Las conservas en lata son un producto presente prácticamente en las despensas de todos los hogares al tratarse de un alimento muy socorrido del que poder echar mano en caso de apuro. Con unas cuantas latas de conservas en el armario nunca te faltará un bocado que llevarte a la boca.

El aluminio y el acero laminado, materiales resistentes a la oxidación, son los más empleados para la fabricación de estas latas, las cuales garantizan una perfecta conservación siempre y cuando permanezcan cerradas. Los alimentos que contienen han sido previamente sometidos a tratamientos para destruir los microorganismos y posteriormente envasados de forma estéril. Estas latas facilitan el transporte del producto y garantizan su almacenamiento de forma segura durante largos periodos de tiempo.

Se trata de recipientes herméticos, sellados al vacío, que impiden la entrada de bacterias en su interior. Sin abrir pueden permanecer en la despensa durante meses e incluso años, siempre y cuando las latas se mantengan en perfecto estado en un lugar fresco y seco, apartadas de fuentes de luz y de calor. Es importante comprobar que no están golpeadas, ya que la más mínima grieta puede hace que entren bacterias y se estropee el alimento.

Sin embargo, todo este hermetismo se pierde en el mismo momento en el que se abre la lata. Al entrar en contacto con el oxígeno, su contenido se convierte automáticamente en perecedero, como si fuera fresco, y en poco tiempo puede empezar a corromperse.

Al perder la lata el vacío y su capacidad esterilizadora, surge la posibilidad de que crezcan bacterias y hongos. El Clostridium botulinum, la toxina que causa el botulismo, es la consecuencia más grave que se puede derivar de una conservación inadecuada. Entre sus síntomas, que comenzarán a aparecer entre 12 y 36 horas después de la entrada de la toxina en el organismo, están: dificultad para tragar o hablar, boca seca, debilidad facial en ambos lados de la cara, visión borrosa o doble, párpados caídos, dificultad para respirar, náuseas o vómitos y calambres abdominales y parálisis.

¿Qué debemos hacer?

Entonces, si abrimos una lata y no consumimos todo su contenido, ¿es aconsejable guardar el alimento dentro de la lata en el frigorífico? Los expertos recomiendan no hacerlo. Consideran que lo más adecuado para que el alimento conserve todas sus propiedades y su sabor es pasar el contenido sobrante junto con su jugo o su líquido original a un envase de vidrio o de plástico, siempre cerrados, y meterlo al frigorífico. Solo te costará unos segundos y el resultado merecerá la pena.

Si metemos la lata a la nevera, aunque sea cubierta por un film transparente, este no la cerrará de forma hermética, por lo que al entrar en contacto el metal de la lata con el oxígeno se pueden producir manchas de óxido, así como transferir al alimento un sabor metálico. También se puede producir corrosión al reaccionar el metal con alimentos ácidos como la salsa de tomate o la piña. La lata se recubrirá con un material negruzco que puede desprenderse y entrar en contacto con la comida.

Principales inconvenientes


  • Alteración del sabor, olor, textura o aspecto del producto.
  • Transferencia de los aromas del contenido de la lata al resto de alimentos de la nevera.
  • Formación de bacterias y hongos perjudiciales para la salud, así como resultar afectado por otros microorganismos presentes en el frigorífico.
  • Vertido de parte del alimento en las baldas de la nevera.
  • Riesgo de contraer la bacteria Clostridium botulinum, toxinas que causan el botulismo.
  • Los propios componentes de la lata pueden contaminar el alimento. Las latas pueden desprender partículas metálicas debido a la oxidación producida al abrirla y entrar en contacto con el aire. Aunque tienen un recubrimiento plástico, el riesgo está en el bisfenol A.