de un puchero preparando las lentejas para el almuerzo. "Hace casi cuatro meses que estoy aquí, pero es la primera vez que estoy en un centro de este tipo", comenta satisfecho este joven de 28 años, que asegura que allí está como en su casa. Jonathan se enteró de que iban a abrirlo por un amigo suyo, un día que estaba en la parroquia de Santa María. "Él fue el que me presentó a Satur y así llegué aquí". En cambio Georgi, su compañero de piso, sabe muy bien lo que es vivir en la calle. Hace ocho años y medio que llegó a Barcelona huyendo de la guerra de Georgia, su país natal, donde dejó a su mujer y a su hija. En mayo se quedó sin trabajó, lo que le llevó al desahucio. Desde entonces, no duerme bajo un techo. "A Vitoria llegué en septiembre. Una tarde en la calle conocí a Satur porque nos traía bocadillos, frutas y yogures", cuenta este georgiano en un perfecto castellano que aprendió con sólo oírlo hablar a la gente, aunque también sabe catalán, fruto de su andadura por Cataluña.

Encargado de obra Relata su vida sentado en la mesa de la cocina mientras se toma un café, pero esto no es señal de que le guste quedarse quieto. "Él es el encargado de obra aquí", revela Jonathan ya que a Georgie le da más apuro confesarlo. "En España me he dedicado a la construcción, así que en esta casa ayudo siempre lo que puedo con las tareas de fontanería o albañilería, pero en mi país era ingeniero industrial".

María es una de las siete voluntarias que acude a Bultzain. "Vengo todos los días a estar con ellos, a hablarles y hacerles compañía. Así les ayudo yo aquí". Un acompañamiento para que esos indigentes se integren en la sociedad y abandonen poco a poco los hábitos nocivos ya que "lo único que se necesita es paciencia". Una acción que cuando llega a su casa tiene la recompensa de sentirse feliz. "Conozco a Satur desde hace tiempo porque también le he ayudado a repartir caldo entre los pobres. Le conté que estaba en el paro y que necesitaba una ocupación". Casi todos los inquilinos están de acuerdo en que lo que se necesita son más voluntarios, más medios humanos antes que vallar las plazas para evitar a las personas sin hogar.