vitoria. Las ideas claras y la rabia contenida. La pregunta era obligada y la respuesta previsible. "No nos vamos a ir a ningún lado. Y menos a Agirrelanda, que allí no se nos ha perdido nada. Allí van los inmigrantes y nosotros somos de aquí, de Vitoria. Lo único que queremos es que nos ofrezcan un piso en alquiler", repetía una y otra vez María, matriarca de los bartolos y protagonista ayer de improvisadas conferencias de prensa en el solar existente junto al número 68 de la avenida de Los Huetos. Su marido, Bartolo, intentó hacer alguna declaración, pero los nervios y la emoción le traicionaban.
La mujer se arrancaba y bailaba frente a la hilera de uniformes plantados ante su casa, saludaba socarrona desde la ventana o comía lonchas de jamón que iba cortando de un pedazo de pierna que llevaba bajo el brazo. Pero estaba claro que la procesión iba por dentro. Prueba de ello es que en las tres casas clausuradas por orden del juez no quedó nada. Las familias habían arrancado hasta las ventanas y los jóvenes se afanaban en romper los listones de aluminio y desproveerlos de vidrios para venderlos luego. "Las cosas viejas las llevamos para la chatarra", aclaraban.
Mientras la comisión judicial inspeccionaba las viviendas, María Cortés y uno de sus hijos arrojaban por la ventana todo lo que, a su juicio, podía reportarles algún beneficio. Un microondas, cuatro neumáticos con sus llantas, un horno, un mueble de metálico de cocina, un hornillo... Todo voló desde el primero a la calle. En la planta baja, dos personas desmontaban todo cuanto encontraban a su paso y lo metían en furgonetas. Otro grupo se arremolinaba en torno a un fuego armado en una bañera.